XIV

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¿Qué si suelto el control?

Y con los ojos cerrados conduzco más rápido

Soy como porcelana

Cuando te amo todo lo que sé es que

Hay un millón de maneras de herirte

Todas las cosas que no debería decir

Son las cosas que cuando quiero hacerte feliz

Salen de mí


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La primavera había llegado a su fin y con ella la estancia de Ha Rin en Seúl, se mudaba; ya había sido anunciado, confirmado y en menos de cuarenta y ocho horas sería un hecho.

Las tarjetas de estudio pegadas a lo largo y ancho de su habitación habían sido retiradas, al igual que su abrigo que colgaba del perchero de la entrada y la sudadera azul que tendía dejar sobre la lavadora, cada pequeña evidencia de la presencia de Ha Rin en aquella casa se estaba desvaneciendo, las manecillas del reloj avanzaban inclementes y Dong Ju sentía que su primer amor se le deslizaba entre los dedos sin que pudiera hacer algo al respecto.

Dejarlo ir. Sabía que lo correcto era no intentar detenerlo de ninguna forma, mostrar una sonrisa mientras seleccionaba, junto a su padre, regalos de despedida, ocultar las lágrimas que rebozaban sus ojos cuando se cruzaban en las escaleras y Ha Rin fruncía el ceño como si le doliera verlo para proceder a fingir no haberlo visto, guardar el dolor para sí mismo, no dejar que se derramara fuera y contaminara más a su primo.

Él merecía ser feliz con la decisión de redirigir su vida y vivir con la mujer que amaba, ya Dong Ju tendría tiempo de autocompadecerse y llorar hasta quedarse seco una vez el tren hubiese abandonado la estación.

Ignoraba el vacío en su pecho que le causaba ardor cada vez que respiraba, un ardor casi físico, como si le hubieran arrancado un pedazo de sí mismo y eso que aún ni siquiera había partido, aún dormía a unas cuantas puertas de distancia.

Algo en su interior le demandaba que se levantara de la cama, caminara hasta su habitación y se deshiciera en lágrimas contra su pecho, que le gritara por ocultarle por dos años que ya tenía a otra persona en su corazón, que pataleara y le suplicara que se quedara a hacerse cargo del desastre en el que aquel amor no correspondido lo había convertido.

Se detuvo frente a la puerta blanca con una mano en alto a punto de golpear, Geon Hak permanecía de pie en medio del oscuro corredor, y Dong Ju de alguna manera podía adivinar que el pelinegro solo estaba esperando por si se desmoronaba poder atraparlo, Dong Myeong y Ki Wook asomaron parte de sus rostros desde la habitación que al parecer ahora compartían, todos lo sabían, su patético enamoramiento era obvio para todos ahí excepto para la otra parte involucrada. Caminó de vuelta a su propio cuarto pasando a Geon Hak de largo, Dong Myeong y Ki Wook desaparecieron tras la puerta cerrada.

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