Capítulo 5

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Abrí los ojos exaltada mientras cogía aire con fuerza y me incorporaba sobre el colchón. Algún estruendo me había despertado y miraba a mi alrededor descolocada intentando averiguar dónde estaba, qué me había despertado y qué estaba pasando. Hasta que me di cuenta de que estaba en mi nueva habitación y el pulso se me empezó a relajar. Unos segundos después averigüé qué era lo que me había sacado de mis sueños de forma intempestiva.

La sirena de lo que parecía ser una ambulancia sonaba en alguna calle colindante a la nuestra. El barullo que se escuchaba fuera de la casa era impresionante, si no hubiese estado así de cansada no sabía si hubiese podido conciliar el sueño. Miré la hora en la pantalla del móvil, apenas eran las siete y media pero notaba que ya no iba a poder seguir durmiendo así que me levanté y me dirigí a la pequeña terraza a la que se asomaba mi ventana.

Los rayos del sol empezaban a calentar el ambiente, y me quedé en silencio observando los edificios de la zona desde arriba. No había nadie en las terrazas que veía, la gente parecía aún en calma, sumida en sus sueños, con las respiraciones pausadas y estirados sobre sus colchones. Estiré mis músculos y respiré el aire fresco de la mañana. Me sentía en paz hasta que escuché la puerta abrirse, mi madre me observaba con los ojos hinchados aún de haber estado durmiendo.

- Buenos días. -Saludé alegre, alegre de verdad. No me había sentido así en mucho tiempo, pero no me duró demasiado.

- No deberías estar aquí en pijama, anda vístete cariño.

Mi interior se ensombreció aunque lo que reflejó mi cara fue una sonrisa cordial mientras caminaba de nuevo dentro de la casa. ¿Por qué teníamos que seguir los protocolos de forma tan extrema hasta en nuestra propia casa? ¿Realmente estaba mal que un vecino me viese con un pijama amarillo de ositos? A mi parecer no era nada importante pero tenía que seguir siendo la perfecta Rebecca así que me metí en mi habitación para vestirme.

Como sabía que el calor se iba a incrementar a lo largo del día me atavié con unos pantalones de cuadros grises que no eran demasiado ceñidos, una camiseta negra de tirantes sin ningún tipo de escote y unas Converse blancas con algo de plataforma. Si mi padre nos iba a llevar a conocer la zona quería ir lo más cómoda posible.

Ayudé a mi madre a preparar el desayuno y aunque sabía que a mi padre le gustaba que desayunásemos todos juntos me comí mi tostada antes que el resto y puse la excusa de que quería terminar de ordenar mi habitación. Dediqué cariño y esmero a colocar mis libros y mis plantitas en los estantes de madera blanca. Un par de marcos con fotos y una bolita de nieve de Texas que me había traído casi como único recuerdo de mi vida anterior. Ahora sí que me sentía en un lugar acogedor que identificaba como mío.

Cuando mi padre volvió de hacer las gestiones que tenía que hacer fuimos a dar ese paseo por el barrio. Harlem era más grande de lo que pensaba, solo un barrio era tan grande como tres veces el pueblo de donde provenía. Todo eso complementado con que en lugar de casas unifamiliares lo que había eran edificios de decenas de plantas donde vivía muchísimas personas, por lo que en un día pasé de vivir rodeada de siete mil personas a hacerlo rodeada de doscientas quince mil. Solo de pensarlo era abrumador, pero por suerte no salían todo a la calle a la vez porque si no el ataque de ansiedad estaba garantizado.

Paseamos por la avenida Malcom X, los edificios eran históricos y cada pocas manzanas nos encontrábamos alguna Iglesia, nunca había visto tantas juntas. Me llamó la atención escuchar música Jazz de fondo cuando pasábamos por cualquier lugar concurrido, los músicos callejeros eran algo muy recurrente por allí al parecer. Pasamos por el famoso teatro Apollo del cual tengo que decir que no es nada espectacular, al menos por fuera. Me fijé en los diferentes restaurantes y bares de la zona y seguimos paseando hacia el sur de Manhattan. Cuando llevábamos un poco más de media hora andando sentí como un cosquilleo me invadía el cuerpo desde la punta de los pies hasta la nunca. Habíamos llegado nada más y nada menos que a Central Park. Solo se veían grandes árboles frondosos y de un color verde tan intenso que dejaba embobado a cualquiera.

New York State of MindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora