~Narra Arturo~
Empiezo a tener un ataque de ansiedad en este lugar tan cerrado.
Mis piernas no andan, están paralizadas.―¿Qué buscas? ―Dice uno de los encapuchados con un tono distorsionado y grave.
―Pese a tu actitud infame, no pareces tan horroroso.―Digo.
―No te he dirigido la palabra, pequeño desdichado.―Se enfurece.
―Será mejor que lo delatemos al monarca.―Propone otro.
Me agarran a la fuerza otra vez. Sé y soy consciente de que hablan de una entidad soberana, y eso nunca es bueno. No tienen suficiente y me ponen un saco en la cabeza.
De repente, una voz mucho más intensa y dominante, rebota en las paredes de la sala. Por lo que me da a entender de que está bastante vacía.―Tu nombre.
―S...Señor, no le voy a decir quién soy. ―Digo temblando.
―De todas maneras lo averiguaré. Bien, ¿qué haces aquí? ―Dice con coacción.
―¡He dicho que no le voy a decir
nada! ―Grito con fuerzas.―Si no quieres poner de tu parte lo haremos por las malas, joven.
Mientras recita esas palabras, los encapuchados que me mantienen cautivo me aprietan cada vez más los brazos.
―¿Y luego qué? ―Mi voz suena dolorosa debido a la presión de mis brazos.
―Dependerá de tu actitud.
―Escuchad; vengo en son de paz. No hay malas intenciones para nada. Me trajeron aquí y aquí me he quedado. ―Intento convencerlos.
―Bien, según tú es así. Imagínate que viene alguien externo a tu territorio sin previo aviso y luego te suelta esa burrada que acabas de decir.
Ya no se me ocurre nada para salir de allí y estoy por rendirme, a penas tengo fuerzas para seguir. No sé cuanto llevo encerrado en esta burbuja pero, me empieza a faltar el aire.
Inesperadamente me siento libre. Puedo moverme y escapar. Ya no me están agarrando.
La pelirroja había estado inconsciente debido a el fuerte golpe que le habían dado en la cabeza. Y ahora me lleva de la mano al ascensor.―¡¿A dónde creéis que vais?! ―Grita el superior.
La mujer empieza a darle a todos los botones. Seguramente lo que menos le preocupa es a dónde ir.
Empezamos a subir rápidamente y una vez se abren las puertas se me encogen los hombros.
La pelirroja se aferra a los brazos de un hombre alto y atractivo. Se besan como si nunca hubieran podido hacerlo pese a sus ganas que fluyen y deslumbran todo a su paso.―Denver, no hay tiempo. ―Dice apresurada.
Denver esconde su deseo y se muestra confundido.
―¿Número cuarenta y tres? ―Decide preguntar por mi ausencia.
―¡Ahora no es el momento! Nos han descubierto, el riesgo es muy alto.
El joven varón de unos veintipocos de estatura elevada, nos saca de ahí tan rápido como el rayo. Una vez lejos de el edificio, a escondidas, nos da una dirección.
―Denver, el chico no es uno de
ellos. ―Confiesa la mujer.―Lo suponía, no suelen moverse de su territorio.
Me interpongo en la conversación.
―Sigo estupefacto, de verdad. ¡¿Cómo he llegado aquí, PORQUÉ?!
―Oye...―Suspira ella. ―¿Cómo te llamabas?
―Arturo.
―Arturo, ¿te acuerdas de lo que te conté?
―Por supuesto que me acuerdo.
―Pues estamos jodidos.
La dirección que nos da Denver, que no viene con nosotros, es de alguien que nos puede servir de ayuda, según él.
―Brooke, ten precaución.
―Confía en mi Denver.
Oh que precioso es el amor, pero yo tengo hambre y desesperación.
―Vale Arturo, ¿eres lo suficientemente valiente como para acompañarme en esta misión?
―Lo dices como si fuera divertido, así que supongo que lo podré soportar.
La pelirroja comienza a correr con sus magníficas piernas esbeltas y yo le sigo su paso.
Tiempo después se para delante de una tapa de alcantarilla. Brooke se arrodilla y usa toda su fuerza para abrirla.―Ayúdame, ¡vamos!
Una vez abierta, ella baja primero por las grasientas escaleras de hierro oxidado. Luego yo, que me dan arcadas del olor a pestilencia que viene de allí abajo.
La tapa se cierra de golpe, haciendo que yo me tambalee del susto.
―Que hedor. ―Brooke reacciona presionando su nariz con el dedo índice y el pulgar para taponar sus orificios nasales.
Se pueden percibir los sonidos de las aguas verdes y mugrientas y también de las ratas moviéndose como locas.
―Por suerte no está Blanca, dice que tiene fobia a las ratas. ―Bromeo.
―¿Es tu novia? ―Pregunta Brooke.
―Caray, ¡no! Solo me atrae... Es decir, ¡no!
Ella se ríe.
―Oye ¿estás segura de que no se ha equivocado de dirección? ¿Quién se ausentaría aquí?
―Alguien que escondiera un secreto a pesar de su corta memoria y esperara visitas para contarle sus penas.
―¿Qué?
―Olvídalo.
Llegamos al final del conducto. Está cortado el paso por unas rejas.
―Ahora estaba pensando en que estamos debajo de el mar, y me resulta extraño. ―Le cuento a la chica.
―No lo entiendo. ¿Y ahora qué? ―Dice dándole un golpe a las rejas.
Inesperadamente un sonido inédito y desagradable se manifiesta. Poco a poco se va acercando a nuestra posición. Me aferro a el brazo de Brooke y ella no tarda en hacer lo mismo. Estamos asustados y desarmados. Un rugido fuerte nos alerta, no hay escapatoria. Mi corazón late más deprisa.
―¡HEY ENTRAD!
Se abre una puerta camuflada en la pared y de ella sale una voz masculina ajetreada.
Nos lanzamos a él por el miedo y la puerta se vuelve a cerrar. Está oscuro, no veo nada.
El hombre intenta encender una lámpara de aceite con un fósforo. Después de chispear un poco, consigue encenderla.―¡¿Cómo se os ocurre?!
El hombre procede a analizarnos.
―¿Brooke? ¿Eres tú?
―Sí padre.
―Mi mujercita... Hace tanto que no te veo...
El padre de Brooke me agarra el brazo y descubre el número.
―¡Te has traído a uno de ellos! ―Dice agarrando consigo un cuchillo que tenía metido en el calcetín.
―¡No! Él está aquí por error.
―¡¿Cómo estás tan segura?! ―Cada vez me presiona más el brazo. Todo el mundo tiene esa misma manía.
―¡SEÑOR! ¡ESCÚCHEME! ―Chillo con fuerza.
Él me suelta de el brazo y decide escucharme.
―Estoy harto de que la gente hable por mi como si no tuviera criterio propio. Un malvado capitán con malas intenciones de un barco pesquero en el cuál trabajaba me ha traído aquí y ahora no sé escapar.
―Mike. ―Dice él.
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Surcando Las Aguas
Science FictionUn joven pescador se ahoga durante una fuerte ventisca. Sin embargo, sigue vivo.