TRECE
Frederick era un hombre delgado, de pelo negro alborotado, barba incipiente y mal cortada. Estaba echado sobre el camarote, con la cabeza apoyada en la palma de ambas manos, cruzadas atrás. El barco se movía, y oyó abrirse la puerta. Alzó la vista, y vio entrar a un hombre rubio y de cabeza redonda. No tenía pinta de español, pero se había embarcado en el puerto de Valencia.
- Hola. – dijo el desconocido, en castellano. Frederick entornó los ojos.
- ¿Así que vienes a ocupar mi espacio?
- Vengo a ocupar el camarote por el que pagué. – respondió. – Me llamo Santiago La Fayette.
- ¿Un franchute? – se burló Frederick.
- Soy español. Mi padre era francés.
Santiago se sentó en la litera de abajo, y Frederick se puso a dormitar.
- ¿Es que no hablas? – inquirió el franchute.
- ¿De qué debería hablarte, acaso?
- No sé… Vas a Argentina, ¿no?
- Pararé en Argentina del mismo modo que nos detuvimos en Valencia. Pero mi destino es otro.
- ¿Cuál?
- ¿Te importa? – soltó.
Frederick dominaba bien el español, lo hablaba con fluidez a pesar de reconocer que jamás sería capaz de pronunciar las “R” correctamente, y se salía en vez de eso un gruñido bastante gracioso.
- No. – respondió Santiago. – no me importa para nada.
- Me parece. – soltó Fred, y siguió contemplando el techo.
El vaivén del barco era constante, y las olas se mecían alrededor de la nave. Frederick pudo notar que el español-franchute estaba mareado, y soltó una risotada.
- Ya te acostumbrarás. – dijo. – Te ves como un señorito bien, ¿lo sabes? ¿Qué haces en tercera?
- No soy un “señorito bien”. – masculló Santiago. – Soy un hombre normal, de clase media. No tengo un ápice de burgués, si es lo que piensas.
- Clase media alta, de seguro. Y esos que se esfuerzan en decir “media alta”, para para que parezcan más importantes.
- No seas ridículo, eh… ¿cuál es tu nombre?
- Fred. – respondió.
- ¿No tienes apellido?
- Weiszäker. – dijo Frederick, sin mirarlo.
- Bueno, Weiszäker…
- No me llames así. – replicó éste. – Mejor, no me llames de ningún modo. Quédate callado y déjame en paz.
Ese tal Santiago no respondió. Seguramente lo creía un imbécil, se dijo. Tal vez. Elisabeth también lo creyó, probablemente. Y sus hijos también. Todo el mundo, a decir verdad. Sólo había dos opciones: que el mundo se había vuelto loco, o el rayado era él. A pesar de intentar convencerse de la primera de las opciones, la segunda parecía ser más verídica. Fred bufó. Qué importaba, todos estarían mejor sin él, claro, pero él también estaría mejor solo. Siempre era así. Siempre terminaba solo.
Recordó cuando era joven, un tipo que aún se creía apuesto, inteligente y varias otras cualidades que la vida le mostró que eran una ilusión. Baviera se alzaba ante él, y él, Frederick Von Weiszäker, podría conquistarla. Se codeaba con lo mejor de lo mejor, y sin embargo, fue traicionado.
Cayó en la ruina. Todo se desplomó. Seguro que Dolf, ese hijo de perra, se estaría burlando de lo lindo. Claro, el pintor y el poeta se convirtieron en el dictador y el fracasado.
Fred gruñó, y observó de reojo cómo el franchute desarmaba su maleta en el camarote.
- ¿Así que a Argentina, franchute?
- Sí. – replicó. - ¿Y tú te dignarás en decirme cuál es tu destino?
- No tengo ninguna obligación en hacerlo.
- No, claro, lo siento. Soné como mi mujer.
- ¿Tienes mujer? ¿Qué edad tienes?
- Veintidós.
- Eres muy joven para sufrir de ese modo, franchute. Las mujeres son una mierda. Creen saberlo todo, pero a la vez, nos necesitan para todo. No pueden hacer nada por sí mismas, y se sientes superiores a uno.
- No creo que…
- …Son unas desgraciadas, las hembras. – prosiguió Fred. – Y luego, te arrebatan hasta la última pizca de tu ser, destrozan lo más profundo de tu esencia y lo tiran al fuego.
- Eso me sonó triste. – comentó el franchute. – ¿Eres músico, o algo así?
- Soy escritor. – respondió Frederick. – pero eso no te importa. Al igual de nada de lo que haya dicho hasta el momento.
ESTÁS LEYENDO
La Sangre de Rusia
Historical FictionEspaña, 1945 Todo comenzó con una carta. Una revelación. Y una orden. Santiago es un joven al que su padre, tras su muerte, le revela un secreto que podría cambiar la historia. Y le encomienda una misión, que podría alterar a la humanidad: Matar...