¿En qué se parece una figura inanimada a un humano?

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Los surcos, las manos, los dientes y los halos todo ha sido construido por el deseo humano de plasmar una figura de inmortalizar un orgullo, grandes monumentos que se erigían antaño en plazas y castillos son ahora pequeñas piezas que caben en los armarios, en los bolsillos, los sobremesa y también en nuestros baños, están por todas partes y donde menos te lo esperas, están colgando de tu maleta, están adornando tu plato, la cocina, la cochera, en el arco de flores en el patio. Acompañan la belleza, se confabulan con la delicadeza, pero estos son algunos que de la entropía se liberan, de piezas y modelos, de estatuas y tallas, por montones en las repisas juntándose a más no poder, cambiando tan deprisa a otra forma de ver, una estética muda las constituye, se levantan con el amanecer y a la luz de los focos trasnochan. Ahora las hay muy pintorescas, sin pretensión de embellecer, satíricas o grotescas, espeluznantes o inquietantes, son la compañía de la casa, de la habitación vacía, son la muchedumbre que ofrece pleitesía, porque el honor era suyo heredado de quienes representaban, pero ahora son en sí mismas adoradas, en sí mismas condecoradas, las gracias caen sobre ellas y ellas ofrecen su labor a su dueño desde la comodidad de su hogar. El cielo cayo tan deprisa y ahora con gran facilidad podemos apreciar el rostro de un ángel que imaginar no podemos, es más fácil ver estatuas y recordar a lo lejos que antes de ser adornos eran algo supremo, pero sin importar la estima que su poseedor les asigne terminan olvidadas cuando el tiempo ha transcurrido, después de todo que son ellas sino el humano mismo representado con esmero, con variedad y tan fiel a sus hacedores que al final son polvo que a formar otras piezas, prontas se disponen.

Diálogos nocturnos que hago llamar poemas [Nuevos capítulos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora