Capítulo 17: Ignición.

184 5 1
                                    

Alexia Louvier:

Desperté poco a poco, dándome cuenta que eran las 15 de la tarde y viendo a la enfermera que nos miraba a Ethan y a mí con dulzura infinita grabada en la mirada.

—Oh, lo siento. Es que estas cosas me emocionan.–explicó secándose una lagrimita que se le escapó.

—No pasa nada. Es un hombre maravilloso.–sonreí hacia ella.

—Lo imagino. Con el amor que hablas es imposible no creerlo.–se acercó a la camilla y revisó mis signos vitales.—¿Cómo te sientes?–preguntó.

—Bien, sólo me palpita un poco el brazo.–expliqué.

—Ya veo. Te administraré un analgésico y apenas se despierte tu novio iré chequeando tu respiración, ¿Bien?–asentí e inyectó el analgésico a través de la intravenosa que no sabía que tenía en el brazo. Dios, odio las agujas. Cerré los ojos y sacudí un poco mi cabeza, despertando a Ethan.

—¿Dulzura...?–habló con voz somnolienta.

—Hola, grandulón.–sonreí.

—Bien, ahora que se despertó puedo chequear tu respiración.–se acercó a mí y chequeó mi respiración, la profundidad con la que respiraba y si tenía algún hematoma.—Soy Jeanie, por cierto.–sonrió lentamente.—Siempre que esté los cubriré.–le habló a Ethan.

—Gracias.–dijo éste agradecido.

—De nada.–se levantó y me explicó los controles y botones de la camilla, y por si necesitaba algo que apretara el botón azul al lado de la misma.—Bien, ya tengo que irme. Te enviarán la merienda pronto y ya estamos. Cuídate, por favor, mientras no estoy. Hasta luego.–saludó en una graciosa seña militar y se fué.

—Simpática.–dijo Ethan.

—A mí me pareció dulce.

Nos miramos e hice un puchero.

—Ven aquí.–señalé el lado de la cama.

—Ah no, señorita. Usted debe descansar.–me miró serio.

—Bien.–pensé en lo que más me interesaba saber sobre él y me encontré queriendo saber la razón de su apodo.—¿Ethan?–pregunté suavemente.

—¿Qué pasa, dulzura?–preguntó.

—Verás... Este, ¿Quiero saber la razón de tu apodo?–dije cautelosa.

—¿Mi apodo? ¿Ignis?–preguntó y asentí.—Es una historia un poco larga... Mi madre murió cuando nací, ella estaba casada con un hombre que la amaba. No era mi padre biológico, llevo el apellido de mi madre. Me trató como la mierda desde que tenía memoria. Siempre me culpaba por la muerte de mi madre, ocasionando que me odiara a mí mismo.—veía como le dolía el contarme, pero aún así seguía.—Tenía unos 13 años cuando me inició en las peleas clandestinas, queriendo que muriera allí uno de esos días. Nunca lo logró, seguía y seguía, dejando contusiones, e incluso disparos que pudieron matarme. Un día de esos me golpeó, tan fuerte que no pude ponerme de pie. El maldito casi me mata, me dejó tirado en el suelo y se fué a beber. Tenía unos 16 años cuando él estaba dentro y quemé la casa. No tenía mala intención, pero era él o yo. Y como mi madre dejó su vida para darme la mía, tenía que sobrevivir, por ella, por mí, y por quienes aún veían un rastro de luz en mí. Uno de esos días en los que buscaba trabajo, el padre del prez me ayudó, siendo como un padre para mí y enseñándome a protegerme, conocí a Nate al poco tiempo y nos hicimos muy buenos amigos. Cuando murió y le dejó la presidencia a Nate, Nate me dejó como vicepresidente, así tomando las riendas del club junto a él. Dejando libre por fin mi pasado, presente y futuro. Esa es la razón de mi apodo, dulzura. El fuego*, que causa ignición para renovar.–explicó.

Entre tacones y motocicletas [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora