VI. Un Respiro y Una Duda

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Jamás en mi vida le había pegado a Daniela, y justo cuando se puso la mano en la mejilla izquierda yo sentí un calor abrasador en mi propia mejilla, seguido de un ardor, como si fuera a mi a quien hubieran abofeteado. Lo que mas me dolía era que no sentía culpa o arrepentimiento, como si me sintiera bien con lo que hice. Era cierto que ese tal Daniel no me agradaba mucho pero nunca me habría sentido capaz de tocarle un pelo a mi hija por ningún motivo. Mi consuelo es que al menos ya no saldrá con ese chico.

Hace un momento mi hija salió corriendo y se oyó un portazo a lo lejos, pero tengo el alivio de que sé que no era la puerta principal lo que escuché. Me tumbé en la cama boca-arriba y apoyé mi mano en mi cara para ver si así el dolor de cabeza disminuía. No sabía que hacer , probablemente debería de ir a hablar con ella, pedirle perdón pero ni idea de que le diré. "Perdona por abofeteate hija, estas castigada por tu mala actitud, dame tu teléfono..." pensé con ironía, obviamente eso no sería lo mejor que podría decirle.

Salí de su habitación y, siguiendo mis instintos, me dirigí al baño del cuarto de visitas, que era donde se escondía cuando estaba triste. Camine lento para evitar que escuchara mis pasos y se escondiera en otro lado, era bastante evidente que no quería verme ni en pintura. Asome la cabeza por la puerta y sentí una punzada de miedo en el pecho cuando vi solo un baño desierto frente a mis ojos. Había algo distinto... ¡Estaba la ventana abierta!

La llame a gritos por toda la casa sin obtener ninguna respuesta, incluso salí a la calle solo para parecer la loca que gritaba sin control "¡Daniela!" pero sin conseguir nada.

Me subí a mi auto deprisa sin pensarlo dos veces, tratando de ignorar el dolor de mi pierna, que ya se volvía insoportable. Empezaba a preguntarme si podría conducir sin desmayarme del dolor. Intenté apoyar el pie lastimado en el freno solo para probar, y la dureza del yeso evitaba cualquier tipo de dolor. Puse el auto en marcha y el primer lugar en el que pensé fue en el instituto, quizá huyo ahí. Aparqué el auto frente a la puerta. Eran las 4:27 pm así que ya no había señal de alumnos por ningún lado. Me metí por un hoyo en la rendija. Subí a la tercera planta, que como era la ultima, podría ver bien desde ahí. De pronto un ruido en el techo despertó mi curiosidad y fui en busca de la escalera que conectaba con el techo. Subí dando saltitos para no lastimarme y me sorprendí al ver a Daniel sentado en el borde de la construcción con las piernas colgándole por el vacío. Me acerqué con cuidado de que no escuchara mis pasos pero mis intentos fueron en vano, ya que se volvió hacia mi, pero sin parecer sorprendido.

-¿Que haces aquí a esta hora en el colegio? No estas haciendo diabluras ¿verdad?

-Mira Adelyn...-dijo con su acento de Italia, pero yo lo interrumpí.

-No te sientas con la confianza de decirme por mi nombre, aún no me agradas.

-Sé que seguro piensa lo peor de mi, pero no sabe mi versión de la historia.

Me senté a su lado con curiosidad, es cierto que lo critique sin conocerlo, pero todo indicaba que era un mal muchacho.

-Como sabe, yo vivía en Veronna Italia, viví allí toda mi vida, de hecho, mis padres se separaron cuando yo tenía sete años y mi padre se mudó aquí, a México. Cuando yo tenía once años mia mamá enfermó gravemente y en su lecho de muerte hace medio año, me pidió que viniera a buscar a mio padre para vivir con él hasta los 18, cuando pudiera regresar por mi herencia... Cuando lo encontré negó conocerme siquiera. Exigí mi herencia por medio de una carta a Italia y cuando la recibí, me sorprendí de saber que eran 30mil euros. Me compré un apartamento y me inscribí en este colegio. Se me dificultó un poco por las firmas de los padres y le pague 400€ a mio padre para que firmara. Comencé a darme cuenta de que algún día el dinero se me acabaría. Yo era muy bueno en la escuela allá en Europa así que empecé a cobrar a los alumnos para hacerles los deberes escolares...

En mi Burbuja de SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora