CINCO

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CINCO

-          Eso es ridículo. – aseguró Santiago. - ¿Mi padre, en serio? Si me quieren decir de qué va esta broma pesada, háganlo, y terminemos con esto de una vez.

-          Tu padre también te lo dijo. – respondió Eduardo Martínez, frunciendo el ceño. – Antes de morir. ¿Eso no te dice algo?

El tuerto se metió la mano al bolsillo, y sacó un papel. Se lo enseñó a Santiago, quién lo tomó. Era una fotografía, de la familia Romanov.

-          Por favor…

-          Míralos. – replicó Eduardo. – Mira a tu padre, pedazo de gilipollas.

-          Él no es mi padre. – contestó, pero vio la foto. Siendo muchísimo más joven, el zar sí tenía un parecido, era cierto.

“Pero eso no prueba nada”, se dijo.

 Siguió mirando. El pequeño Alexei estaba sentado, junto a sus hermanas, y si lo hubiera visto en otro lado, habría creído que era él mismo de niño. La misma cara redonda, rubia, los mismos ojos… pero no era él. Y tampoco era su hermano.

-          Ten. – dijo Santiago, entregándole la foto de vuelta.

-          Te diré cómo rescaté a tu padre. – masculló Eduardo.

-          Parece que eres duro de roer.

-          Lo soy. Fui médico en la guerra civil, y mercenario en la Gran Guerra. No soy alguien blando, si es lo que piensas. – se inclinó hacia adelante, mirando a Santiago. – Mira, La Fayette; te diré qué pasó, eso es todo. Pero cada palabra que pronuncie, va a ser cierto. Si eres tan jodidamente tozudo, y aún no entiendes, puedes comprobarlo tú mismo.

-          Como quieras.

-          Gracias.

EKATERIMBURGO

1918

Alexei seguía sangrando. El médico tuerto había logrado aplacar un poco el dolor, pero no había sido suficiente.

-          ¿Ma…mamá? – preguntaba el niño, con un hilo de voz. Alexandra estaba junto a él arrodillada, sin intercambiar una palabra con nadie.

 Anastasia estaba en un rincón, apocada. Y Nikolai se paseaba de un lado a otro, con las manos en la espalda, por el reducido espacio de la habitación. María y Olga tampoco hacían mucho. Todos tenían miedo.

-          Quiero… quiero al brujo bueno… - susurró Alexei.

-          Ya, ya. –el médico estaba tranquilo, tal vez demasiado. – Yo también soy un brujo, muchacho. ¿Lo sabes?

-          N…no. Eres… u…un… doctor, nada más.

-          Sí, pero también soy un brujo. Por eso, ya verás que te sentirás mejor.

 Alexei seguía postrado, con la horrible herida que le infringía tanto dolor.

El médico se dirigió al emperador.

La Sangre de RusiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora