8. La Cálida Brisa

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~Narra Blanca~

No he sido consciente de el tiempo que llevamos navegando pero dos días seguro.  '¿Cuánto combustible le quedará al yate?' Me pregunto.

―Blanca, ¿te quedan chicles? ―Me pide Lázaro.

―Es improbable que me queden, solo tenía un paquete en el bolsillo.

Nos encontramos sentados cada uno en una esquina. Menos Javier, que ha estado metido en la cabina desde que zarpamos.

―Este chorizo es maravilloso. ―Añade Gabriel, que está degustando un bocadillo que se ha hecho con cuatro cosas que ha encontrado en la nevera.

―Elena, ¿qué lees? ―Pregunta Lázaro.

―Ah mira, me he encontrado 'El nombre de la Rosa'.

―Yo he visto la película. ―Afirma Gabriel.

En un momento dado el yate se detiene y Javier nos avisa de que se ha acabado el gasóleo.

―¡¿Qué?! ―Grita Lázaro.

―Tranquilos chicos, nos queda poco. Podríamos ir con la balsa.

―¡¿Estamos locos?! ―Sigue Lázaro.

―Mirad el temporal, va a caer una... ―Predice Elena subiéndose al borde. ―Creo que deberíamos ir en la balsa de emergencia y llegar allí antes de la tormenta.

Javier abre el almacén y saca la embarcación de plástico. Luego la hincha con una bomba de aire y la prepara para su uso arrojándola al mar. Nos ponemos chalecos salvavidas.

―Primero subirá Lázaro. ―Y este muestra una mueca de insatisfacción ante la palabra de Javier.―Ahora Blanca. ―Me subo despacio y cuidadosamente. ―De acuerdo, Gabriel y Elena en este orden.

Nos otorga remos y brinca a la balsa.
Al fin de cuentas estamos todos juntos remando con vigor. El aguacero del que anunciaba Elena está llegando, en efecto, la supuesta isla se encuentra en el núcleo de este. Inmediatamente a continuación, un oleaje inmenso amenaza con nuestro paso.

―¡¿Y la isla?! ―Vocifera Gabriel.

―¡Advertí de que no había ninguna
isla! ―Se desgañita Gabriel.

Al ver que somos muy vulnerables contra el mar bravo, remamos hacia atrás, cosa que es inútil a mi parecer. Si quieres escapar de ellas tienes que montarlas. La primera oleada nos avienta y caemos al agua. Javier intenta guiarnos hacia el yate pero recuerda que no lo ha anclado. Estamos a punto de sucumbirnos cuando una descarga eléctrica derrumba sobre nosotros.
No percibo a mis compañeros, únicamente veo y trago agua. Noto como si me ascendieran a algún lugar y me sirve como alivio, pero a la vez me siento más endeble.

La cálida brisa acaricia finamente mis facciones.
El tronco sobre el cual me reposo es robusto, aprecio una haz de leña en mi costado izquierdo.
El aroma hierba húmeda me llena de sosiego y armonía. Admiro mi paz interior. Los animales me rodean, decido escucharlos. El árbol me ofrece sus frutos, dulces como el ambiente en el que me encuentro, repleto de caricias. Mi cuerpo desnudo combina con el de la madre naturaleza. A la sazón, me entrego a ser parte de ella.

Cuando recobro el aliento y despierto de un profundo sueño, me levanto en un lugar refulgente y luminoso que me ciega por completo.

―Buenos días. ―Me saluda la auxiliar de enfermera.

―Hola.  ―Respondo a pesar del desorden que tengo en la cabeza.

―Te han dado el alta. Dentro de nada te podrás marchar.

Surcando Las AguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora