Capítulo 4

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Cuando mis padres se marcharon de mi habitación dejándome sola quise tumbarme sobre mi nueva cama y dormir hasta que se hiciese de día de nuevo, pero mi padre quería llevarnos a cenar a un restaurante del barrio del que se había enamorado. No tenía demasiadas energías, pero sí que tenía mucha hambre así que decidí que me daría una duchar rápida tras haber estado sentada unos diez minutos en la silla de madera del escritorio, mientras observaba la estancia en la que estaba.

Abrí la maleta más pequeña de las dos que había traído, sabía que ahí había metido el neceser con mis cosas para el baño y el vestido que tenía pensado ponerme para salir a cenar. No había traído muchas cosas de aseo, solo lo imprescindible. Pastilla de jabón, champú, crema hidratante y perfume. El resto podría comprármelo allí y así le había podido quitar peso a la maleta.

El baño tenía una lavadora y una secadora en la pared del fondo, también tenía un par de estanterías encima de estas para poder colocar los productos de limpieza. Delante tenía una especie de biombo de plástico negro que intentaba crear la ilusión de que había dos espacios en uno, cosa que se agradecía. El plato de ducha estaba nada más entrar, en la parte izquierda, le seguía el lavabo con un gran espejo y enfrente de este estaba el váter. El suelo y las paredes eran de azulejos en tonalidades grises que hacían contraste con los muebles blancos, a juego con los del resto de la casa.

Abrí el cajón del lavabo para colocar los pocos productos que tenía y me metí dentro de la ducha, el agua caía ardiendo y giré el regulador hasta el otro extremo, necesitaba frescor, quitarme el sudor de la piel, sentirla limpia y suave. Necesitaba despertarme y no verlo todo desde detrás del velo que el cansancio te creaba delante de los ojos y por dentro de los oídos. Quería vivirlo todo tan en primera persona como pudiese.

Me miré reflejada en el espejo mientras me secaba derramando pequeñas gotas sobre el suelo. Me había quedado bastante más delgada de lo que solía estarlo en los últimos meses. Podía ver un pequeño espacio vacío entre mis piernas, espacio que no solía estar, además las costillas se me marcaban levemente bajo mis pechos. Tenía las manos más huesudas que la última vez que reparé en ellas y a decir verdad la cara también era levemente más fina.

Mi primer desengaño amoroso combinado con cambiar de aires habían hecho que mi apetito se viese muy limitado últimamente. Eso combinado con las carreras que pegaba cada mañana antes de ir al instituto supongo que habían provocado que el reflejo que estaba observando fuese diferente a lo que recordaba. Dejé de mirarme con tanto detenimiento y fui hasta mi habitación para vestirme.

Decidí que un vestido de flores de color azul sería suficiente para ir a cenar, sobre todo si estaba tan cerca como mi padre aseguraba, pero cuando asomé la cabeza por la ventana que daba a la terraza me di cuenta de que el calor de Nueva York solo iba a poder experimentarlo mientras el sol estuviese en el cielo, porque en cuanto comenzaba a oscurecer un aire gélido se adueñaba de la ciudad. Sustituí las sandalias que me iba a poner por las mismas zapatillas que había llevado antes y agregué una cazadora para no congelarme.

Cuando salimos de casa noté que el barullo de la ciudad se había visto incrementado porque era viernes noche. Todos los jóvenes a los que nos cruzábamos iban en grupos y hablaban eufóricamente sobre los planes que debían haber hecho para esa noche. Me sorprendió ver lo diferentes que eran unos de otros. Que todas las chicas vistiésemos con ropa parecida parecía haberse quedado en el territorio de Abiline. En el mismo grupo vi a una chica que vestía con una falda de tul y un top tan minúsculo que no pude no mirarla con reprobación, una chica vestida totalmente de negro y con medias de rejilla decoradas por agujeros que parecía que había hecho ella misma. Iban acompañadas con un chico que vestía con un chándal en tonos beige tan claros que se mancharía solo con toserle encima. Todo me llamaba tanto la atención que casi me choco con mi madre cuando llegamos a un paso de peatones.

New York State of MindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora