SEIS

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SEIS

Santiago se quedó perplejo unos instantes.

-          Y lo llevaste a Francia. – murmuró.

-          Y lo llevé a Francia. Pero primero, terminé de curarlo en la casa de un posadero, y estaba completamente inconsciente, de hecho, lo estuvo todo el camino a París. Serían cinco meses los que estuvo sin abrir los ojos. Hasta diciembre del mismo año; todos lo daban por muerto.

-          Y lo siguen haciendo. – respondió el joven, como para sí mismo.

-          ¿Te lo crees, entonces? – dijo esta vez el abogado, ansioso. Santiago alzó la vista para mirar a Aurelio.

-          No lo sé. Joder, no tengo idea. ¿Dijiste que podía comprobarlo, entonces?

-          Claro. Ve a París, al Hospital General Saint Michel, si quieres, y mira en los archivos. Verás que llegó un hombre en las características que yo te describa, en la fecha que yo te diga.

-          Pues verás, eso es un trabajo de locos. Casi tanto como la misión que me encargó mi padre.

 El abogado miró a Santiago asombrado.

-          ¿Una misión? ¿De qué estás hablando, La Fayette?

-          De que, bueno… - Santiago observó a Aurelio, vacilando, y luego se dirigió al veterano. – Me dijo que matara a Stalin. ¿Ven que alucina? ¡Matar al presidente de Rusia!

-          No es presidente. – acotó Eduardo. – Es el Secretario General de…

-          La misma porquería. – Santiago lo contempló como si estuviera loco. - ¿Crees que voy a llegar a Rusia así como así? “¡Hola, soy el hijo perdido del zar! Sí, el mismo. ¿Dónde está Stalin? Saben, quiero matarlo”.

-          Te pegarían un tiro por idiota. – dijo Eduardo.

-          ¿Lo ves?

-          Pero tú no eres tan idiota, y tu padre tampoco esperó que lo fueras. Supuso que lograrías usar métodos eficaces, para lograr tu objetivo. Como sucedió con Francisco Fernando o con el zar Alejandro II. – dijo, y su hermano lo interrumpió.

-          ¿Qué estás diciendo, Eduardo? – soltó, furioso. - ¿Qué vaya como un imbécil y trate de matar a una de las principales figuras políticas del mundo?

-          Yo no sé… sólo digo.

-          Creí que eras socialista. – intervino Santiago.

-          Lo fui. – respondió. – No sigo siéndolo, me considero más bien un librepensador. Pero independiente de eso, creo que debes tener cierta lealtad con tus orígenes.

Aurelio, su hermano, soltó una carcajada.

-          ¿Y qué hay de tus orígenes, Eduardo?

-          Mis orígenes apestan. Este mocoso es hijo de un rey, y yo de un contador. ¿Qué crees, que voy a hacer grandes alardes de eso? – miró a Santiago. – Debes recordarlo siempre, La Fayette. Recuerda quién eres. Tu apellido, es inventado, pero en el fondo eres un Romanov. Lo tienes claro, ¿no?

-          No mucho.

-          Tu padre quiere que mates a Iózif Stalin. Yo te daré otra misión, querido Santiago, y una vez que lo logres, no te cabrá ninguna duda de quién eres: encuentra a tu hermana.

-          ¿Qué?

-          No será difícil, La Fayette. Estuve en contacto con ella, hace veinte años. Tenía veintidós en ese entonces. Estaba en Buenos Aires.

-          Y quieres que me vaya a Argentina.

-          No te costará nada. Santiago, encuentra a tu hermana, y tal vez ella te ayude a cumplir tu misión.

-          No es una “misión” propiamente tal… - comenzó, y Aurelio soltó un bufido.

-          ¡No es una misión para nada! ¡Es la desesperación de un hombre agonizando! ¿Qué, estamos en la edad media? – exclamó, y Eduardo lo miró con expresión seria.

-          Tal vez no, pero no por eso tenemos que dejar de lado al honor. – se dirigió al joven. – Santiago, ve a buscar a Anastasia. Dile quién eres.

La Sangre de RusiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora