Capítulo 1

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No conocía a ninguna persona de mi edad que no hubiese soñado con cerrar la puerta de la vida que estaba llevando para empezar otra desde cero. Ese era un sueño que las novelas juveniles nos habían vendido de forma tan idílica que por unos años fue lo único que deseé. Salir de ese pueblo minúsculo de Texas para convertirme en una persona totalmente diferente era mi gran ilusión, al menos hasta que cumplí los diecisiete.

Mucha gente dice que existe un gran cambio entre la persona que eres en el instituto y en la que te conviertes cuando te vas a la universidad, sin embargo, ese cambio en mi había aparecido un año antes de la cuenta. El que había sido mi novio desde los quince me dejó poco después de mi cumpleaños, a finales de enero. A partir de ese momento me había limitado a dejar que el tiempo pasase, quería esforzarme con mis notas y conseguir ir a una buena universidad. Mis aspiraciones se centraron en puntuales cenas con mis escasas amigas, al mismo restaurante de siempre en ese pueblo de siete mil habitantes.

Lo único que le agradezco a Jenssen de haberme dejado es que lo hiciese en ese momento de mi vida. Comprendí que había sido algo de niños y que el cariño que sentía por él no era el suficiente como para decir que estaba enamorada. Que decidiese acabar nuestra relación no fue lo que más me dolió, lo que me hizo daño de verdad fue la razón que me dio.

- Eres una puta mojigata, ¿esperabas que te esperase toda la vida?

Lloré mucho esa noche entre las sábanas de mi cama, pensando en si tenía razón con lo que decía, pensando en si había algo mal en mí y que no me hacía encajar bien en la sociedad. Mi familia era muy católica, íbamos todos los domingos a misa y yo era voluntaria con mi madre en el asilo. No podía pensar si quiera en darle a Jenssen lo que me pedía a esa edad, sin que existiera un compromiso entre nosotros, y sobre todo sin sentir verdadero amor por él.

Acabé concluyendo que él no tenía razón al cabo de un par de semanas, pero seguí con mi actitud de pelea frente a la vida, solo quería que pasase el tiempo, comenzar el último año de instituto y poder marcharme de allí para conseguir conocerme a mí misma. Pero no pude seguir desarrollando esa actitud defensiva, porque en la última semana del penúltimo curso de secundaria mi padre nos sorprendió con una noticia que convirtió mi verano en las novelas deseadas por los adolescentes y que yo ya no sabía si seguía siendo mi gran sueño.

- Me han aceptado en un puesto de consejero de inversiones.

Soltó mi padre antes de darle un bocado a su tostada de mantequilla mientras hacía como que leía el periódico, aunque sabía que ni siquiera estaba prestándole atención. Mi hermano y yo lo miramos expectantes esperando que siguiese hablando, pero no lo hizo hasta que mi madre no se sentó a la mesa con el resto de tostadas que traía de la cocina.

- ¿En serio? -Dijo emocionada.- ¿Dónde?

Mi padre había estado trabajando en Londres unos años antes de casarse con mi madre, había estudiado economía y ocupaba un puesto parecido al que nos acababa de describir. Sin embargo, tras volver a su pueblo natal y casarse se dedicó a trabajar como administrador del hotel del pueblo. Abiline no era suficiente para alguien que había dejado todo para marcharse a Europa y todos en esa mesa lo sabíamos.

- En Nueva York.

A partir de esas palabras lo único que pude escuchar fue el sonido de mi taza de café chocando contra la madera de la mesa y el ruido de mis padres hablando de forma aturullada. Lo escuchaba todo como si estuviese debajo de agua, mi hermano se quejaba por las palabras que acababa de escuchar. Tenía la edad más problemática de la preadolescencia, trece años, y lo último que quería hacer ahora era hacer nuevos amigos en un sitio diferente al que estábamos acostumbrados, sobre todo con las inseguridades que cualquier chico o chica de su edad solía acarrear encima.

Yo no podía pensar, me había quedado en shock. Las únicas veces que había salido de Abiline había sido con excursiones del instituto, una de esas ocasiones fue para visitar Dallas, y la otra para hacer lo mismo con Austin. Solo habíamos ido a los monumentos más importantes y habíamos paseado por las calles principales, las cuales ya me habían parecido impresionantemente grandes, así que ni siquiera me podía imaginar cómo iba a ser andar por cualquier zona de Nueva York, eso sería otro nivel.

- ¿Tú qué opinas, Rebecca? -Me preguntó mi madre con la mirada nerviosa sacándome de mis pensamientos.

- A veces está bien cambiar.

Fue lo único que me salió decir. Ya me había resignado, estaba todo organizado en mi mente, empezar el último año de secundaria en dos meses, después de las vacaciones de verano y dejar pasar los días hasta que me dijesen que me habían admitido en una universidad de algún lugar diferente al que estaba acostumbrada, pero mis deseos se habían adelantado.

Lo siguiente que recuerdo es estar tumbada sobre mi cama mirando las vigas blancas del techo de mi habitación, había tanto silencio a mi alrededor que era hasta incómodo. En Nueva York todo serían muy diferente, no podría escuchar ese silencio tan cotidianamente, por no decir que no podría volver a escucharlo. ¿Quería ese ruido en mi vida? ¿Lo quería resonando en mi mente cada segundo de mi día?

Lo quería. Ya estaba harta del vacío, de lo cotidiano, de las acciones planas y aburridas que plagaban mi vida. Había cambiado en ciertas cosas desde mi anterior cumpleaños, entre ellas notaba como mi madurez había aumentado, sin embargo, la sensación de sentirme perdida no había desaparecido desde que había tenido la edad que tenía mi hermano en ese momento. Quería una nueva oportunidad. Dios había decidido que iba a experimentar el cambio un año antes de lo esperado. ¿Y quién sabe? Quizá me preparase para lo que vendría después. 

New York State of MindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora