Segundo Encuentro

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La tarde había sido muy larga y en realidad poco fructífera. El caso del robo del dije de Kurama estaba avanzando a pasos muy lentos, se preguntó entonces si los casos de homicidios se resolvían con la misma lentitud. La falta de acción le hacía sentirse agotado y el ambiente caluroso de la oficina de homicidios culpa del aire acondicionado dañado, le daba la sensación de querer vomitar. La unidad de homicidios tenía una constante con las otras unidades, la greca estaba siempre llena, por que no importaba que tan fuerte golpeara el sol afuera el café hirviendo siempre estaba a la orden. Como buen policía que era, también era un fan aguerrido de la bebida negra y sin azúcar. Ya en la noche, al final del turno se decidió a ir por un trago, necesitaba despejar su cabeza de las ideas abultadas y revueltas entre el caso del homicidio de sus padres y los del robo.

Pidió un trago de vodka puro que le quemó la garganta. Yamato se había ofrecido a acompañarlo, también deseoso por beber algo. El caso le había estado absorbiendo las últimas semanas, Kakashi le había prohibido recibir cualquier llamada de la unidad de homicidio, es decir ocuparse de cualquier otra cosa, por lo que su capitán había decidido simplemente desconectar la línea,  luego del incesante tintineo que parecía no detenerse. Sasuke se negó de la forma más decente que encontró, lo cual tratándose de él, bastó con un simple no. Yamato estuvo a punto de sentirse ofendido de no ser porque recordó a tiempo las advertencias que Kakashi le había hecho sobre él, sin embargo no pudo evitar pensar que la actitud del Uchiha era un poco grosera, por no decir altanera y prepotente, aunque de cierto modo elegante, ya que siempre quedaba la pregunta interna de si en realidad valía la pena sentirse ofendido por eso, o, halagado por ser objeto de su rechazo.

Sasuke no era muy adepto de ir a bares por sí solo, la mayoría de veces que había ido había sido en compañía de Juugo o algunos compañeros de la fuerza, siempre con la intención de despejar las tensiones acumuladas en la semana. Pero tampoco podía negar que un par de veces lo había hecho por su cuenta, con la intención sobretodo de conseguir satisfacer sus necesidades más mundanas, nada más.

El mesero volvió a llenar su copa por tercera vez, luego de verlo jugando con la copa haciéndola girar sobre uno de sus bordes, pensativo. Este no era cualquier bar, no podía desinhibirse y simplemente emborracharse, porque esta vez su objetivo no era ese, aun si el ambiente era tremendamente acogedor.

Estaba cerca del centro de la ciudad, un territorio que sabía le pertenecía al grupo de Akatsuki, sus primeras semanas de patrullaje habían sido por aquella zona, por lo que conocía de vista a algunos de sus traficantes y proxenetas. Afortunadamente no había tenido mayor encuentro con ellos, más que un par de multas por escándalo en la vía pública. Su tiempo de patrullaje en la zona tampoco había durado el tiempo suficiente, como para que alguien pudiera reconocerlo.

No había en realidad una buena razón para que estuviera allí, cuando se dio cuenta el cantinero ya había dejado una botella exclusiva para su uso, que ya iba por la mitad. Se decidió por fin a relajarse cuando aceptó que, solo por estar en un bar de la zona de los Akatsuki no significaba que conseguiría algún tipo de respuesta, así que por sí mismo se sirvió otra copa de vodka. Meció un poco la copa en su mano y le dio la espalda a la barra antes de llevarse el trago completo a la boca. Sentía sus mejillas sonrojadas y un leve entumecimiento en la boca, señal de que ya estaba sintiendo los efectos del licor. El lugar estaba atestado de personas, en su mayoría hombres de mediana edad, y solo un puñado de chicos jóvenes. Se preguntó si era buena idea intentar algo esa noche. No estaba allí en calidad de policía, por lo que pensó que no era mala idea darle un alivio físico a su cuerpo. Los cuerpos a su alrededor variaban todos de formas y colores. No iba a decir que tenía un gusto particular por un tipo específico de hombre, pero le gustaba seguir ciertas reglas imaginarias. Por ejemplo: no podían ser más altos que él; ni más simpático, —no era que se considerara que su sex appeal fuera algo de qué vanagloriarse pero en definitiva reconocía que había algo impactante en él—; no podían tampoco ser muy jóvenes, detestaba esa alegría y algarabía de los chicos jóvenes. 

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