7. En la Oscuridad

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Se deslizó por la puerta como un gato. Ágil y decisivamente.

Percibió un olor a velas recién apagadas, nada se veía en la oscuridad, y aunque estaba acostumbrado a moverse en ella, la sombra que dominaba en todo el castillo impedía que su visión llegara más lejos, pero no entorpecía ni sus movimientos ni detenía su propósito.

Cuando llegó a la habitación real, encontró a Zelda durmiendo profundamente. Se acercó con cuidado, poco a poco, para no despertarla.

Se veía muy reducida por la enfermedad, había bajado de peso y se veía mayor de lo que era, incluso pudo divisar entre las sombras su rostro pálido encima de la almohada, no por ello menos inocente y hermoso que de costumbre.

Ya no recordaba la última vez que la había visto. Sus recuerdos oscuros se perdían en las arenas del Tiempo.

Se acercó más hasta quedar junto a ella a lado de su cama y percibió un dulce perfume de rosas. Era un aroma dulce y suave. Un olor a mujer.

De pronto ella abrió los ojos y lo vió: su salvador, en quien siempre había confiado y esperado.

-¡Llegaste!.- exclamó Zelda en un hilo de voz.-¡por fin estás aquí!

Él se acercó con cuidado a la princesa y ella, con las escasísimas fuerzas que le quedaban aún, se esforzó por extender los brazos esperando a que la tomara, pero al no suceder así, se conformó con tomar su rostro entre sus manos.

Aunque débiles y temblorosas, él sintió como las suaves manos de la princesa lo alcanzaron. Parecían suaves rosas, pero no las tomó.

-Ya no te irás de mi lado...-dijo Zelda.-¿Verdad?

Él negó con la cabeza y al fin correspondió el abrazo.

-De alguna forma tú siempre estás aquí.-dijo ella quedamente en su oído.- siempre estás con nosotros.

Él deslizó una mano abandonando la espalda de la enferma princesa y en la oscuridad plena tomó la empuñadura de su espada, desenvainándola poco a poco, sin hacer el mínimo ruído.

-¿Dormirás esta noche em el castillo?-preguntó ella.

Él asintió con la cabeza y siguió desenfundando su arma hasta que la tenía completa en su mano.

-Me alegro...-dijo ella con lágrimas que tocaron su rostro. Eran cálidas.

De pronto, y tomándo un impulso, tomó fuertemente la mano de la princesa y atravezó aquella que abrazaba con ternura, pero justo antes de sentir como el arma atravezaba el cuerpo, algo extraño pasó: sintió cómo algo Zelda se desvanecía en sus brazos y un resplandor iluminaba el cuarto concentrándose después en la palma de su mano izquierda: la Trifuerza de la Sabiduría era suya.

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Tengo pensado escribir episodios nuevos cada semana, pero también quiero corregir los episodios que ya publiqué, así que, si por pura suerte la vuelves a leer, vas a encontrar nuevos y ricos detalles añadidos como sorpresa.

La Leyenda de Lea II : El RenacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora