CAPÍTULO DÉCIMO SEXTO: ENTRE CONFESIONES Y BESOS

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La media noche sorprendió a Juliana y a Valentina en medio de una conversación interminable y en un escenario que desbordaba intimidad y romance. No había luna, por lo que la habitación de Val estaba apenas iluminada por la luz tenue de una lámpara; nubes densas cubrían el cielo oscuro; la llovizna constante creaba un relajante sonido de fondo para las dos bellas mujeres que parecían no notar el paso inclemente del tiempo, tan perdidas como estaban una en la otra. Sobre la cama de día que daba hacia la ventana, cada una de las chicas yacía medio sentada, medio recostada, de frente una a la otra con las piernas recogidas y rozándose bajo la manta que las protegía del frío de febrero. La expresión en sus rostros era de total relajación, de comodidad, de una felicidad incontenible que las llenaba hasta desbordarse a través de miradas dulces, sonrisas plenas y palabras cariñosas.

Cada tanto sus manos se encontraban y se quedaban así, enlazadas, acariciándose inconscientemente, como si fuera lo más natural del mundo para ellas. En el ambiente flotaban los sentimientos aun inconfesados que sólo esperaban el momento preciso para emerger de una buena vez luego de tanto tiempo suspendidos entre el alma y los labios. Las dos sabían que había llegado la hora -tan anhelada y temida a la vez- de poner sus sentimientos fuera...y de frente a la otra. Por más que pudieran parecer obvios, no podían seguir ateniéndose a ese argumento. Evidentemente, intentar disimularlos no funcionaba, y reprimirlos estaba resultando no sólo agotador, sino perjudicial en más de un sentido.

Seguir negándose a liberar esos sentimientos -que se habían vuelto tan sólidos e inmensos en tan poco tiempo- había creado una presión tal, que se fugaba de maneras inesperadas y lo suficientemente significativas como para causar dolor y conflicto. Después de todo, es mucho lo que se desprende de un amor así de intenso cuando se intenta mantenerlo a raya con tanto empeño. Muchas emociones se alborotan al calor de la incertidumbre y el anhelo. Los celos son un buen ejemplo; y tanto Juliana como Valentina tenían más que claro lo duro que es darle batalla a ese poderoso demonio. Para Val fue tan difícil ver a Juliana alejarse con Chema una tarde lluviosa de viernes, como lo fue para Juliana ver las ostentosas flores que Lucho le envió a la exnovia y todas las posibilidades que eso sugería.

El no tener derecho a indagar, a quejarse, a expresar sus celos y temores se estaba volviendo un tormento tan doloroso como el de no poder entregarse ese amor desbordante a través de palabras, besos, caricias en los que las dos se morían por perderse. Los sentimientos eran ya tantos y tan fuertes, que las noches solían ser dolorosamente largas; los días compartidos, cada vez más insuficientes... Y esas ausencias nacidas de sus sentimientos no dichos, definitivamente eran insoportables... e irrepetibles.

Cada una, por su parte y en medio de la nostalgia y el distanciamiento, se habían prometido no volver a pasar un solo día alejadas, bajo los efectos de la confusión y el enojo. Habían aprendido -a la mala- que, para cada una, la ausencia de la otra significaba un dolor lacerante, una desesperación infinita, una incertidumbre que rayaba en la ansiedad, y un miedo que se acercaba peligrosamente a la locura. Así que no... No estaban dispuestas ni a pasar por eso una vez más, ni a seguir guardándose lo que se había convertido en un caudal tan potente, que contenerlo se estaba volviendo una proeza inútil. Era el momento de confesar, esperando y rogando ser correspondidas y encontrar en la otra la misma disposición a luchar contra el viento y la marea para vivir lo más grande y hermoso que el destino les había regalado.

-Val, ¿estás bien? -Juliana rompió el silencio prolongado, irguiéndose lo suficiente para, al estirar su brazo, alcanzar un mechón del cabello largo y claro de Valentina, colocándolo tras su espalda con ternura y delicadeza-. Te quedaste muy pensativa.

-Sí. Estoy bien -Val tomó, en un movimiento instintivo, la mano con la que Juliana le acomodaba el cabello, llevándola dulcemente a su regazo sin soltarla-. Tú también te quedaste muy callada. ¿Estás bien?

EL CIELO EN TU MIRADA - JULIANTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora