El sonido sordo y constante de la máquina de coser, diestramente manejada por Juliana, llenaba el cómodo silencio que se había instalado en su habitación desde hacía unos minutos. Entre tanto, una espigada chica rubia y de enormes ojos azules se estiraba cuan larga era sobre la cama matrimonial cubierta con un edredón verde menta cuyo decorado consistía en un discreto y femenino patrón floral. Valentina estaba acostada sobre su estómago en dirección contraria a la cabecera, con su torso elevado, sostenido por sus antebrazos; sus piernas flexionadas y sus pies moviéndose en el aire. Su vista se alternaba entre el montón de imágenes impresas que tenía frente a sí, alineadas en perfecto orden sobre el cubrecama, y la niña con ojos canela y sedosa melena -negra como la brea-; Valentina observaba, hechizada, como Juliana se perdía en un trance mientras sus manos hábiles unían piezas de tela, dándoles forma de acuerdo con el diseño plasmado en una hoja de papel que pendía de un tablero de corcho colgado en la pared, frente a la improvisada diseñadora.
Val no acaba de decidirse en dónde posar su mirada azul; Juliana -sumergida en ese mundo que evidentemente la apasionaba- era tan fascinante como las fotografías magistrales tomadas por ella, y que la dichosa espectadora no se cansaba de admirar. El resultado de la sesión fotográfica llevada a cabo días atrás estaba ante sus ojos, y no podía sino sentirse tan impresionada como orgullosa por los talentos de Juliana. Definitivamente era una artista... No sólo la fotografía era prueba de ello. Justo ese día había descubierto la verdadera pasión de su amiga. Era un prodigio con un lápiz, una hoja, colores, telas y una máquina de coser. Como bien le había aclarado la mismísima artista en cuanto llegaron a su casa, tomar fotos sólo era un pasatiempo... La costura era lo que de verdad le apasionaba.
Los ojos de Val recorrían también, de vez en cuando, la habitación que había conocido por primera vez esa tarde fría, nublada, y en la que se sentía casi hasta más cómoda que en la suya. Había algo cálido y acogedor entre esas cuatro paredes pintadas en un color ocre que creaba la ilusión de mayor luminosidad y espacio. Había una inexplicable armonía en lo que, a primera vista, pudiera parecer un montón de elementos descoordinados. En la habitación como un conjunto, como un todo, se percibía la sensibilidad de una artista. Era un remanso de paz, de calma y, para Valentina, un refugio que le brindaba seguridad y una sensación de dicha pura, hasta entonces poco conocida por ella.
Música suave se desprendía, a volumen medio, de un pequeño altavoz vinculado al celular de Juliana a través de bluetooth; el repiqueteo de la repentina lluvia sobre los vidrios de la ventana constituía un dulce sonido de fondo que les apaciguaba los nervios; esos que de pronto se desataban en ellas cada vez que alguna de las dos se volvía consciente de las mariposas que revoloteaban en su estómago cuando las miradas se cruzaban, o cuando algún suspiro furtivo se escapaba para disolverse luego entre la música y la lluvia.
Valentina aprovechó ese tiempo -en el que Juliana debía ocuparse de terminar el encargo de una de sus vecinas- para pensar...en ella; en Juliana precisamente. Tenían exactamente seis días de conocerse, pero se sentía como si fuera toda una vida. No se explicaba -por más que lo intentaba- cómo habían logrado conectar a niveles tan profundos en tan poco tiempo. Habían encontrado un patrón y creado una rutina rápido y sin ningún esfuerzo; era como si todo entre ellas fluyera a un ritmo fácil, natural, cómodo. Ni uno solo de esos días había pasado sin que se vieran; eran como si una fuerza gravitatoria atrajera a una hacia la otra irremediablemente. Se buscaban como los polos opuestos; y ninguna de las dos se resistía porque simplemente no sentían que tuvieran que hacerlo.
Cada tarde, Valentina se apersonaba en las afueras del restaurante donde Juliana trabajaba, llevando dos vasos desechables con chocolate caliente y una pequeña bolsa de papel de estraza con cuatro churros rellenos de cajeta. La manera en que se iluminaba la cara preciosa de Juls en cuanto se encontraba con la imagen de Val esperándola, así como su mueca de satisfacción en cuanto le daba el primer sorbo a la bebida, compensaban la prisa con que Valentina salía de su última clase de la universidad, comía cualquier cosa en la cafetería y hacía que Alirio recorriera de forma eficiente la ruta hasta el lugar donde trabajaba Juliana; todo para poder estar ahí justo a tiempo y con las golosinas en la mano para ver esa sonrisa que le alegraba hasta el día más cansado, y disfrutar de su compañía por unas horas.
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EL CIELO EN TU MIRADA - JULIANTINA
FanfictionEsto es sólo la historia de Val y Juls recontada, siguiendo la línea argumental original, pero con ciertos cambios de enfoque. Porque hay historias tan hermosas que merecen ser contadas mil veces y de mil maneras distintas. Una hermosa muchachita...