10. Revelación

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~Narra Blanca~

―¿Sí o no? ―Gabriel insiste una respuesta.

―Entraré yo y echaré un pequeño
vistazo. ―Digo sin temor alguno.

Al abrir la apertura un olor horripilante a gases y otras substancias sale y nos tapona el olfato.

―Me lo imaginaba peor. ―Añade Gabriel.

Elena y Gabriel vigilan desde fuera.

―No nos vamos a mover,
¿vale Blanca? ―Intenta tranquilizarme Elena.

Lázaro sigue en su silla de ruedas sin saber en que lío nos estamos metiendo y empiezo a pensar que es mejor que no lo sepa.

Las escaleras de metal herrumbrosas y roñosas me colorean las manos de aquel color tostado y rojizo. El perfume fuerte del entorno es inexplicable ahora mismo. Consigo bajar.

―¿Todo bien? ―Pregunta preocupada Elena.

―Sí. ―Respondo con sinceridad. ―Por el momento.

Preparo mis cuerdas vocales para gritar el nombre de el padre de Elena.

―¡Javier! ¿¡Estás aquí!? ―Encuentro algo absurdo que alguien me conteste pero intento de nuevo―¡JAVIER! ¿¡ESTÁS!?

Mi eco es lo único que percibo.

―Elena, Javier no está aquí
¿de acuerdo? ―Digo convencida.

Sin esperarlo, una voz distorsionada se oye a no mucha distancia. Nos miramos sorprendidos.

―Tenía razón, siempre la tengo. ―Afirma Elena.

Gabriel decide bajar conmigo y Elena se queda vigilando a Lázaro.

―Ahora venimos, quédate ahí. ―Obligo a Elena.

―Que sí. ―Ella pone los ojos en blanco.

Alguien o algo está golpeando un objeto metálico contra otro para llamar la atención. Nos basamos en que es una persona necesitada y confiamos en la teoría de que sea Javier.

―¿Hola? ―Dice Gabriel. ―Si eres una persona da dos golpes.

El objeto da dos golpes y el sonido rebota por las paredes. Gabriel y yo no podemos evitar cruzar miradas.

―Si necesitas ayuda golpea tres veces seguidas. ―Digo.

El objeto da tres golpes. No estamos seguros mas seguimos las pistas hasta llegar al ruido. En tal caso, cuando nos acercamos, vemos un agujero situado en la pared de uno de los canales. Un hombre mayor malherido sujeta una barra de metal.

―¿Está bien? ¿Qué le ha pasado? ―Pregunto desasosegada.

El señor balbucea, no le llegamos a entender mucho.

―¡Cielo santo! En definitiva usted no está bien. ―Comunico atemorizada.

Tiene el pecho rasgado de una forma violenta y parece que la herida se está infectando.

―Señor ¿por casualidad no ha visto a un hombre de unos cuarenta años
por aquí?―Pregunta Gabriel.

―¡Un poco de respeto Gabriel! ―Le doy un diminuto empujón.

―¿Qué hacéis aquí? ―Pregunta inquieto el hombre.

―Veníamos en busca de un joven llamado Arturo que naufragó, al menos eso creemos. A nosotros nos pasó algo parecido y no sabemos el resto ni cómo hemos llegado aquí. ―Le explico.

―Arturo... Escapó con mi hija en busca de su padre, un ser malévolo me ha causado las heridas, debéis iros cuanto antes. Dadme ese papel y bolígrafo, os escribiré la dirección. Decidle a mi hija que estoy bien.

El hombre suena convencido y Gabriel y yo nos alegramos al saber que Arturo está vivo, que era nuestro objetivo principal.

―Usted no está muy bien. ¿Quiere que llamemos a una ambulancia? ―Consulto.

―¡NO! Ni se le ocurra. ―Berrea el hombre.

De pronto siento la respiración de alguien que se encuentra tras Gabriel y yo.

―No. Mováis. Ni un. Dedo. ―Repite pausadamente el señor.

Al torcer la cabeza Gabriel y yo gritamos sobresaltados. La situación es desconcertante. Huimos volando dejando en soledad aquel pobre señor que sin conocer de nuestra existencia nos ha confesado donde se encuentra nuestro amigo.

Llegamos de nuevo a la salida la cual se localizan Elena y Lázaro, que al final ha despertado. En cuanto salimos, Lázaro me rodea la cintura y me estrecha. Me estremezco y comienzo a tiritar.

―La leche Blanca, ¡estás Blanca! ―Se desgañita Lázaro sin malas intenciones por el chiste.

―¡¿Gabriel qué ha pasado?! ―Pregunta aterrada Elena.

―Eh... eh... Blanca, yo... Un se-señor herido... un mutante hambriento con aguzados colmillos. ―Dice Gabriel tartajeando.

―¡¿Pero qué me estás contando?! ―Jaranea Lázaro.

Gabriel intenta serenarse y yo estoy al borde del soponcio, tanto que Lázaro se ve forzado a posicionarme en el vehículo para inválidos.

―Olvidemos lo que acaba de pasar. Sabemos donde encontrar a Arturo. ―Concluye Gabriel.

―¿Y este número? ―Pregunta confuso Lázaro analizándose el brazo. ―¿Qué es esto?

―No lo sabemos tampoco. ―Aclara Elena.

Emprendemos un nuevo viaje en busca de Arturo.
No sabemos qué ha sido de Javier aún, esperamos que no esté tan inquieto como nosotros. El mundo se nos viene encima. Estamos agotados, andamos a rastras, desmoronándonos a cada paso que damos.
Aún llevamos los camisones del hospital, que están sórdidos y arrugados. Moriría por una ducha o un baño en aguas profundas.
Lázaro me busca la mirada para decirme que nuestra relación se quebranta. Esos ojos afligidos y esa lánguida sonrisa me causan desconsuelo. Me siento desolada y sigo pensando en que será aquella bestia de la que tuve un cara a cara.
Salimos airosos por el momento ya que parece que alcanzamos la ubicación aunque... no da buena impresión.

―Estoy sedienta. ―Se queja Elena.

―Yo también. ―Añade Gabriel. ―No hemos visto ni una miserable fuente.

―Todos lo estamos. ―Termina Lázaro.

Llegamos a las afueras de la ciudad, a un territorio deshabitado y desierto. Detrás de un gran muro de piedra se encuentra un arco alargado también de piedra con una perforación de la misma forma tapada con barras metálicas oxidadas. Cuenta también con una candado tradicional de llave.

―¡Genial! Si Arturo estuviera aquí la cerradura estaría abierta. ―Afirma Lázaro.

―Habrá que probar ¿no? ―Replico.

―Yo tengo horquillas.  ―Explica Elena mientras se las saca para mostrárnoslas.

―Bien, ¿lo has hecho alguna vez?  ―Le pregunto.

Ella se ruboriza y niega con la cabeza.

―Trae.  ―Dice Lázaro.

Agarra las horquillas y las moldea a su preferencia, observamos con atención. Mete la primera y hace un giro de mano pulgar-índice suavemente. Coloca la otra que está más doblada al costado izquierdo. Esta la mueve de un lado a otro a velocidad rápida, entrando y sacando sin apartar el pulgar que presiona la otra horquilla. Por lo que se mueven los pernos. Por consiguiente gira a la derecha y el candado se libera.

Lázaro y su mirada pícara y traviesa me atacan de nuevo.

Surcando Las AguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora