Gareth caminaba muy cerca de la princesa. Tan cerca, que incluso podía sentir su respiración pesada.
La conocía, conocía a esta mujer incluso tal vez mejor de lo que se conocía a sí mismo. Sabía cuando se enojaba, lo que le gustaba, podía incluso predecir sus pensamientos y desiciones. No porque había una pieza de la Trifuerza que unía sus corazones y destinos, sino porque practicamente él la había educado y criado desde su nacimiento.
Aunque siempre tuvo hacía ella una inclinación paternal, una parte de él odiaba su existencia. Odiaba el hecho de que si esta niña vivía, él no pudiera cumplir su cometido. Y aunque la mayoría de las veces se odiaba a sí mismo por pensarlo, la verdad es que no podía evadirlo, esa princesa le estorbaba.
Oía como respiraba jadeante en su cama por alguna extraña e incurable enfermedad que tal vez solo el poseedor de otra pieza de la Trifuerza podría curar o remediar...claro, porque estando los tres portadores cualquier deseo era posible.
Pero para variar, la aparición de ese tercer poseedor de la Trifuerza...es decir, la del coraje, significaba sólo una cosa: una dura e interminable batalla.
Aunque por otro lado, quizá el hecho de que Zelda estuviera enferma podría deberse a que sin darse cuenta, su persona y Poder estaban cobrando fuerza por sobre ella, y sus verdaderos deseos de que desapareciera estaban devorándola .
No era la primera vez que sucedía.
Era la cuarta o quinta.
Lo sabía porque cada vez que soñaba con su verdadero cometido ella enfermaba gravemente. Sólo que esta vez había sido la peor. Quizá no pasaría la noche.
Al atravesar el cuarto se vio reflejado en el espejo, uno grande que abarcaba todo lo ancho de la pared y en el que se podía ver todo el cuarto sólo que al revés.
Entonces lo vió.
Ya no vió reflejado al antiguo pero pacífico sirviente y amigo de todos en el palacio.
Vió al Rey Gerudo que siempre había sido.
Un hombre de guerra, sangre y conquista.
Vió aquella piel morena forjada por las arenas del desierto, coronada por una mata roja como el fuego en puntas, y una armadura que forraba su atletico y viril cuerpo. Muy alejado del compañero de juegos que siempre había sentido ser por desición.
Entonces quiso tocar el reflejo de su mano cuando en ese momento, ella habló:
-Gareth....dijo Zelda en un suave y cansado jadeo- por favor, no te vayas esta noche, no me dejes sola...eres el único en quien puedo confiar.
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La Leyenda de Lea II : El Renacimiento
Hayran KurguLea salvó a Hyrule a los 17 años...espera...qué? es que no fue el héroe del tiempo Link? Esta historia trata a cerca de esta heroína que rebasa las barreras de la imaginación para convertirse en una guerrera de verdad. Con el poder de viajar a ese m...