CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO: DECISIONES Y CONSECUENCIAS

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Los bajos retumbaban, agitando los potentes altavoces, al compás de una melodía estridente y pegajosa. Decenas de cuerpos se movían como poseídos por espíritus a los que la música, las penumbras y los reflectores intermitentes parecían invocar. El tiempo se detenía y se aceleraba a un mismo tiempo según el incesante parpadeo de luces negras y neón que creaban la ilusión de una realidad alterna en la que el fin primero y último era divertirse: beber, besar, bailar...olvidar todo y a todos lo que causaran molestia o dolor fuera de ese ambiente intoxicante y sórdido.

En algún rincón del club -el más apartado y oscuro- ajena al bullicio que la rodeaba, Valentina Carvajal permanecía sentada frente a la barra, con la espalda recargada lánguidamente sobe el respaldo de la silla alta que no había abandonado en los cuarenta minutos transcurridos desde que entró en el bar -al que accedió sin problema alguno en cuanto fue identificada por el encargado de la entrada-. Parecía que había transcurrido toda una vida desde la última vez que ella puso un pie en ese lugar del que muchas veces salió tan intoxicada que no sabía nada de sí misma ni de lo que pasaba a su alrededor. E, innegablemente, esa era la intención esa noche -por algún instante al menos- al dirigirse a ese sitio en el que más de una ocasión se perdió en los vicios para acallar las penas.

Sin embargo, un caballito relleno de mezcal descansaba -intacto- sobre la barra, frente a la hermosa mujer de cabellos rubios, belleza exquisita y ojos claros de los que se desbordaban, sin contención alguna, una desolación honda y una angustia lacerante.

Como fantasmas la acechaban los recuerdos de dolores añejos a los que pensaba que había dejado en el olvido; abandono, desamparo, soledad y una tristeza cruda que, por mucho tiempo, se había adherido a su alma como una sombra ineludible y perniciosa...y que hoy volvía con fuerza renovada y sin un ápice de clemencia.

Su antídoto más efectivo se había esfumado tan repentinamente como llegó; esa presencia mágica que, a punta de felicidad pura, desterraba sus tendencias autodestructivas de forma contundente y que, sin ningún esfuerzo, la volvía capaz de rechazar todo aquello que pudiera causarle daño. Ahora ese remedio se había convertido precisamente en la causa del mal, y eso la sumía en la desesperación y la desesperanza.

El ímpetu por evadir la realidad -hundiéndose en artificios que fabricaban la falsa ilusión de anestesia emocional- era potente, seductor, persistente... Val llevaba lo que se sentían como horas debatiéndose entre el impulso de adormecer el dolor con alcohol, y su conciencia que le recordaba con saña la promesa aquella que un día hizo, producto del remordimiento y la gratitud al recuperar a su padre.

Así se arrastraban los últimos minutos de un día duro para Valentina; hermosa, ausente, inalcanzable, indiferente totalmente a las miradas de las que era objeto desde el momento en que entró al club; admiración, lujuria, envidia, compasión. Nada importaba... nada que no fuera el recuerdo doloroso de Juliana rompiéndole el corazón en pedazos.

-Valentina, ya no estoy segura de poder con todo esto. Quiero terminar nuestra relación.

-¿Es por lo que te dijo Eva, Juliana? ¿Por eso quieres terminar conmigo?

-Es por todo... Yo no pensé que esto fuera a ser tan difícil, Valentina. Lo último que quiero en la vida es perjudicarte.

-¿De qué hablas? Todo lo que yo he recibido de ti es una felicidad inmensa...la que nunca había sentido antes. No puedo creer que las palabras estúpidas de mi hermana pesen más que lo que sentimos, mi amor.

-Tú y yo pertenecemos a mundos muy distintos, Valentina; tienes que entender eso y aceptar la realidad...y mi decisión.

-¿En serio, Juliana? ¿Esa es tu decisión? Prometimos que nunca, por nada ni por nadie, íbamos a separarnos...¿Tan pronto olvidaste nuestro pacto? ¿Con tan poco bastó para que me quieras fuera de tu vida?

EL CIELO EN TU MIRADA - JULIANTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora