OCHO (parte 1/2)

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N/A: Siento fragmentar el capítulo, pero es que no tenía tiempo para terminarlo de una vez, y quería publicarlo. Así que espero que en la tarde pueda subir la segunda parte. ¡Saludos! Y gracias por leer. 

OCHO

 

Eduardo Martínez le había dado un nombre: Alicia Pinto. Su hermana había adoptado esa especie de pseudónimo cuando se instaló en el sur de América, para pasar desapercibida. Tendría ahora cuarenta y cuatro años, lo que la hacía casi poder ser su madre. Pero vivía. Y debía encontrarla.

 Al llegar a la casa, el joven saludó a su esposa y se dirigió al escritorio.

-          ¿Dónde estabas? – preguntó Margarita.

-          Eh, tuve que hablar ciertas cosas con el abogado; Martínez. Ya está todo bien, tranquila.

-          Me alegro.

-          Pero debo ir a Buenos Aires. – anunció.

-          ¡¿QUÉ?!

-          Lo siento. – replicó Santiago. – De veras, pero son unos asuntos pendientes con mi padre, que tengo que terminar.

-          En Buenos Aires. – dijo ella, circunspecta. –en Argentina, al otro extremo del mundo.

-          Lo siento tanto…

-          Nos acabamos de casar, ¿y ya te vas a otro lado? ¿No puedes quedarte?

-          De verdad tengo que solucionar esto.

-          ¿Y qué es? ¿Te dignarás a decírmelo?

-          Por favor, querida. No me pongas en ésta situación.

-          No, no es eso. Es que te vas al otro lado del globo y no me dices por qué. Creo que tú mismo te has puesto en ésta situación.

-          Si te lo dijera, no me creerías.

-          ¿Ah, sí? Inténtalo. – replicó su mujer. – A ver si logro asimilar en mi pequeñísimo cerebro femenino alguna parte de la información que me des.

-          No es porque seas tonta, ni nada. Es que es un tema… inverosímil. – replicó.

-          ¿Con que inverosímil, eh? Trata de decírmelo.

-          Soy el hijo de Nicolás II, y debo ir a buscar a mi hermana Anastasia. – contestó Santiago.

-          Te burlas de mí.

-          No lo hago. Pero te dije que es inverosímil, Margarita. Así que eso es todo. Me voy a Argentina. Punto.

-          Haz lo que quieras. Si no me quieres responder, allá tú.

-          Ya te dije.

-          ¿Qué eres un príncipe del que nadie supo nada? ¿Eso me quieres decir?- se mofó ella.

-          Yo tampoco me lo creí al principio. Pero al menos, tengo mi conciencia tranquila de que te lo dije, y eso es todo. Lo siento, Margarita.

La mujer se marchó de la sala, y Santiago se afirmó la cabeza con las manos.

“Maldición, joder”; pensó. “Joder, joder, joder”.

La Sangre de RusiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora