Hongos alucinógenos y brownies especiales

236 26 14
                                    

Era el último en dejar la oficina, se vio obligado a hacer horas extras de absolutamente nada por llegar tarde a causa de Pearl, quien insistió para que pasara a comprarle nuevos zapatos con dinero que no tenía, lo que lo llevó a tener una deuda con su jefe, que a su vez llevó a una paga aún mas reducida ese mes. Cerró con llave la oficina y la guardó en su gran abrigo, acomodó su gorro invernal, se calzó bien las pesadas botas y sujetó firme su maletín listo para volver a casa.

La noche estaba helada, el frío se desprendía de las calles y se colaba por debajo de su ropa haciendo el abrigo inútil. Se cubrió la nariz para estornudar y enseguida volvió a guardar su mano en el calido bolsillo. No parecía que algo interesante fuera a ocurrir esa noche tampoco, era el pueblo mas aburrido que conocía; a excepción del supuesto avistamiento del 79, el cual atrajo unos pocos turistas que no se quedaron ni una semana debido a lo aburrida que era la vida en Bemidji, incluso para sus propios habitantes.

Dejaba huellas en la alfombra de nieve a su paso, no era una capa especialmente gruesa que lo hiciera hundirse en ella, pero era lo suficientemente profunda para ocultar la suela de sus botas y poco más. Se detuvo a quitar nieve de su pantalón cuando vio a Gus, el cartero del pueblo, pasar corriendo abrazando un gran paquete contra a su pecho. Lo escuchó repetir una y otra vez que estaba llegando tarde, seguro a una entrega. También vio un ligero papel deslizarse por sus brazos y caer al suelo mientras el cartero se alejaba con prisa. Se acercó a dónde cayó el papel y lo tomó, era una hoja de comprobación para recibir el paquete, la única prueba de que Gus cumplió su trabajo. Miró por dónde se había ido el cartero y sin pensarlo mucho corrió tras él.

Otro se hubiera rendido a las pocas calles, cualquiera hubiera pensado en dejar el papel en la oficina, pero Lester estaba determinado a entregarlo en persona porque sabía lo que era sentirse un fracaso y que nadie confíe en ti nisiquiera para un simple trabajo. No quería que eso le sucediera a Gus, no sabiendo que tenía una hija que mantener y a la que no querría decepcionar. En cierto momento dobló en una esquina y lo perdió de vista así que aceleró el paso, pero en al girar no encontró nada; era el final del pueblo, frente a él se abrían la carretera y kilómetros de una espesa nieve bajo el oscuro cielo nocturno. Miró hacía los lados sin comprender, pensó entonces que quizás había subido a su camión de envíos, pero no había rastros de neumáticos en el suelo y en esos pocos minutos no había caído nieve que pudiera haberlos ocultado.

Dio unos pasos fuera de la ciudad solo para estar seguro y acabó tropezando, levantó el rostro de la nieve y volteó, entre sus pies estaba la caja de cartón que cargaba Gus, era más pequeña de lo que parecía. Se acercó al paquete, sacudió la nieve de sus manos y abrió con cuidado la caja; en su interior encontró una caja aún más pequeña de color rojo que tomó y también abrió. Esa tenía guardado un pequeño brownie de chocolate con un aroma nada dulce, en el interior de la tapa había escrita con caligrafía dorada una simple instrucción, Cómeme. Un bizcocho con aroma peculiar dentro de una caja extrañamente delicada no era de confianza, eso pensó Lester y cerró la cajita de terciopelo. Busco en la caja grande o en la confirmación alguna dirección o nombre de destinatario, pero no halló nada, así que decidió llevarse el paquete a la casa y dejarlo en el correo mañana por la mañana.

Al entrar a su casa fue consciente de la ausencia de Pearl debido al silencio muerto que había, normalmente escuchaba quejas apenas ponía un pie dentro, pero esa noche al parecer su esposa decidió salir. Colgó el abrigo en el perchero tras la puerta, dejó su maletín en el sofá junto a su gorro y cruzó a la cocina para hacerse la cena, en la mesa dejó la caja de terciopelo. Buscó en el refrigerador los ingredientes que usaría, los dejo sobre la mesada y cruzó la sala una vez mas para subir las escaleras a su habitación. Allí se deshizo del saco, la corbata y las pesadas botas; dejó todo sin cuidado sobre la cama y abandonó el cuarto. Regresó a la cocina y se puso a cocinar, empezando con los champiñones que no recordaba haber comprado en el mercado; tomó uno de la bandeja y lo miró curioso, el sombrero era mas grande que el de los champiñones comunes y era de un peculiar color amarillo en contraste con los grises ordinarios. Lo olfateó descubriendo su aroma dulce, la punta de su lengua apareció entre sus labios dudosa, con precaución acercó el hongo a su boca y le dio una pequeña lamida, sabía a tierra.

El champiñón cayó al suelo cuando Lester se sostuvo de la mesada, un mareo repentino le hizo perder el equilibrio y los reflejos. Apretó los ojos tratando de arreglar su borrosa visión, pero eso era mas que una migraña por tanto trabajo, que era lo que Lester supuso que tenía. Las formas de la cocina se alargaron, estiraron y ensancharon en todas direcciones; los colores se volvieron saturados y luego apagados y luego tonos pastel. El piso se movía bajo sus pies, giraba y se hundía provocándole vértigo y náuseas. Tropezó hacia atrás con sus propios pies, alcanzó a sujetarse de un silla pero su alterada vision se posó sobre la caja de terciopelo abierta en la mesa y enfocó en el brownie; el bizcocho pareció cobrar vida, le creció una boca y comenzó a llamarlo tentativamente. Lester acercó lentamente la mano hacia el dulce, hipnotizado para darle un bocado como indicaba la letra dorada, pero la inclinada silla cedió y el rubio fue a parar al suelo. Giró sobre sí mismo y vio como el techo se alejaba de él, volviéndose mas y mas alto, o quizás... él era el que se estaba encogiendo.

Lester en el país de los Problemas (Lestrick)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora