CAPÍTULO DÉCIMO SÉPTIMO: ESTOY ENAMORADA...

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Lo más probable es que el desayuno ya estuviera tibio luego de los casi quince minutos que Valentina llevaba dividiendo su atención entre la pantalla de su celular y algún punto indefinido del jardín, cuya vista espectacular tenía frente a sí desde el imponente comedor de la mansión Carvajal. Una hechizante mirada de ensoñación hacía juego perfecto con la sonrisa indeleble que se dibujaba en el rostro ya de por sí hermoso.

Sus dedos esbeltos se paseaban delicadamente sobre los contornos de cada imagen que el móvil desplegaba en una sucesión que parecía infinita, mientras los ojos azules se llenaban de ternura al posarse sobre quien se había convertido, desde meses atrás, en el objeto de sus anhelos y sus deseos: Juliana.

Tres semanas habían transcurrido desde esa noche inolvidable en la que se atrevieron, por fin, a confesar sus sentimientos. La sonrisa de Valentina se hizo aún más grande, si es que eso era posible, al recordar las horas -y los días- que siguieron a esa admisión que les cambió la vida y las puso de frente a una experiencia con la que ni siquiera alcanzaban a soñar antes de encontrarse. Desde entonces, las dos llevaban semanas luchando por encontrar los términos que le hicieran justicia a lo que estaban sintiendo, pero los que habían usado hasta ese momento no eran, ni de lejos, suficientes.

Los besos, las caricias y los 'te quiero' se habían convertido en una importante parte de su lenguaje común a partir de su declaración; así como las miradas profundas, las sesiones intensas durante las cuales dejaban que sus labios, su piel, sus manos expresaran todo lo que las palabras no alcanzaban. Cada una sentía ese primer 'te amo' pugnando por emerger, siendo frenado siempre por algo que oscilaba entre la cautela y el temor de apurarse a decir algo que la otra aún no estaba lista para escuchar.

En más de una ocasión habían estado, una o la otra, a punto de soltar esas dos palabras que burbujeaban permanentemente entre su mente y sus labios. Llegadas a ese punto en el que se encontraban, profesarse únicamente su cariño desmedido resultaba tan insuficiente como frustrante. Quedaban todavía muchas cosas por ser liberadas a través de las palabras. Y se postergaba el momento de decirlas por razones que ninguna de las dos tenía ya muy claras.

Con nostalgia recordaba Valentina cómo fue la velada en la que al fin confrontaron sus sentimientos. A ese primer beso suave, dulce, tentativo y exploratorio le siguieron muchos más que se volvieron confiados, seguros, cargados de pasión y anhelo. No hubo manera de dormir esa noche; entre conversaciones a media voz y caricias tiernas transcurrieron las horas hasta que el amanecer las sorprendió abrazadas, perdidas en la marejada de sensaciones que sólo entre ellas eran capaces de provocarse.

Cada día a partir de entonces se había convertido en una aventura maravillosa. Los rincones más hermosos de la Ciudad de México habían sido testigos de un amor naciente que se volvía indestructible conforme el tiempo pasaba. Valentina se esmeraba en alegrar los días de Juliana con citas sencillas, pero siempre significativas; cuidando en todo momento de no abrumarla con excesos incómodos. Encontraba la manera de hacerla sentir amada y mimada, de mostrarle lo bonito del mundo sin agobiarla con el glamur en medio del cual ella había crecido. Y Juliana se mostraba feliz, receptiva a todo cuanto Val le ofrecía; apreciaba en su justo valor los esfuerzos de la mujer que amaba por hacerla feliz, e intentaba dejar de lado los inevitables complejos y el orgullo que irremediablemente se hacían presentes siempre que era consciente de lo opuestos que eran sus mundos.

Cada una, a su manera, luchaba por encontrar y mantener ese equilibrio precario que permitía la existencia de una relación que sólo ellas entendían y que les significaba todo. Pero ambas sabían que todavía quedaba mucho por decir y definir... Y aunque estaban llevándose las cosas con calma, la impaciencia estaba ahí, entre las dos, como una presencia invisible pero constante. Y, pensaba Valentina mientras daba vueltas a los restos en su plato, eso era algo que habría que arreglar pronto.

EL CIELO EN TU MIRADA - JULIANTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora