15. ¡Chas! Y aparezco a tu lado

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~Narra Arturo~

La cubierta oscila de un lado a otro, Gabriel y yo nos preparamos, aunque con esta particularidad, para la fuga.

―No intentéis luchar. ―Chasqueo los
dedos. ―Os seguiremos a escondidas.

En tal caso, debido a que el plan ha sido alterado; Gabriel y yo intentaremos improvisar.
El hombre y el muchacho conducen a nuestros amigos adentro del edificio. Nosotros acompañamos sus pasos, andan suficientemente descuidados por el momento. Gabriel me habla bajito.

―Arturo, ¿a dónde los llevan? ―Interpela él.

―No me hago ni una mísera idea. ―Miento. ―Bien... quizá los llevan a los pisos subterráneos.

Engullimos saliva; se aproximan al elevador.
Localizamos diversas plantas de bambú artificiales, que nos sirven de escondite.

―No veo nada. ―Me informa Gabri.

―¡Shh! Concéntrate. ―Lo enmudezco además de obstruir el paso de oxígeno por su boca con mi mano derecha. ―Están dentro.

Las puertas mecánicas se cierran cautelosamente.
Andamos de puntillas; como si tuviéramos pies de plomo. El monitor muestra el número diez.

―Es el momento, ¡vamos!

Gabriel asiente con la cabeza y ingresamos en el ascensor. Pulsamos el botón que nos llevará a la planta diez.

―Estoy enérgico, ¿y si sale mal? ―Me pregunta intranquilo.

―No vamos a fracasar, tú solo... pretende camuflarte.

―¿Y este cachondeo? ―Gabriel abre los brazos, refiriéndose a la melodía instrumental sensual del ascensor  y se aguanta la risa. ―Inimaginable.

Carcajeamos juntos, actuamos campantes, pero al abrirse el paso; el contenido del otro lado nos vuelve a jugar una mala pasada.

―¿Cabe la posibilidad de que nos hayan descubierto? ―Pregunto y decido responderme a mi mismo. ―Cabe.

Un personaje un tanto exacerbado, se apresura por dar con nosotros. Gabriel usa el arma de guerra: puñetazos descontrolados por cualquier parte añadidos con patadas brutas con el empeine (no hay nadie como Gabriel empleando técnicas del'Street Fighter' ). Yo, en cambio, lo monto como hice con aquel gigante malformado en las mazmorras. Lo derrumbamos, en el sentido literal, gracias nuestras métodos de defensa disparatados.

―Estoy sudando y solo es el principio. ―Jadea Gabriel despejándose la cara con el camisón.

―¿Pero tú te has visto?

―La verdad es que no. ―Bromea.

―¡Vas para cinturón negro!

A él se le ruborizan las mejillas. Tiempo después indagamos y recorremos, a hurtadillas, cada rincón de la planta. Nos adentramos en una sala poco habitual en un lugar diseñado expresamente y únicamente para oficinas y sus trabajadores. La habitación está compuesta por elementos destacables como ejemplarmente: una mesa de conferencias circular (se asemeja a una rosquilla) de cristal negro, acompañada de asientos de cuero también de color, dirigidos a un grande proyector. Las persianas están entreabiertas, dejando un insignificante espacio, que permite a los rayos de la estrella solar iluminar un poco.

De un momento a otro, el vacío de el espacio entabla a ser ocupado por gente vestida para la ocasión. Tanto hombres como mujeres, de diferentes razas y nacionalidades ocupan asiento en aquella inmensa asamblea. A Gabriel y a mi se nos ocurre ocultarnos en un armario, que contiene perchas para dejar chaquetas de traje.

―Mierda, ¡mierda! uno se acerca con ropa sujeta en la mano. ―Musito con inquietud masiva.

Gabriel está hecho una bolita, presiente que no lo van a ver.

―Que viene, ¡que viene!

El sonido de fuera se escucha distorsionado, debido a que estamos encerrados y no pasa aire, cosa que nos está pasando factura.

―Canessa, no te sofoques, tenemos el privilegio del aire acondicionado. ―Habla la voz.

―Verás, no me apetece ensuciarla, mi querida la ha planchado con todo el cariño del mundo. Lo único que me implora es que sea considerado. ―Replica la otra voz.

―Sobre todo eso... como si nadie se hubiera enterado de que la llevas metida en un engaño desde hace meses. ¿Cuántas mujeres has metido en la lista de espera?

―¿Y tu cuánto tiempo llevas sin interactuar con alguna?

―¡Silencio en la sala!

Una voz mujeriega alcanza mis oídos. El arrastre ruidoso de las sillas y los diferentes diálogos que forman estruendo y escándalo se funden, dejando pasar el simple tableteo de unos tacones.

―He recopilado los resultados de los informes. ―Formula ella organizando el papeleo en la mesa. ―Bien, Canessa tiene una sugerencia que va a compartir con todos nosotros antes de ser llevada a cabo.

Un chirrido intolerable que pega la silla contra el suelo, mientras Canessa se levanta despierta la curiosidad de Gabriel, que ahora al igual que yo es todo oídos.

―Somos conscientes de que hay varios intrusos deambulando por aquí, intentando arruinar el futuro que hemos planificado; niños indefensos pero tan hábiles como sus padres. Hemos conseguido dar con tres de ellos. Han sido culpables de la fuga de los presos de las mazmorras de Creta, entre otros errores.

Un nuevo sonido; el del proyector, capta nuestra atención.

―Aquí pueden observar el mecanismo de oxígeno, el que nos mantiene con vida. Una fuga ha interrumpido su correcto funcionamiento. Algo es seguro y es que la causa ha sido humana ya que en las cámaras de seguridad podemos apreciar un hombre de mayor edad, el cual ha sido identificado como Mike Molina Nieto; ocupación como pescador en pesca de arrastre. No tiene descendencia. Solitario y al borde de la desesperación; el hombre perfecto para arrastrarnos hacia la miseria. Por lo tanto, ha sido aniquilado sin piedad. La propuesta de la que hablaba O 'Kelly se debe a esta serie de problemas en gran escala. En mi opinión; sería buena idea deshacerse de los pequeños desleales, de la misma manera que hemos experimentado con Molina. Si alguien tiene un criterio opuesto o alguna duda, adelante.

―Towson, un paso al frente. ―Dice la mujer.

―Gracias de antemano, señorita. ―Dice refiriéndose a el permiso de ella. ―Considero que la sugerencia de liquidarlos al igual que a Molina es excesiva e inhumana. Los niños son influenciados y luego cometen errores. Defiendo que su capacidad e inteligencia podría sernos de provecho.―Formula otro hombre.

El Sr Towson no suena muy convincente hacia el Sr Canessa.

―Acuerdo con tu parecer... ¿Sabe qué? Si no está usted de acuerdo, abandone la sala. ―Responde Canessa.

―Protesto.

―No hay protestas que valgan Towson, renuncia la misión.―Añade la mujer de los tacones.

Gabriel me da pequeños golpecitos en la espalda. Intenta decirme algo.

―¿Entonces están planificando nuestra ejecución? ¿De la manera que la palmaremos? ―Dice al mismo tiempo que me palpa el dorso.

―Eso oigo. ―Suspiro. ―En cuanto salgan debemos cambiar el chip.

―Arturo, no vamos a poder, somos incapaces de combatir contra ellos. ―Cuenta pesaroso.

―El daño está hecho Gabriel.

―Bien, ¿algún otro individuo tiene algo que manifestar en contra? ―Pregunta la mujer.―Perfecto, el trato ha sido zanjado.

Surcando Las AguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora