18. Gloria y Libertad

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―Arturo, ¡Arturo! ―Brooke O'Kelly agita bruscamente mi cuerpo.

Recupero la conciencia y brinco hasta conseguir ponerme de pie. Me desequilibro un poco pero aguanto firme.

―Necesito... agua. ―Respondo agitado, seco.

―Sabes que no nos alimentamos como vosotros. Aunque disponemos de un experimento con lo que llamáis leche de vaca.

―¿Dónde?

―En un vaso de precipitados, a mano izquierda lo tienes.

Doy un sorbo a aquella mezcla extraña, como si es veneno, me importa un comino.

―¿Satisfecho? ―Pregunta como si hubiera ayudado en algo.

―Bastante.

Centro la mirada en mis amigos.

―Si dices que matar no es la solución...

―Eso lo dijiste tú. ―Afirma Brooke.

Intento recordar pero mis recuerdos están difusos, tengo otras preocupaciones en mente.

―Está bien, los dos queremos defender y respaldar nuestra familia. Ya te has desecho de Mike, que admito que era un problemón importante. Y has dejado invidente a mi padre. Pero ahora estás tomando el mismo camino que tu propio enemigo. ¿Qué más
quieres? ―Digo como si me faltaran ganas para hablar.

―¡Entiéndelo de una vez! Mi descendencia vuelve a estar amenazada por culpa de vuestra intervención. Estoy a cargo y no es fácil.

―¡¿Y decides arrebatarles la vida a mis seres queridos, que se han dejado la piel únicamente para rescatarme?! ―Me sobresalto soltando un puño en la mesa. ―¡¿Estás intentando ser la abeja reina, eso es lo que quieres decir?!

―Vete. ―Ordena ella con un nudo en la
garganta. ―¡Fuera de mi alcance!

―No. ―Me estremezco.

―Lo suponía. Tan osado y no sabes ni que es lo que te espera. ―Dice aguantando su ira y desesperación.

―Sí, sí lo sé.  ―Confirmo agarrando una espada de acero que tenía escondida entre la ropa, alejándome un poco del
escritorio. ―Voy a tener que enfrentarme a ti.

―¿De dónde la has sacado?

―De las mismas mazmorras en las que ocultaste a mi padre.

―Mira por donde, me recuerdas a una linda historia que me contó mi madre...  ―Cuenta inspirada, acariciándose la barbilla.

―Habla antes de que desenfunde esta tizona pesada. 

―Aquel muchacho que logró sacar la espada de Excalibur de su roca, convirtiéndose en el legítimo rey y derrotando junto a la mesa redonda a los caballeros que no estaban de acuerdo con su nombramiento. Y casualmente se llamaba como tú. ¿Quieres decir que... eres su reencarnación? ―Corrobora mofándose.

Arrugo las cejas, con expresión de enfado.

―¿Sabías que esta historia se la contó tu padre a mi madre? ¿Y que... supuestamente te llamó Arturo porque le gustaba el cuen...?

Antes de que acabe de hablar, desenfundo la espada y se la acerco al cuello, como un mosquetero, ella actúa subiendo el mentón.

―...to?  ―Finaliza Brooke.

―Sí... para tu información. ―Digo
nostálgico. ―Antes de irse me contaba el mito cada noche para que durmiera plácidamente. Mas a ti no te incumbe.

―¿Cuando vas a comenzar? ―Dice ella apresuradamente.

―¿Tienes prisa?

Brooke se despliega de su segundo rostro y se deja contemplar por como es en realidad.

―Cuando quieras Arturo. ―Informa preparando sus garras.

Me lanzo a pecho descubierto, desenfundando la espada más rápido que una bala. La pongo en posición horizontal y empiezo a correr con ansia. Desgañitándome.
La hembra ase mi cuello y me eleva hasta que mis pies quedan colgando. Pataleo y forcejeo pero nada sirve ante la fuerza descomunal a la que estoy expuesto.

―Pensaba que sería más épico.  ―Dice acercando su aliento.

Con la poca fuerza que me queda, le escupo en la cara y suelta la mano, como reacción. Caigo con mi trasero y me acaricio el cuello.
Me levanto y lo vuelvo a intentar. Esta vez Brooke lanza la espada por los aires. Dejándome más vulnerable de lo que estaba.

―¿Ahora qué?  ―Ríe O'Kelly.

No puedo hacerlo, pero gracias a lo que me ha contado recupero las fuerzas. La ira masiva quiere salir y yo le acepto el permiso.

La agarro de los brazos y me elevo por encima de ella, que se agacha, como si cediera mi paso.
La espada está clavada en la pared, con ironía recuerdo que puedo ser Arturo. El rey Arturo. Al sacarla Brooke ensancha los hombros y sus brazos no tardan en rodearme. Nos caemos redondos al suelo, ella encima de mi. Su cuerpo que pesa más de la cuenta ejerce presión contra el mío. No aguantaré mucho más. Procuro moverla hacia un lado y es cuando compruebo que la espada le ha atravesado el abdomen, concretamente en la zona del hígado (si es que no carece de él). Al sacar el sable de su interior comienza a desangrarse encima de mi. Victoria.

―Arturo...  ―Intenta decir sus últimas palabras, débil. ―Debo decírtelo.

Extiendo su cuerpo en el suelo, no cubro su herida, dejo que la sangre no tan diferente a la nuestra se derrame reiteradamente.

―¿El qué?

―Comprendo que solo querías poner a salvo a los tuyos, por eso te pido...  ―Su aliento cada vez suena más susurrante y endeble.  ―...que no hagas daño a los míos.

Y tuerce la cabeza, entregando su ser, dando un último suspiro.

Contemplo la escena un buen rato, ¿soy como mi padre? ¿he cometido un crimen?
Pensamientos continuos rondan mi cabeza. Quiero irme a casa.
Suelto exitosamente a mis compañeros. Están despistados, atolondrados; no recuerdan nada.

Gabriel sale de su escondrijo, ya le vale.
Me aplaude conmovido, arrimándose a mi.

―No tengo palabras tío. Creo que estas han sido las mejores vacaciones que he tenido en mucho tiempo. ―Cuenta con burla, en fin, eso espero.

Estoy cubierto de líquido rojo turbio, textura espesa.

―¡Chicos! Chicos gracias a Dios, estáis a salvo.

Y sí, Javier aparece en el mejor momento, ahora que todo ha llegado a su fin.

―No lo vais a creer, he combatido contra criaturas mortíferas y espeluznantes. He caído en la tentación de infiltrarme en una especie de ayuntamiento en la que residían otros seres malignos y también... he hallado la salida.

―No me digas.  ―Respondo sarcásticamente, mientras bufo los cabellos rebeldes que me tapan la visión.

―Caray Arturo.  ―Dice refiriéndose a mi aspecto un tanto inusual.  ―¿Habéis estado haciendo trastadas?

―Algo por el estilo.  ―Cuenta Gabriel.

―Excelente. ¿Nos vamos?  ―Cuestiona el padre de Elena.

Asentimos con la cabeza y Elena, Blanca y Lázaro también, aunque no parecen muy persuadidos. Siguen intentando rememorar, forzando sus facciones y frotándose el cuello.

―Bien, seguidme.  ―Ordena Javier.

Surcando Las AguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora