5. Adentrándose En La Lobreguez

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~Narra Arturo~

Edificio alto... Edificio alto...

Un rascacielos gigante e inmenso puedo contemplar atentamente desde la acera del lado. Cruzo el paso de peatones y ahí lo tengo, a mi alcance. Todo parece normal hasta que entro. Las puertas de cristal automáticas abren paso y decido introducirme. La tecnología allí dentro parece más desarrollada que en la terrestre. Sigo andando y me topo con lo que parece un guardia de seguridad.

―Identificación.

Al principio, no sé cómo actuar.

―Muy buenas, señor, me preguntaba si me podría indicar en qué piso se encuentra el gestor de todo este embrollo. ―Digo mirando a mis alrededores.

Él, al ver que no me aclaro, me agarra de la muñeca fuertemente y me saca de allí.

―Déjate de tonterías y vuelve con tu familia número cuarenta y tres.

¿Pero este que se ha creído? Pienso. Tal es el enfado que crece en mí que se me ocurren un puñado de ideas para colarme en el rascacielos.
Que si pido prestada una cuerda y lo escalo, que si me pinto el cuerpo y me hago un buen camuflaje, que si me cuelo a traición sin siquiera pensarlo, etc.
El guarda me mira con el pensamiento de: ¿qué carajos? Y es cuando me doy cuenta de que estoy interpretando mis ideas y haciendo movimientos raros en público y a la vez las puertas mecánicas se están abriendo y cerrando continuamente.
¡Diablos que estupidez acabo de hacer!
Regreso al interior de la construcción y lo vuelvo a intentar.

―Saludos, vigilante. ―Le hago una reverencia.

Por su mirada interpreto lo que va a suceder.

―¡Mira! ¡Un orangután! ―Señalo algún lugar detrás de él.

El necio mira atrás, me pongo a correr sin morir en el intento y entro en el ascensor.
Por intuición, le doy al último botón, último piso; número veinticinco.
Noto que mis pulsaciones están alteradas debido a lo que acaba de suceder y la musiquita en teoría relajante del ascensor, no mejora las cosas.
¡Ding! Se abren las puertas y me recorre un escalofrío empezando por las piernas.
Me asomo mirando ambos lados y salgo como si fuera a pisar el suelo de madera intentando que no se oiga su crujir, a las dos de la madrugada.

―Ey, ¿buscas algo?

Alzo la mirada y veo una mujer hecha y derecha con una sonrisa auténtica. Luce una melena roja como la sangre y sus ojos morados, ¡morados! Me hipnotizan haciendo que mi cuerpo esté a punto de desplomarse.

―Pareces confuso... ―Dice asomando la cabeza porque, su altura comparada con la mía es por lo menos de diez centímetros de diferencia.

―Estoy confuso. ―No pienso en lo que
digo. ―Muy confuso.

La mujer se ríe.

―Número cuarenta y tres. ―Agarra un listado que tenía en la mano y va arrastrando el dedo hacia abajo hasta que se para. ―Uy. ―Su cara pasa de divertida a extrañada. ―Eh... Estatura uno sesenta y ocho, moreno... Terrestre.

―Exacto, espera, ¿cómo? ―Digo alucinando.

La mujer me agarra del brazo y me mete en el ascensor.

―Has cometido un grave error muchacho.

―Oye yo ya no sé que hacer, quiero volver a mi casa y a decir verdad tengo miedo. ―Digo intentando tranquilizarme.

―Sé como sacarte de aquí y no voy a permitir que esto vuelva a pasar otra vez.

―¿El qué va a pasar otra vez?

―Somos una organización que gestiona todas y cada una de las vidas de los seres vivos de la Tierra. Lo controlamos absolutamente todo y mejoramos el planeta. Bueno, al menos esa era la finalidad antes de que cayera en manos equivocadas y nosotros; atrapados aquí, obligados a contribuir en este plan malévolo de contraatacar. Por otra parte, nadie sabe las verdaderas intenciones de los de allí arriba.

―¿Los de allí arriba? Dices...

―Hace tiempo hubo una conexión con la superficie y nos atacaron. Algunos de ellos se encuentran escondidos en el último piso, planeando la huida perfecta. Nadie jamás de los jamases podrá percibir quién se esconde debajo de esas máscaras y trajes oscuros. A no ser que bajes para vivir una experiencia aterradora. Es algo así como una logia, para que me entiendas.

―¿Estás con la logia? ―Pregunto atónito.

―No, te he dicho que somos trabajadores aquí y obligados a asentir a todo lo que nos manden.

El ascensor se detiene y ella se arrodilla y comienza a orar. Sin interrumpir sus actos, intento con todas mis fuerzas abrir las puertas, el resultado es en vano.

―Lo siento mucho. ―Dice sentándose y agárrandose las piernas y posicionando su cabeza en sus rodillas a la vez.

―No importa mujer.

―¿Pero cómo no va a importar? Debí suponerlo, eres tan ingenuo...

El ascensor se arregla, al menos eso parece. Pues va a ser que no; comienza a bajar muy deprisa, tanto que nos vemos obligados a extendernos en el suelo y cubrirnos con los brazos sobre la cabeza. Hemos caído y las puertas se abren como si nada hubiera sucedido. Está todo muy oscuro al otro lado de la puerta y de pronto se acercan tres hombres con capa y capucha.

―Oh no, no, ¡NO! ―Grita la chica mientras la intentan sacar de ahí a la fuerza. ―¡Me equivoqué, eso es todo! ¡Soltadme!

A mí también me agarran e intento defenderme.

―¡No sé quién sois, pero os zurraré como es debido! ―Digo y uno de ellos me aplica un trapo en los orificios nasales y en los morros.

¡No voy a respirar! Me digo a mi mismo. Demasiado tarde, la substancia que llevaba el pañuelo; probablemente cloroformo, va entrando en mi interior y cada vez estoy más débil. Percibo voces:

―El cloroformo no funciona así imbécil.

¡La voz es de ella! Recupero el conocimiento y golpeo a uno de ellos en alguna parte del cuerpo. La tomo de la mano e intentamos escapar. Uno de los encapuchados la hiere en la cabeza y ella finalmente cae en manos de este. Estoy acobardado.

―¡Tú! ―Veo que me señala el dedo de uno de ellos. Puedo llegar a verlo gracias a unas velas esparcidas aleatoriamente.

Me atrapan. La secta me atrapa.

Surcando Las AguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora