SIETE
La NKVD estaba compuesta por casi una totalidad de hombres, y una mujer. Nadie sabía cómo había llegado a parar ahí, al principio, era un chiste o algo parecido, pero al cabo de un tiempo aprendieron que Katrina Smirnoiva no era alguien con quién quisieran meterse.
Tenía el pelo castaño rojizo, largo, liso. Era bastante alta para ser mujer, muy delgada y de facciones rectas. Al principio, los especialistas la llamaban por su nombre de pila, Katrina, y algunos osaron a llamarla Katrushka, pero descubrieron que, por su propio bien, para ellos era la capitana Smirnoiva.
En Leningrado, nevaba. Por la calle, caminaban dos hombres, cubiertos por sus respectivos abrigos, un tulup negro hasta los tobillos.
- Seguro que es amante del Director. – masculló Orlov, un especialista de la NKVDbajo y rechoncho. Volodia, su amigo, echó una bocanada de humo.
- ¿Esa? Está casada, Orlov.
- De todas formas, eso no prueba nada. Y pobre del marido, en todo caso.
- Lo sé. Pero si fuera amante de alguien, sería del mismísimo Stalin.
Volodia Goluvev era un hombre flaco, tal vez llegando al punto de demacrado, que lo hacía parecer un larguísimo alfiler. La barba incipiente, rubia, y el pelo pajoso. Manejaba las armas como si hubiera nacido con una AK47 entre las manos.
- ¿De Stalin? – se burló Orlov. – Bah, lo consideraría muy poca cosa. Tampoco es tan atractivo, que digamos. Esa nariz que tiene…
- Yo creo que la Katrushka se fijaría más bien en el poder a cómo tiene la nariz, Orlov.
- No la llames así, Volodia.
- ¿Qué no la llame cómo? ¿Katrushka? ¿Qué, crees que nos va a oír, acaso? No me digas que le tienes miedo a una mujer, Mijaíl.
- No es eso.
- Admítelo. Le temes.
- ¿Tú no?
- Yo la quiero en mi cama, nada más. Algún día llegaré al Kremlin, ya lo verás. Y ahí caerá rendida a mis pies.
Mijaíl Orlov soltó una risotada, pensando en la gran Katrina Smirnoiva cayendo rendida a los pies del Flaco Volodia.
- Una mujer está en un puesto más alto que el tuyo, Flaco.
- Y tú mejor no digas nada. Que me harán sargento pronto. Y luego mayor. Y luego capitán. Y tú seguirás siendo un puto especialista.
- Seguro, Volodia. Tienes el ego por las nubes.
Enterraban sus botas en la nieve, y el viento helado les golpeaba en la cara. Pero ellos no parecían casi notarlo, el frío era algo habitual.
- Volodia. – susurró Orlov.
- ¿Sí?
- Creo que debemos volver a la comisaría.
- Supongo. – respondió Volodia, encogiéndose de hombros. – Que no te coma la Katrushka. – rio, y Orlov lo miró con cara de pocos amigos.
- Como si le temiera a esa mujer. Seguro que llegó a donde está por ser amante de alguien o algo así.
Siguieron andando. Oyeron una voz femenina a sus espaldas.
- ¿Amante de quién, se podría saber?
Los dos hombres se voltearon. Katrina Smirnoiva estaba con los brazos cruzados, de pie frente a ellos.
- Les perdonaré una vez, synovej suk (1). Vamos, tenemos que ir a la comisaría.
- Der´mo (2). – musitó Volodia, para sus adentros.
Katrina caminaba con toda la gracia que le era permitida a un ser humano. Bien erguida, anduvo mientras los especialistas la seguían.
- ¿Pasa algo en especial, capitana?- inquirió Orlov, y Volodia le dio un codazo.
- Creo que sí. – respondió ella, apretando los dientes. – Verás, estimado, que hemos recibido una información desde España; algún tarado quiere conspirar para matar a nuestro Camarada Stalin.
(1) Hijos de puta
(2) Mierda.
ESTÁS LEYENDO
La Sangre de Rusia
Historical FictionEspaña, 1945 Todo comenzó con una carta. Una revelación. Y una orden. Santiago es un joven al que su padre, tras su muerte, le revela un secreto que podría cambiar la historia. Y le encomienda una misión, que podría alterar a la humanidad: Matar...