Capítulo 25

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Había pasado la semana dándole más vueltas de la cuenta a las cosas, me había propuesto seguir como hasta ahora, dejando que las cosas surgieran, sin más. Pero la charla con Mad me había hecho replanteármelo todo, y lo que más me había fastidiado era haber hecho que mi mente volviese a juzgar todo lo que había hecho hasta ese momento. Había intentado cambiar un poco y entender por qué el resto de la gente se comportaba así, y me había gustado, pero ya no solo había traicionado los valores con los que me había educado, y había intimado más de la cuenta con un chico con el que no tenía ninguna relación, sino que además, su forma de vivir era peligrosa e ilegal. Quizá debería haber controlado mis impulsos, y así me hubiese ahorrado los quebraderos de cabeza que mi conciencia me estaba dando.

Decidí no darle más vueltas al asunto y centrarme en hornear las galletas que estaba amasando, al día siguiente iríamos a visitar la Escuela Pública del Bronx y pondríamos la decoración mientras los niños estaban en clase, al salir se llevarían la sorpresa y antes de volver a sus casas les daríamos una bolsita con unas cuantas galletas, un trozo de bizcocho que se había auto designado Mad y un puñado de chucherías. ¿Era un posible fomento a la obesidad? Quizá, pero era casi Acción de Gracias, así que estábamos salvados por la campana.

Como era la primera festividad que pasábamos fuera de Texas y en la que no había familia cercana a la que invitar, mis padres decidieron cenar junto a la familia de Mad. Me había encantado el plan, mi padre era amigo del suyo y mi madre no parecía estar cómoda con la suya, ¿podría ser más perfecto? Pasar Acción de Gracias con mi familia y mi mejor amiga. Después de aquello comenzaría la etapa de exámenes finales de ese trimestre y no tendría más vida social hasta las vacaciones de Navidad, por lo que estaba agradecida de que pasásemos esa festividad más acompañados en lugar de hacerlo con una cena recatada de cuatro personas.

Cuando amaneció y abrí los ojos me embargó una gran ilusión, aunque estar todo el día metida en la Iglesia era un engorro, eso no quitaba que me encantase ayudar a la gente y ver como volvían un poco más felices a casa por algo en lo que había contribuido. El día estaba nublado y no hacía tanto frío, así que me puso unos vaqueros rectos con unas medias debajo que cubriesen el trozo de piel que sobresalía, un jersey malva metido por la parte delantera de la cintura y mis botas nuevas. Era raro no ponerme el uniforme siendo aún día lectivo, pero agradecí poder innovar un poco.

Tuvimos que ir hasta el colegio para coger el autobús que nos llevaría hasta allí, para nosotras era casi más fastidioso porque podríamos haber ido directamente en lugar de bajar para subir de nuevo, pero así llegaríamos todos juntos. Llevaba dos bandejas con montones de galletas envueltas con papel film y aun así el olor a chocolate me llegaba a la nariz. No tardamos demasiado en llegar, apenas unos veinte minutos. El edificio frente al que paró el autobús era como un bloque de pisos de ladrillo visto, la diferencia era que la puerta era más grande y un cartel encima de esta señalaba que efectivamente era el colegio al que nos dirigíamos. Ciertamente era impresionante la diferencia entre de donde veníamos y a donde íbamos, se me borró un poco la cara al ver el ambiente que rodeaba el lugar, pero no había que juzgar por las apariencias, así que bajamos del autobús y seguimos el plan que habíamos trazado.

Empezamos a decorar los pasillos con guirnaldas de colores otoñales, carteles que felicitaban las fiestas, dibujos de pavos hechos con el contorno de la mano, plumas y hojas de árboles de distintos tonos anaranjados. En el corredor de la puerta de entrada montamos una mesa y metimos en bolsas de color naranja los diferentes dulces que habíamos preparado. Los profesores fueron bastante cordiales con nosotros, lo más jóvenes incluso nos contaron que cuando ellos fueron alumnos de ese mismo colegio también venían del nuestro a llevar dulces por Acción de Gracias.

Poco a poco los pasillos se fueron llenando de niños de diferentes edades, primero los más pequeños que debían tener menos de cinco años y luego el resto, hasta lo más mayores, que tenían unos doce. Los niños se alegraban de ver que se iban a llevar dulces de sorpresa a casa, algunos abrían la bolsa antes de salir y empezaban a devorar lo que había en su interior. Me levanté del estand para ir a por más bolsas porque ya se habían acabado, al volver me encontré con un par de niñas esperando a que les diese sus respectivos regalos.

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