ONCE

267 18 0
                                    

 

ONCE

 

Santiago La Fayette terminó de armar su valija. Le había dicho a su mujer, una y mil veces, lo que tenía que hacer. Le había enseñado la carta. Por poco, la llevaba a donde Aurelio Martínez a que le contara la historia.

-          Seguro que tienes una amante. – decía – allá en Argentina. ¿Y cómo pretendes pagar ese viaje, eh?

Santiago volvía a repetirle que Eduardo se lo pagaría. Y Margarita seguía sin creerle.

-          No estoy diciendo que sea completamente seguro. – explicaba éste. – Tal vez mi padre estaba loco, y ellos también, y el mundo se puso patas arriba. Es una posibilidad, pero quiero comprobarlo.

 No había caso. Sin embargo, iría a Argentina. No tenía claro de qué le iba a decir a su hermana, si es que realmente era hermana suya, y si de verdad existía esa mujer. Pero lo intentaría. Cargó con su equipaje, escaleras abajo, y Margarita lo miró con el ceño fruncido.

-          Lo siento, querida. – se disculpó. – De veras que lo siento, pero…

-          …pero tienes que hacerlo. Que es importante para ti. – recitó ella.

-          Lo es. ¿Tan difícil es comprenderlo?

-          ¿Y qué vas a hacer a continuación? ¿Irte a Rusia a matar a Iózif Stalin?

-          De ningún modo. – replicó Santiago, llegando al primer piso con el baúl.

-          Lo dices como si fuera opción. Como si tú eligieras no matar a Stalin, pero que fuera una opción válida de todos modos.

-          ¿De dónde sacas tus interpretaciones?

-          Soy mujer.

-          Esa intuición femenina tuya… te está fallando. – respondió Santiago.

-          ¿Cómo llegarás al puerto?

-          Pedí un taxi.

-          Ajá. ¿Y eso, nada más? ¿Me dejas, entonces?

-          No te estoy dejando. – replicó Santiago, aunque era una verdad a medias.

 El viaje a Buenos Aires era larguísimo, y tardaría bastante en regresar. Se asomó por la ventana de la puerta de calle.

El taxi estaba estacionado afuera, y un taxista regordete con la cabeza rapada iba sentado al volante, con las manos sobre el manubrio. Santiago se volteó hacia Margarita.

-          Adiós. – dijo, sonando como si dictara una sentencia.

 Margarita hizo un sonido de asentimiento, y se dio media vuelta. Santiago apretó los labios, y se dirigió hacia afuera, con el pesado baúl en la mano. Salió por la puerta de calle, y caminó arrastrando el equipaje hasta el coche. Abrió el maletero, y metió su valija en éste. Se subió al taxi en el asiento de atrás.

-          Buenas tardes. – musitó. El taxista respondió el saludo. – Al puerto. – dijo Santiago.

 El día estaba gris, y Santiago pensó que se sentía del mismo modo. Gris. Apagado. No sabía siquiera si estaba obrando bien. Lo más probable es que la respuesta fuera un “no” rotundo.

“¿Y qué pretendo?”, se preguntó. “¿Decirle qué? ¡Hola, Anastasia, soy tu hermano, el que nunca conociste! Sí, el mismo. Oye, tú creías que tu padre había muerto, me imagino. Pues no, sobrevivió…”

Era ridículo. Estaba aún a tiempo, se dijo.

“Si me devuelvo a casa y dejo todas estas gilipolleces, tal vez me ahorraría varios meses que estaría despilfarrando. Puedo hablar con Palma y recuperar mi trabajo. Puedo volver a mi vida normal”.

 Se dirigió al taxista.  

-          Eh, señor…

-          ¿Sí?

Pasaron unos instantes. El auto seguía andando, con un leve traqueteo en la parte de atrás. El taxímetro corría. El taxista lo miró por el espejo retrovisor.

-          ¿Pasa algo, caballero?

-          No, nada. – replicó. – Una tontería. Vamos, al puerto.

-          Como guste.

Santiago respiró profundo. Al fin y al cabo, tenía que saldar las cuentas de su padre. Y si era cierto todo ese asunto, tal vez incluso terminaría convertido en un asesino. ¿Quién sabe? Puede que se decidiera a matar realmente al comunista ese, a pesar de que Santiago nunca haya sido ferviente de la política.

 No, murmuró para sus adentros, estaba pensando tonterías. Nadie en su sano juicio se pasaría siquiera por la mente una cosa como asesinar a un hombre como Iózif Stalin. ¿O sí? 

La Sangre de RusiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora