13. Lo Que El Ojo No Ve

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~Narra Arturo~

La hiedra se separa dejando ver el umbral hacia la verdadera mazmorra donde se encuentra mi progenitor al que tanto añoro.

―¿Papá? ¡Papá! ―Busco histérico a mi padre, nuevas emociones se apoderan de mi.

Hay varios presos pero nadie me interesa más que mi padre. Estoy respirando su mismo oxígeno en el momento. Lo necesito tanto.
En cuanto lo veo me deshago en lágrimas, y tanto que me escuecen los ojos. Ansioso, conmovido, eufórico. No me hacen falta impulsos de nadie, he llegado por mi solo. Él cuando me ve, parece que no, pero me reconoce al instante y le ocurre algo parecido.

―¡¿Arturo?! Eres... ¿tú? ―Pone en duda.

Hay algo que no me cuadra, parece atolondrado, no me mira directamente.

―Sí, soy yo. He venido a buscarte.

Jamás de los jamases había podido percibir a mi padre lloriqueando. No obstante, no le caen lágrimas. Paso al interior de la celda adyacente a la de José. Y al cerrarse la puerta; el candado se cierra automáticamente, pese a ello, me da lo mismo.

―¿Te ocurre algo? ―Le pregunto perplejo.

―Siento si no puedo expresarme lo que me gustaría... Estoy ciego.

No lo entiendo al principio.

―Pero, ¿cómo?

―Cuando salgamos de aquí te lo contaré en forma de cuento.

―Ya sabes que no es de mi agrado que les llames cuentos, sinó historias. ―Reímos los dos.

―¿Cómo está tu madre? ―Se pone
serio. ―¿Sigue todo igual a cuando me fui?

―Te hecha de menos igual que yo. No es lo mismo sin ti; el mundo se ha vuelto
soporífero. ―Cuento mientras me siento en el suelo, apoyándome en las rejas. ―Sueño con este día desde que me arrebataron tu compañía, estaba un poco atormentado.

―¿Y cómo me has encontrado, Arturo? No has venido solo ¿verdad? ―A papá le cambia la voz, se torna gruesa como cuando te dicen: "tenemos que hablar".

―No quiero que te enfades papá, no quiero...

Mi padre no me deja seguir porque golpea fuertemente las barras de metal.

―¡POR TODOS LOS SANTOS ARTURO, NO ME JODAS CON ESO! ―Tan enfadado que causa entretenimiento para los otros presos.

―José, no le presiones. ―Añade uno de ellos.

―¿Entonces Mike arriesgó tu vida para salvar su trasero? ―Pregunta decepcionado.

Todos los presos que también están ciegos comienzan a discutir y armar un jaleo insoportable.

―¿Los conoces? ―Pregunto con un tono inocente.

―Sí, es la tripulación que iba conmigo el día que ... ―Hace una pausa con calma. ―Sufrimos su engaño al igual que tú.

No puedo creerlo.

―Ahora nos enfrentamos a algo más gordo; un grave problema, y lo último que quería es que fueras a formar parte de él. ―Finaliza chasqueando los dedos.

―Cuéntame la verdad de una vez. ―Le digo impacientado. ―¿Quién es esta gente?

―No... No sé quién son realmente, pero me encerraron aquí y nos arrebataron la vista. Capturan a seres de otras galaxias y experimentan con ellos. Los registran por medio de cifras numerales y de esta manera los tienen controlados. Al mismo tiempo mandan a varios a la superficie para acechar. Están entrenándolos para el Apocalipsis de la raza humana, ya que pronto seremos subyugados como ellos y serviremos a los poderosos deficientes de allí arriba; mucho peor que ahora.

―Papá... casi muero en la alcantarilla gracias a un animal extraño. Es tan surrealista.―Le informo.

―Son mutaciones; al estudiarlos y ensayar con ellos les someten a horas de diferentes torturas, las veces que salen mal, creen que deshacerse de ellos lanzándolos a los conductos les quitará un peso de encima.

―¿Y cómo explicas los tres guardianes? ―Le pregunto. ―Vine con una amiga y desapareció sin más.

―Yo tampoco es que lo entienda hijo, cuesta creerlo.
La ciencia no tiene límites.

―¡Arturo! ¡No sabes dónde nos has
metido! ―Me llama una voz familiar.

¡Son mis amigos! ¡Han venido a buscarme!

―¡¿QUÉ HACÉIS AQUÍ?! ―Pregunto a mis amigos emocionado.

―No hay tiempo. ―Dice Blanca, con su maravillosa voz fina que ya comenzaba a echar a faltar. ―¿Te han encarcelado a ti también?

―No, me encarcelé yo mismo. ―Informo acariciándome el cuello y sonriendo.

Lázaro hace un truco de manos con la simpleza de las horquillas de Elena, los candados de todas las celdas de cada uno de los presos se abren.

―Gracias, mi hijo no podría estar con mejor compañía pero... esto no ha acabado aún.

―Señor, mi padre, Javier, vino con nosotros pero no sabemos donde se encuentra. ―Añade Elena.

Mi padre se acaricia la barba de una manera similar a la de Mike.

―Sé dónde ha podido ir.

―Señor usted... ¿nos ve? ―Pregunta entrecortado Gabriel.

―Por desgracia no, pero tengo suficiente con vuestras voces. ―Responde neutralmente.

―¿Entonces... cuál es el plan? ―Blanca no se anda con rodeos.

Siguen con la bata del hospital, intuyo que asimismo los ingresaron como a mi.

―No hay ningún plan, nos iremos de aquí por
patas. ―Informa mi padre.

―Ya que estamos aquí, señor, no podemos hacerle eso a el mundo. Aquí y ahora, venganza.

―La venganza no es la única
solución. ―Intenta Lázaro.

―Salvaremos el mundo, seremos
recordados. ―Dice Blanca.

La admiro, la gozo, la aprecio y la quiero mucho.

―Papá, tú no te agobies, hemos pasado por cosas peores.

―¡No hay cosas peores Arturo! ―Grita preocupado y enfurecido.

―Tú no te muevas... ―Le susurro.

Mis amigos y yo nos retiramos cautelosamente, aprovechando que no nos pueden observar.

―¿Arturo? ¡¡Arturo!! ―Vocifera golpeando las rejas.

Una vez fuera de las mazmorras portadoras de la aversión y las pesadillas, planeamos la salvación del universo.

Surcando Las AguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora