Capítulo 2

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Mi padre se había marchado a Nueva York prácticamente un mes antes que nosotros. Comenzaba en su nuevo trabajo a mediados de julio y el resto de la familia nos habíamos quedado para organizar la mudanza, ir mandado cajas y más cajas a la casa que mi padre había conseguido alquilar gracias a la ayuda que le había prestado un compañero de su nuevo trabajo. Nos había conseguido plaza a mi hermano y a mí en un colegio que por cómo lo describía era el mejor de toda la ciudad y había vendido el coche que teníamos en Texas para comprarse uno nuevo allí.

Mediados de agosto había llegado demasiado rápido y la ilusión del principio se había empezado a convertir en desazón y nerviosismo. Mi hermano seguía quejándose las veinticuatro horas del día y mi madre parecía cada día más exasperada. Necesitábamos marcharnos de una vez, porque la situación de estar rodeados de tratos y maletas abiertas podía torturar a cualquiera.

- Aaron, por favor levántate de la cama. -Escuché como mi madre intentaba sacar a mi hermano de debajo de las sábanas.

Cuando llegó el día en el que teníamos que tomar ese avión que nos llevaría a nuestra nueva vida, yo solo tenía ganas de ponerme las deportivas y correr hasta que el sudor se resbalase por mis sienes, pero no podía hacerlo porque tenía todas mis cosas guardadas en un par de maletas que iban hasta los topes. Lo único que me quedaba por meter era el pijama que llevaba puesto.

Las voces de mi madre me despertaron antes de que sonase la alarma, así que la apagué antes de tiempo y sin pararme a mirar ninguna red social me levanté y salí descalza al pasillo. Tenía ganas de pasar lo poco que quedaba de verano en un lugar más fresco, estaba harta del calor infernal de Texas. Me acerqué hasta la habitación de Aaron que era contigua a la mía. Me apoyé en el marco de la puerta cruzada de brazos viendo como mi madre intentaba convencerlo de que saliese de allí.

- Aaron no hagas más él tonto anda, vamos a ir al instituto juntos ¿no te hace ilusión? -al ver que no recibía respuesta me percaté de que ya era demasiado mayor para que ese tipo de cosas le hiciesen ilusión, más bien le daban vergüenza.- Vale, lo pillo. Si te le levantas y haces que no perdamos el avión juro que no le diré a nadie que soy tu hermana en el instituto.

- ¿De verdad? -Preguntó asomando su cabeza por debajo de la sábana blanca que lo cubría.

- Que sí, levántate anda. A ver si te pasa ya la edad del pavo.

Gruñó un poco ante mis últimas palabras pero escuché como al final accedió a la petición de mi madre mientras yo bajaba por las escaleras de camino a la cocina, ese día iba a ser el último que bajase esos escalones. Me puse a hacer el desayuno mientras pensaba en lo que había hecho el día anterior. No sabía exactamente qué era lo que sentía ante los cambios inminentes pero cuando me metí en la ducha me salió de forma espontánea hacer lo que hice. Me exfolié la cara y los brazos, me embadurné en una crema que jamás había usado porque olía mucho a rosas y me dejé el pelo natural. No solía hacerlo, siempre lo planchaba hasta conseguir acabar con las ondas que dibujaba mi melena rubia, pero me apetecía verme diferente, ser otra yo.

Escogí la ropa que me pondría para el vuelo, unos vaqueros de corte recto, unas Nike blancas y una camiseta amillo pastel que rezaba las palabras "NYC, est. 1980" en azul cielo. Me la había comprado hacía un par de años en una tienda local, ni siquiera pensé que en algún momento esas siglas pudiesen significar algo para mí. De forma inconsciente quería que el resto de personas que me viesen en el aeropuerto pensasen que era del lugar al que me dirigía, no del que despegaba.

Cuando me acabé el café y la tostada me dirigí escaleras arriba para arreglarme un poco antes de recoger lo que quedaba esparramado por ahí. Me maquillé sutilmente, algo de corrector, rímel y colorete, no necesitaba más para estar metida en un avión durante tres horas. Me vestí y cerré las maletas, entorné los postigos de la ventana de la que había sido mi habitación durante diecisiete años y cerré la puerta. No quería volver a abrirla.

El avión salía a medio día y llegaríamos a Nueva York alrededor de las cinco de la tarde, agradecí que la diferencia horaria solo fuese de una hora, no quería tener jetlag, bastante tenía con todo lo demás. Comimos algo en el aeropuerto, he de decir que agradecía no coger muchos aviones porque el negocio que tenían montado en esos lugares hacía que me marease. Todo estaba lleno de tiendas caras de lo más ridículas, una de ellas era solo de alcohol y chocolate, y otra de diferentes tipos de aguas de sabores, y cuando digo diferentes tipos, estoy hablando de alrededor de cincuenta. Además la comida no era nada exquisito, mi madre insistió en comer en un restaurante "normal" e ignorar las peticiones de mi hermano de almorzar en McDonald's, pero cuando probé los espaguetis que me habían servido hasta yo preferí una hamburguesa precocinada.

No tardamos mucho en embarcar y tuve la gran suerte de sentarme al lado de la minúscula ventana, por la cual se veía muy borroso el exterior, pero se apreciaban perfectamente las nubes sobre los edificios. En Dallas había algunos rascacielos y verlos sobrepasar las nubes bajas cuando despegamos me encogió el corazón. ¿Cómo sería ver el mundo desde arriba de uno de ellos? No lo sabía pero esperaba tener la oportunidad de poder experimentarlo. Estaba segura de que si en Dallas me había impresionado cuando llegásemos a nuestro destino iba a parárseme el corazón.

Pasé las horas escuchando música y viendo una serie en el móvil. Notaba a mi madre inquieta, sabía que estaba nerviosa y aunque en un primer momento me limité a seguir mirando la pantalla al final decidí charlar con ella para intentar calmar los ánimos. Me habían enseñado que siempre había que ayudar y proteger a tus seres queridos y ese cambio era tan grande para nosotros como para ella. Teníamos diferentes maneras de enfocarlo, pero no dejaban de ser cambios.

Cuando vi a mi madre un poco más calmada me volví a refugiar en la pantalla y dejé que el tiempo siguiese avanzando. Sentí que me había dormido unos minutos y cuando abrí los ojos efectivamente casi se me paró el corazón. Decenas de rascacielos adornaban las vistas de mi pequeña ventana. No había nubes, todo estaba despejado y eso me hizo impresionarme todavía más. Los edificios se levantaban desde el suelo como espigas de trigo, rectos y gigantes. Parecía que podía tocarlos si extendía mi mano, aquellas vistas eran impresionantes.

Desde la cabina anunciaron poco tiempo después que debíamos abrocharnos los cinturones porque íbamos a aterrizar en el aeropuerto JFK. Escuchar ese nombre me hizo sentir que realmente llegaba a una zona más urbana de lo que jamás estaría preparada para gestionar. El avión comenzó a descender y cuando una turbulencia nos bamboleó mi hermano me agarró la mano con fuerza buscando refugio. La tenía algo sudada por el nerviosismo, por lo que se la acaricié con suavidad por la parte superior, intentando tranquilizarlo hasta que las ruedas del avión tocaron la pista de aterrizaje y los pasajeros empezaron a aplaudir con júbilo por haber llegado sanos y salvos a la ciudad que nunca duerme. 

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