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Una risa comenzó a escucharse por todo el pasillo, por lo que volteé, encontrándome con un chico más alto que yo.

—Hola. – dijo el chico y comenzó a reír sin razón aparente, pero de un momento a otro se quedó en silencio. – Hola. – dijo de nuevo y volvió a reír, causándome unos escalofríos nada buenos.

—Ho...Hola. – dije, nerviosa.

Sinceramente, no confío en ese chico, algo me daba mala espina, pero quizá sea porque es un paciente de este manicomio.

—Me llamo Mason. – sonrió y me tendió la mano. – ¿Y tú eres...?

—Yo soy Autumn. – dije mirando su mano, la cual bajó al ver que no correspondí su saludo.

—Bonito nombre para una bonita chica. – dijo sonriendo y yo lo miré algo ruborizada. – ¿Me acompañas a mi habitación?

—Claro. – murmuré y sentí como enlazó nuestros brazos para guiarme hacia lo que parecía ser su habitación. – Linda pulsera. – dije, mirando su extraña pulsera que lleva en su muñeca, lo que es realmente extraño ya que los pacientes no deberían llevar eso consigo.

—Gracias. – sonrió. – Me la obsequiaron hace meses.

—Oh... ¿y quién lo hizo?

—El chico que anteriormente trabajaba aquí. – sonrió de lado. – Así que... – me miró. – ¿Eres nueva aquí? – me preguntó y yo asentí. – Te encantará este lugar. – sonrió y me miró. – Pero... – borró su sonrisa de su rostro. – Debes cuidarte de ellos...

Al decir eso, abrió una puerta y me llevó dentro de una amplia habitación.

En esta habitación se pueden ver recortes de incidentes que pasaban en la ciudad, de personas desaparecidas o asesinatos en los últimos veinte años, aunque una noticia que pude apreciar me dejó helada.

Se trata sobre un accidente en el cual murieron dos personas, ese accidente en auto que recordaba como si hubiese ocurrido ayer, como si hubiese ocurrido hace poco tiempo, como si en un parpadeo hubiese viajado en el tiempo y que, en realidad, no ha pasado tanto desde ese incidente.

O al menos para mí fue así.

Ese accidente que tuve con mis padres ahora se encuentra en esta habitación.

El recorte de ese periódico que mostró la noticia me dejaba tan atónita, tan helada, tan nerviosa.

Volteé a ver a Mason y él tan solo me miraba mientras se encuentra sentado en su cama, con tanta tranquilidad como si no sucediese algo.

—¿Quie...quienes son ellos? – le pregunté mientras tragaba saliva, tratando de olvidar la noticia.

—Ellos son malos. – dijo, mientras abrazaba sus piernas y se comenzaba a mecer. – Son muy malos...

—Hey... tranquilo. – dije mientras caminaba hacia él, pero se intentó alejar de mí, encima de la cama.

—No me toques. – me dijo, temeroso.

Me alejé de él y comencé a observar todo alrededor, todos los incidentes en las paredes, por lo que entré en razón y supe lo que debo hacer.

Miré el cuaderno en mi mano y vi el nombre de Mason en él.

Su enfermedad es el trastorno de identidad disociativo, lo que significa que este debe ser su otra personalidad, su personalidad temerosa, el Mason distinto al que llegó por primera vez a este lugar.

Debía hacer algo para que no se siga dañando a sí mismo, para que no siga sintiendo miedo de algo que probablemente no existe, que solo existe en su mente.

—¿Te gusta resolver misterios? – le pregunté, mientras miraba los recortes.

—Si... – vi como dejó de abrazarse las piernas y se acercó a mí. – No confíes en ellos. – dijo, mientras comenzaba a empujarme hacia la puerta.

—¿Qué...? – me interrumpió.

—Ellos son crueles, nos hacen esto. – dijo, sacándome de la habitación.

—Pero... – no pude seguir hablando ya que él cerró la puerta en mi cara, lo que me hizo retroceder con confusión. – Vaya... sí que está loco. – murmuré para mí misma y me alejé de esa habitación.

Continúe mi camino hacia las otras puertas, hasta llegar a la 402B.

Acerqué mi mano al pomo de la puerta, pero las luces comenzaron a parpadear sin parar, lo que me hizo voltear hacia los lados, viendo el pasillo tan solitario y tenebroso.

A lo lejos vi una silueta, un hombre sin cabello, aunque, por cómo se ve, no parecía ser realmente un hombre, parecía ser una criatura extraña.

Tragué saliva y giré el pomo de la puerta para poder adentrarme a la habitación, pero esta no se abría.

Vi como la criatura se ponía de pie y comenzaba a caminar hacia mí, con lentitud y como si estuviese torcida de alguna manera.

Las lágrimas amenazaban con salir, hasta que la suerte me salvó y la puerta se abrió.

Me adentré en ella y cerré la puerta mientras respiraba tan fuertemente.

Recargué mi frente en ella y cerré mis ojos, intentando tranquilizarme, quizá esto se deba a mi falta de comida o algo por el estilo, también puede que sea porque no estoy acostumbrada a esto, lo que es normal, ya que poco a poco podré estar en este lugar con tranquilidad, sin imaginarme cualquier cosa.

Me giré y pude ver a una señora mirando hacia la pared, como si estuviese ida o algo por el estilo.

Me acerqué a ella y pude ver que es la misma de los volantes, y la misma que me encontré el primer día que entré al manicomio.

Carraspeé un poco y decidí hablar, llamando su atención.

—Hola. – dije mirándola, a lo que ella volteó a verme.

—Oh, ¡Autumn querida! – sonrió y caminó hacia mí para envolverme con sus brazos, así abrazándome.

Pero yo me quedé estática.

¿Cómo demonios me conoce?

Es decir, yo no la conozco para nada y ahora ella sabe mi nombre sin siquiera habérselo dicho.

—Uhm... hola... – dije algo incómoda, pero a la vez confusa.

—Marie, me llamo Marie. – sonrió y se separó de mí.

—Hola Marie. – sonreí. – Disculpa por la pregunta, pero... ¿Cómo me conoces?

—¿No te acuerdas de mí? – vi como dejó de sonreír y se alejó de mí algo triste.

—Solo recuerdo que nos diste a mi amiga y a mí los volantes... y ese día en la entrada...

—Oh... es que eras muy pequeña. – sonrió. – Por eso no me recuerdas. – dijo y de pronto comenzó a reír muy fuerte.

Miré el cuaderno y vi como el nombre de lo que parecía ser un medicamento que, al parecer, debía inyectarle.

—Ya regreso, Marie. – sonreí y abrí la puerta de la habitación con algo de miedo.

Temo que vuelva a aparecer esa cosa que me asustó hace un momento.

Caminé por el pasillo, buscando una puerta que diga algo sobre medicamentos o lo que sea que indique que debo buscar esa inyección en ese lugar.

Relamí mis labios y pude ver la puerta que titulaba "Enfermería".

Acerqué mi mano al pomo de la puerta y abrí la puerta, pero en eso, un susurro en mi oído me hizo sentir escalofríos por todo mi cuerpo.

Me dejó completamente helada.

Me dejó con ganas de salir corriendo de este lugar.

El susurro proveía de lo que parecía ser alguna especie de criatura, por lo grave que es y lo tenebrosa que suena al momento de susurrar ese nombre que hace años llegué a escuchar, sin comprender el por qué, tan solo decía mi segundo nombre, ese nombre que no utilizaba, pero que me pertenece.

"Marie..."

***

[COMPLETA] ✓ECHO - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora