CAPÍTULO SEGUNDO: RENACIMIENTO

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CdMx, México

Noviembre 17, 2018

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VALENTINA

Puedo sentir el cansancio calándome hasta los huesos. Llevo ya no sé ni cuánto tiempo sollozando tan fuerte que se me sacuden hasta las entrañas. No tengo claro si lloro sólo de alivio o también por todo lo que traté de reprimir tantas veces durante los pasados meses. Por una vez agradezco que Evangelina, mi hermana mayor, me haya enviado a mi habitación como si fuera una niña pequeña; lo hizo casi como un acto de caridad.

Realmente necesitaba un momento a solas para asimilar la realidad; para desahogar el vendaval de emociones que me arrastraron desde el momento en que abrí los ojos hoy en la madrugada; también para rezar y agradecerle al cielo este milagro.

El último medio año fue una pesadilla; descendí casi hasta tocar fondo. Ni siquiera soy capaz de recordar con claridad ese periodo infernal; me la he pasado alcoholizada o hasta drogada, en un intento de anestesiar el dolor lacerante que la ausencia de mi padre me causaba.

Tengo los ojos hinchados, irritados; la cara reseca por tantas lágrimas; la garganta exhausta por los sollozos incontrolables... Y siento el alma flotando entre el suelo y el cielo, entre la oscuridad y la luz. Entre la redención y la vergüenza. El alivio y la alegría que siento se ven opacados por el remordimiento y el dolor que sé le causará a mi papá saber en lo que me convertí mientras lo creí perdido. Ojalá pudiera devolver el tiempo...

Soy Valentina Carvajal, la menor de los tres hijos del magnate de las comunicaciones, León Carvajal. Tengo veintiún años. Estudio el séptimo semestre de la carrera de periodismo. Perdí a mi mamá cuando era una niña y, desde entonces, mi papá se convirtió en mi centro, a pesar de que lo veía tan poco por sus múltiples ocupaciones. Para él y para mis dos hermanos mayores, yo siempre he sido como la bebé a la que deben mimar y proteger. Al ser la más joven, recibí amor y atención sin restricciones. Y quizá por esa misma razón, reponerme de la pérdida de mi madre y de la ausencia temporal de mi papá, me ha costado más que a los demás.

Hace seis meses mi papá desapareció. Así, de la nada; sin pistas ni rastros. Esperábamos que nos pidieran un rescate; estábamos dispuestos a entregarlo todo a cambio de recuperarlo. Pero jamás hubo contacto por parte de los secuestradores. No había manera de saber dónde estaba o si aún vivía. Los días pasaban y todo se volvía más caótico. Mi familia se desmoronaba bajo la presión de su ausencia, del miedo, de la pena; el emporio levantado por él se tambaleaba ante la incertidumbre.

Con el paso de las semanas, el caos seguía reinando, pero cada quien intentaba transitarlo a su manera. Mi hermana Eva, la más dura de los tres hermanos, fue la primera en sacar la casta y tomar las riendas del Grupo Carvajal. Lucía, mi madrastra, en medio de su tristeza, sacó fortaleza de donde pudo y se enfocó en seguir buscando algún rastro que nos llevara a dar con el paradero de papá. Mi hermano Guillermo halló sus propios mecanismos de evasión para lidiar con la incertidumbre y la angustia. Y yo... Yo fui la menos asertiva y la más cobarde. Me hundí en la tristeza, en la autocompasión y en los vicios para embotar mis sentimientos y mis sentidos tanto como me fuera posible.

Es increíble la decadencia en la que se puede sumir un ser humano en un periodo de tiempo que, en perspectiva, fue corto. El tiempo es relativo, dicen. Para mí han sido seis meses eternos, para el resto del mundo ha sido sólo la mitad de un año en la que yo me dedicado a echar a perder mi vida.

La soledad se volvió mi acompañante infalible. Estoy rodeada de gente, pero nadie puso la suficiente atención como para intentar que saliera del abismo en el que fui cayendo. Así que sólo me dejé arrastrar como un barco a la deriva por el camino de la autodestrucción. Pero todo cambió hoy.

EL CIELO EN TU MIRADA - JULIANTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora