6. Lahvraz

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La casa de la anciana llamada Lahvraz reflejaba todo lo que una antigua guerrera Gerudo fue alguna vez en su juventud.

En las paredes colgaban todo tipo de armas como espadas, lanzas, cuchillos, estacas, mayales, y otro tipo de artefactos que Lea no había visto jamás pero que tenían una apariencia muy fiera. Incluso bajo sus pies se llevaban acabo escenas de guerras pasadas entretejidas en tapetes ya algo gastados.

La vivienda, pequeña pero acojedora, se ubicaba en lo más profundo de la villa donde nadie accedía, o por lo menos no de propia voluntad pues se sabía que la anciana no estaba acostumbrada a la compañía y prefería estar sola con sus pensamientos. Algo en toda la decoración de aquella vivienda hacían pensar en la razón: la vieja había vivido los más crueles periodos en la historia de aquel lugar y quizá, una parte de su mente  había quedado dañada por el fuego de las guerras.

Antes de que Seth tocará la puerta, respiró profundamente, cerró los ojos, y con un visible nerviosismo llamó. Lahvraz tardó mucho en abrir. Quizá porque hace mucho tiempo no recibía una visita, pues al abrir no habló ni una sola palabra, simplemente dejó pasarlos.

Lahvraz era una anciana algo regordeta por la edad, sus ropajes de varias capas invocaban los colores del fuego, ya algo ajados en forma de camisón que le llegaba hasta el suelo. Sus cabellos, color rosado casi blanco, le llegaban hasta la media espalda, lacios y delgados se movían con el viento como una leve flama que está por apagarse. Pero, por sobre todo, sus ojos ciegos eran por mucho la parte más interesante de su porte: de un rojo carmesí aún vivo parecían contar los horrores de historias pasadas, calladas en lo más profundo de su corazón.

-Lamentamos mucho molestarla esta noche Lahvraz.- pero necesitamos de su ayuda, tememos que alguien ha asesinado a la princesa...-comenzó Seth con nerviosismo esperando a que la anciana dijera algo pero sólo prosiguió un extendido silencio tan sólo roto por el crepitar de 3 velas, lo único que iluminaba el lugar.

-Sé porqué han venido.- contestó por fin Lahvraz con una voz ronca y profunda venida de una cueva, como si no hubiera utilizado su voz para hablar en muchísimos años con nadie y estuviera a punto de olvidarlo.- y sé lo que están buscando.

-¿Lo sabe?.-preguntó Lea esperanzada.

-Pero mi respuesta no les será de ayuda, sólo será una advertencia.-

-¡Díganos por favor!.- insistió Seth.- ¡Lo que sea que sepa nos ayudará!

Un largo silencio procedió a su petición y nuevamente, después de mucho tiempo, Lahvraz tomó asiento en su vieja mecedora y habló:

-El objeto que tienes en tus manos no pertenece a este mundo, y si no encuentras a su dueño te destruirá a tí y a lo que más quieres. ¡Escúchame bien oh heroína del Tiempo! El Heraldo de la Muerte sigue vivo y te ha llamado para darte fin. Debes detenerlo antes de que el humo oscuro de ese extraño objeto se desvanezca.

-¿Fue Ganondorf quien mató a Zelda Lahvraz?.- preguntó Seth.- Usted trabajó para él ¡debe saberlo!

La anciana se estremeció al escuchar el nombre de su antiguo amo y cerró los ojos repentinamente, pero al abrirlos de nuevo mostró una chispa del antiguo fuego que en ella vivía cuando era una guerrera dirigiendo su mirada al pequeño niño que la interrogaba. Seth sintió que lo tragaba un volcán.

-Lo siento...no...no quise incomodarla...

-¡Encuentra al dueño de ese objeto y sal de este mundo. El Heraldo sigue vivo y nos destruirá a todos!.-de pronto, Lahvraz se desplomó en su silla casi como si un rayo la hubiera fulminado y no se movió.

-¿Lahvraz? ¡Lahvraz!.- exclamó Seth asustado.

Lea trató de moverla con cuidado pero la anciana yacía inerte en su lugar. Estaba muerta.

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La Leyenda de Lea II : El RenacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora