Capítulo 23: Jaden

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Necesitaba una ducha con urgencia, nunca había dormido con alguien, al menos no así. Lo máximo que había hecho era quedarme dormido después de follar, por eso no tenía ni idea que otro cuerpo humano podría desprender tanto calor. No había quitado la manta porque pensé que a ella sí le daría frío si lo hacía, pero desde luego yo habría abierto hasta la ventana para que entrase un poco de aire fresco.

Mi madre debía de haber flipado al ver que había una chica en casa, jamás había llevado a una. La primea y única vez que ocurrió estaba todavía en el instituto y la muy jodida hizo tantas preguntas sobre ella que decidí que todo lo que hiciese iba a ser fuera de allí, o en todo caso sin que mi madre se enterase.

¿Por qué Becca tenía que ser tan educada? Podría haberse pirado después de saludar, pero no, le había preparado el desayuno. Eso me iba a traer consecuencias, porque estaba seguro de que mi madre pensaría que era mi novia o algo por el estilo, y lo máximo que había ocurrido entre nosotros había sido unos cuantos besos que nos habían dado calentón. Me estaba costando la misma vida limitarme a esos besitos, entendía que eso ya era mucho para ella, pero no podía evitar que me molestara. Cuando en la fiesta pasó las manos por mis pectorales me empalmé en un segundo, menos mal que la tela de la camiseta me quedaba por debajo de la polla porque no había manera de colocar eso para que se disimulase. Podría haberme ahorrado el llevarla allí y simplemente liarme con cualquier tía que se me hubiese acercado y follar para celebrar mi cumpleaños, pero me había hecho algo de ilusión, si se podía decir así, llevarla a ella porque sabía que se había llevado una mala imagen de todo aquello y quería que se lo pasase bien. Y qué cojones, porque me apetecía que el calentón me lo diese ella, aunque sabía que lo más probable fuese que se quedase ahí, y ya ves tú si se había quedado. Se puso nerviosa solo por rozarle las tetas, no me quería ni imaginar el día que le quitase las bragas, necesitaba ver su cuerpo, tocarlo y que se estremeciera debajo de mí.

Mi polla empezó a dar guerra de nuevo al recordar aquello y en cómo la había tenido pegada a mi pecho esa noche. Joder. ¿Quién me mandaba a mí a meterme en esa mierda? Si no la conocía de nada. Pero era tan diferente a las tías con las que solía tratar que quería saber más, quería ver como se comportaba y lo que pensaba. Sabía algo respecto a eso, y es que me tenía miedo, no porque pensase que iba a hacerle daño, porque había sido yo la que la había librado de unos golpes en un par de ocasiones, sino porque sabía que aquel mundo de las drogas hacía que se le encogiese el estómago. Si lo que pensaba respecto a eso era que es peligroso, estaba en lo cierto. Me había metido en más de un lio que me había hecho volver con el ojo morado a casa, pero hasta ese momento había conseguido mantener más o menos todo en orden y así seguiría siendo. Necesitaba el dinero y no había otra manera de conseguirlo de forma rápida. No solo por mi madre, tenía a muchas más personas a cargo de mí y no pensaba dejarlas tiradas.

Cuando llegué a casa me fui directo a la ducha, encima de la cisterna del baño me encontré la camiseta que le había puesto para dormir, no quise hacerlo perno no pude remediarlo, me la llevé a la nariz y la olisqueé. Joder olía a fruta y a dulce, precisamente como olía su cuerpo. Tuve que echarla al cesto de la ropa sucia si no quería seguir empalmado todo el día. Me metí debajo del agua y reviví un poco, necesitaba sentir que me limpiaba y que la ropa limpia me hacía estar cómodo. Después de comer algo me eché sobre el sofá mientras en la tele ponían un concurso de mierda que me aburrió tanto que hizo que me durmiese.

Cuando abrí los ojos no debía de haber pasado mucho tiempo porque la luz del sol seguía entrando en el salón prácticamente con la misma intensidad. No me dio tiempo a abrir del todo los ojos cuando un cuerpecito saltarín se lanzó en plancha sobre mí y me sacó el aire de los pulmones haciendo que me incorporase de un movimiento rápido. Cuando vi quién había sido el causante de mi estresante despertar, vi a la niña de cinco años más bonita del mundo, con los ojos verdes como los míos y ese pelo oscuro de tirabuzones bailando alrededor de su cabeza. Empecé a hacerle cosquillas por todo su cuerpo a modo de castigo por haberse tirado encima de mí y una risa aguda bañó la casa, llenándola de alegría.

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