Capítulo 9: Jaden

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Faltó el canto de un duro para que no pudiese ir a la fiesta de cumpleaños de Mario. Sabía que no se enfadaría si no hubiese podido ir, pero en los últimos meses me había hecho muchos favores como para no presentarme. Tenía la barba hacha una mierda pero por lo menos había podido ducharme, a la gente le importaba tres cojones si venía oliendo a desodorante o a sudor pero necesitaba meter la cabeza debajo del agua fría, había pasado un calor de tres pares de cojones.

La puta policía me tocaba las pelotas cada día más, tenía que tener los ojos en mil sitios para no joderla otra vez. Al principio no me importó demasiado, mejor ser precavido, pero después de unos meses igual me empezaba a costar dormir de lo estresado que estaba. Me había auto cogido esa noche libre, pensaba beberme hasta el agua de los floreros, por eso me cabreó encontrarme con movida nada más llegar.

El gilipollas de Abraham la estaba volviendo a liar, no había fiesta en la que no tuviese un follón, pero en esta ocasión se estaba pasando de la raya. No sabía quién le había pasado droga porque a mí me debía casi cien dólares, pero lo que estaba claro era que no solo había consumido alcohol. Iba a pasar del tema pero de repente vi un cuerpo pequeño y delgado caer al suelo, el muy gilipollas había lanzado por los aires a una chica que probablemente podría haber levantado solo con un brazo.

La farola de la calle la alumbró. El pelo rubio le tapaba la cara, pero pude ver que el color de su piel era tan pálido que entendía que hubiese llamado la atención, no solía haber muchas chicas así por ahí. Cuando la escuché sollozar sentí algo que hacía bastante que no sentía: pena. Los tacones la hacían parecer un poco más alta de lo que realmente era, debía medir más o menos un metro sesenta. Nadie pareció querer meterse por medio y aunque lo último que me apetecía era solventar problemas de otros, sabía que con un par de palabras echaría a ese gilipollas de ahí, así que decidí ser piadoso.

- ¡Eh, ¿qué cojones estás haciendo?!

Me miró con odio hasta que se dio cuenta de quien era, debió recordar automáticamente todo el dinero que aún no me había pagado porque se marchó de allí echando leches. Me acerqué al cuerpo tembloroso del suelo, parecía un puto chiguagua mojado. La cogí de los hombros para levantarla y cuando su pelo se apartó de su cara y abrió los ojos me miró con unos ojos verde oliva cargados de pánico. Joder, me enfadé solo de pensar en lo guapa que me parecía. Solo con oler su perfume me di cuenta de que el bote del que provenía costaba casi tanto dinero como el que me debía Abraham.

Intenté sonsacarla un poco hasta que me dijo que había venido con Mad. Efectivamente, mis sospechas eran ciertas, si había venido con ella debía de ser una de sus amigas de Manhattan, de las que se arropaban con billetes por la noche. Me obligué a no sonreír cuando le pregunté cómo se llamaba.

- Rebecca.

Madre mía, no sabía cómo no había acabado la noche aún peor, era como una diana, no dudaba que la gente la habría estado observando durante toda la noche. Que Mad ya fuese una veterana por aquí la había salvado, de lo contrario, esa noche se habría tornado mucho más complicada. 

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