~Narra Arturo~
―¿Y cuál es el plan? ―Interviene Elena.
Pillo una rama de árbol y dibujo en el suelo de arena desierta extraña.
―Este es un rascacielos, supongo que os habréis fijado. Allí, en concreto en el piso menos...
―¿Hay piso menos diez? ―Interrumpe Gabriel.
―Sí y es donde se encuentra furtivo un culto pernicioso para la sociedad. No sé si son los que dicen tener el poder pero
debemos vencerlos. ―Informo a mis amigos.―¡A morder el polvo! ―Grita Gabriel.
―¿Y cómo dices que vamos a entrar ahí y ganar la partida, Arturo? ―Cuestiona Lázaro.
―Primero de todo nos infiltraremos y suplantaremos a algunos. Tras esto...
―Prestaremos atención al proyecto y por consiguiente lo arruinaremos. ―Me sigue Blanca.
―Deberíamos distribuirnos
los cargos. ―Propone Gabriel.―Sí, y yo no me pido hacer el trabajo manual porque me persigue la torpeza. ―Confiesa Elena.
―De acuerdo, entonces Blanca, Lázaro y yo nos hacemos pasar por ellos, Gabriel y Elena
vigiláis. ―Ofrezco.―¿Y si nos descubren? ―Se interesa Lázaro.
―Sabremos qué hacer, no te preocupes. ―Le responde Blanca.
―Me parece estupendo, aunque podríamos descansar un poco ahora que lo
pienso. ―Bosteza Gabriel, se nota que está exangüe y pusilánime.~Narra Blanca~
Me están entrando unas ganas inverosímiles de orinar y estamos en un lugar inhabitado. Intento musitarle a Elena mi desasosiego.
―Elena... ¿me acompañas a buscar algún espacio discreto? ―Susurro aguantándome la entrepierna.―Estoy que me muerdo los puños.
―En nada volvemos, chicos. ―Informa ella.
Tras indagar chocamos con una vivienda descuidada y un poco deteriorada.
―No creo que sea necesario entrar, puedo rodearla. Espérame. ―Le digo.
La estructura horizontal de madera de pino parece sospechosa. Me aferro a una de sus paredes y me agazapo, me levanto la bata de hospital y hago mis necesidades.
El crujir de la madera proveniente del interior hace que me sobresalte.―¿Elena?
No hay respuesta, así que me elevo y voy a buscarla.
―¡Elena! ―Grito a lo bajito.
Súbitamente, un hombre jorobado se percata de que estoy en su territorio. Aparentemente, habita en la casa inhabitable, cosa incongruente.
Intenta contactar conmigo aunque, en un idioma que no logro alcanzar a comprender.
Me sujeta el brazo y analiza el tatuaje numeral que llevo sin mi consentimiento. Número sesenta.
En suma, reacciona golpeándome con un objeto de cristal y reteniéndome debilitada.~Narra Elena~
―Blanca, no te habrás caído en un hoyo
¿no? ―Por como entono diría que lo hago con mucha incertidumbre, acentuando que normalmente no mira por donde pasa, es decir; va a lo loco.―Blaancaa, oh la laa―Tarareo.―Wer du bist?
Un jovenzuelo no mucho más mayor que yo me pregunta quién soy en alemán. Por fortuna tengo una madre alemana y un padre francés.
El muchacho se aproxima a mi cuerpo ajetreado y con maleficencia por delante.
―¡Eh eh! ¡Ni se te ocurra tocarme bastardo!
Mis palabras son rechazadas con gusto y forcejeo ante sus intentos de rapto.
Su intento de introducirme en la casa acaba siendo un éxito. Es cuando me doy cuenta de que estoy muerta.Las paredes son de madera de la buena. Tienen un aire obsoleto. Percibo una mezcla entre olores a cerrado y licores mixtos abiertos de par en par, colocados de manera inusual en diferentes estanterías. A medida de que me voy adentrando a la fuerza distingo esas esencias de otras nuevas; el olor a vainilla y coco que desprende la tez y el resto de la piel de Blanca invade mi malestar en el olfato.
―¡Blanca! ―Grito desgarrándome las cuerdas vocales.
Ella se mueve con dificultad, diría que ni se inmuta. Su cabeza se tambalea; ha tenido que ser víctima de un gran golpe.
Establecen una conversación y nos ponen en medio. El jorobado dice que procure que no salgamos de aquí y que Blanca es el número sesenta. El joven explica que yo soy el sesenta y cinco. También hace una referencia "graciosa" a mi altura y que, a su juicio, por eso se ha podido encargar de mi sin problemas.
El jorobado saca una cuerda de cualquier parte y nos enlaza a las dos, impidiendo nuestra movilidad.
Así pues llama con un teléfono a alguien y le cuenta la historia. Sospecho que es el cabecilla.~Narra Lázaro~
Las chicas se están retardando más de lo esperado y soy el único que lo tiene en cuenta:
―No puede ser, voy a ir. ―Informo levantándome del suelo, por consiguiente, estirando mis piernas.
―Relájate un rato tío. ―Contradice Gabriel.
Niego con la cabeza preocupado; como si me diera vergüenza su actitud.
Me introduzco las manos en los bolsillos de la bata que aún llevo y pongo el rumbo hacia donde se supone que están.―¡Elena, Blanca! ¿Todo bien?
Pero no hay réplica, ni indicios de ninguna de ellas.
Una casa sumida en el abandono me trae malas vibraciones y como siempre me pongo en lo peor. Tienen que estar ahí, lo sé.―¡LÁZARO, NO! ―Chilla Blanca.
Y acabo atado con ellas, con la esperanza por los suelos.
~Narra Gabriel~
―Gabri, esto es inusual. Voy a ir yo también.
―Si tú lo dices, así será. ―Digo a Arturo con firmeza.
De imprevisto, un Ford Ranger color negruzco pasa enfrente de nuestras narices. Va tan brusco como bestia que es. En el interior, se oyen clamores y jaleo constante. Debemos de colarnos como sea.
―Arturo ¿qué hacemos? ―Pregunto. ―Estás al mando.
―Correr.
Debido a que es mi especialidad no me causa ningún problema. El plan es subirse en la cubierta y no es la mayor dificultad.
En un momento determinado acabo consiguiéndolo y mis extensas manos sirven de ayuda para Arturo que entra por los pelos. Los chicos están amarrados entre ellos.―¡Arturo! ―Vocifera Blanca.
¿Y yo qué?
―Chitón. ―Utiliza Arturo como
respuesta. ―¿A dónde os llevan?―He oído que al rascacielos, pero no lo sé con garantía. ―Responde Elena.
Lázaro me mira desde el rabillo del ojo, no sé cómo tomarlo pero... al menos me presta atención.
―El plan va a ser antes de lo esperado, procurad hacer vuestro papel y no mostréis valentía. La inteligencia ante todo. ―Advierte Arturo.
―Entendido capitán. ―Concluye Lázaro con un tono un tanto guasón.
ESTÁS LEYENDO
Surcando Las Aguas
Ciencia FicciónUn joven pescador se ahoga durante una fuerte ventisca. Sin embargo, sigue vivo.