13. La heroína y Link

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Gareth caminaba con la cabeza hacia el suelo. Había sido atado para que no pudiera mover sus brazos y enganchado al caballo de un soldado. Lo guiaban hacia las afueras de Hyrule. Desde atrás el rey Ulphen, quien precidía la comitiva e iba montado en un corcel blanco, lo veía con tristeza desde atrás. Después de una larga caminata, por fin se detuvieron y el monarca alzó la voz para que todos lo escucharan.

-Por haber fracasado en cuidar a la princesa Zelda, a partir de ahora Gareth, ya no serás reconocido como hijo de Hyrule-Por orden mía y desición del consejo, tu destino será lejos de esta tierra. Si osares regresar, que las fuerzas de la Familia Real te tomen preso y que las Diosas se apiaden de tu alma.

Una fría llovizna comenzó a precipitarse sobre aquella tierra fronteriza que era un campo abandonado, más allá, tan sólo se encontraba el desierto Gerudo.

Uno de los ministros que a acompañaba al rey bajó de su caballo y se acercó al exhiliado portando una daga, con ella cortó la insignia de la familia real que Gareth portada en su pecho, símbolo de que había servido al rey. Un segundo hombre tomó el largo cabello de Gareth y lo cortó, pues se creía que el poseer pelo o barba eran símbolo de un hombre libre o reconocido, nada de lo cual era Gareth ahora. Y finalmente, un tercer soldado encapuchado tomó las riendas que sujetaban sus brazos y con una espada comenzó a cortarlas para dejarlo libre.

Se sentía humillado, confundido y muy dentro de sí sentía un coraje que no sabía cómo expresar. ¿Cómo era posible que el hombre que prácticamente habia sido un padre para él lo corriera como a un criminal? ¿Qué a caso no se había ganado su confianza a grado tal que le había encargado el cuidado de su propia hija? Se culpaba a sí mismo y se recriminaba por no haber podido cumplir su última tarea, la más importante de todas: encontrar a Zelda. Aunque quizás en el fondo tal vez nunca quizo hayarla, posiblemente en su interior algo se alegraba de que hubiera desaparecido.... quizás un deseo oculto por hayarse lejos de aquel hombre y su hija gritaba por salir de su interior.

Sus ojos dorados brillaron en medio de la lluvia y se encontraron con aquellos del hombre que cortaba sus riendas. Una sonrisa macabra iluminó el rostro de aquel que ya no era Gareth. Entonces, dió la media vuelta para ver al rey y le dijo:

-¿Crees que me trago este cuento de que me exhilias sólo por no haber encontrado a tu hija? ¿Crees que no me he dado cuenta de que has hecho esto lejos de los ojos de tu gente para que no te juzguen como el rey injusto que siempre has sido? ¡En realidad me temes Ulphen! tiemblas pensando en el día en que yo, el verdadero rey de los Gerudo los lleve a la guerra contra ti, la cual sabes que no podrás ganar.

Ulphen lo observaba con una mezcla de horror y miedo.

-¡Cómo te atreves a hablarle así a su Majestad! ¡Arrodíllate y píde perdón si aprecias tu vida!-exclamó un soldado a la derecha del monarca.

Pero el hombre del desierto soltó una carcajada y continuó hablando:

-Les prometo algo: nunca más volveré a arrodillarme ante nadie y mucho menos ante ti, un inútil que no pudo salvar ni a su propia hija.

El rey Ulphen ya no lo observaba con horror, ahora su mirada se transformó en rabia:

-Si tan bien la cuidabas, ¿porqué no pudiste salvarla?

Un brillo centelleó en los ojos del pelirrojo, una sonrisa cruzó sus labios y una risa atronadora hizo temblar su espíritu:

-¿Esque no te das cuenta Ulphen? ¡Fui YO...QUIEN...LA...MATÓ!

Justo en ese momento, cuando ya se había abandonado a una carcajada demencial, todos los soldados que acompañaban al rey desenvainaron sus espadas preparándose para acabar con él, excepto uno de ellos, el que sostenía la rienda que ataba sus manos. Éste empuñó su lanza protegiendo al exhiliado.

La Leyenda de Lea II : El RenacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora