VEINTIUNO
MADRID, 1932
La casa de los La Fayette era sencilla. Isabel, la madre de Santiago, se preocupaba de decorarla, y su recuerdo siempre fue que, al llegar a su hogar, olía las lavandas que dejaba en el alféizar de la cocina. Santiago a los once años era un niño enclenque, que andaba en bicicleta a todo dar, pedaleando con sus amigos en las calles madrileñas, cayéndose a porrazos, levantándose a carcajadas.
Pierre lo miraba con alegría, y una mezcla de tristeza. Ekaterimburgo era para él un recuerdo aún difuso. Había fuego, sí. Recordaba las llamas refulgentes, y después había solo oscuridad. Recordaba a duras penas un nombre, Nikolai Ipátiev, pero se había enterado de éste más por la historia que por su memoria. Pero sí recordaba el nombre de Vladímir Lenin, y de Alexander Kerenski. Recordaba a Witte con la cabeza entre las manos. “Estamos perdidos”, murmuraba el ministro.
Pierre, por un lado, se alegraba de no recordar gran cosa de los últimos días en los que le llamaba Nicolás. Sentía angustia con sólo saber que sus hijos estaban muertos, al igual que su mujer, a la que había amado.
- Hola, papá. – dijo Santiago, con voz infantil. Pierre miró a su hijo con ternura. Recordó en parte el niño que él fue, ese espíritu soñador, alegre, sano. Sin la perturbación que da la vida adulta.
- Hola, Santi.
El niño se sentó a su lado, en el living. Pierre estaba con el periódico en las rodillas, en el sillón verde donde siempre leía. Había uno alargado junto a éste, donde Santiago, de niño, se instalaba ahí – y sólo ahí – a tomarse su leche; una simple manía.
Ahora, con sus rodillas nudosas, miraba a su padre, con la misma cara redonda que había pertenecido, años atrás, a Alexis. Pierre se preguntó cuántos años tendría en aquel momento.
- ¿Me cuentas la historia de Iván el Terrible? – preguntó de pronto el chico.
- Esa historia es fea. Y ya te la he contado.
- No es fea, es entretenida.
- Hombre, eso no quita que sea una historia fea. – replicó Pierre, sonriendo. – Iván era un asesino, ¿no te acuerdas? Un emperador… terrible.
- Por eso me gusta.
- ¿No prefieres la historia de Tarás Bulba?
- Esa es aburrida. ¡Quiero la de Iván!
- Pero hombre… ¿estás diciéndole aburrido a Gogol?
- ¿No puedo acaso? Hay libertad de expresión.
Pierre asintió. Era cierto. Pero pensó con nostalgia donde había nacido, el país que durante aquellos días no tenía libertad en absoluto. Y, como un vaticinio, supo que el día en que la libertad existiera, la Unión Soviética caería a pedazos.
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La Sangre de Rusia
Historical FictionEspaña, 1945 Todo comenzó con una carta. Una revelación. Y una orden. Santiago es un joven al que su padre, tras su muerte, le revela un secreto que podría cambiar la historia. Y le encomienda una misión, que podría alterar a la humanidad: Matar...