Entrevista.

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La noche pasó rápido. Luego de la discusión en la cocina Sasuke se había quedado encerrado en su habitación, siguió de largo sin siquiera comer algo. Cuando ya era muy tarde y Naruto empezó a dejarse vencer por el sueño fue a la habitación. Entró en silencio, tratando de que sus pasos no se escucharan sobre el suelo de madera. Ahí estaba la colchoneta, aún recostada contra las puertas del armario. Debía acomodarlo todo, buscar las cobijas que le había prestado la noche anterior y hacerse a un lado en silencio. Sasuke estaba completamente vestido, aún llevaba puestos hasta los zapatos. Estaba profundamente dormido, como si llevara mucho tiempo sin descansar. Eso lo desconcertó un poco, sobre todo porque la noche anterior lo había visto dormir de la misma forma, bueno casi, la noche anterior estaba desnudo debajo de las sabanas y él no se había dado cuenta hasta que amaneció. Tuvo que reconocer que por lo menos en eso no se parecían en nada, Itachi, al contrario de Sasuke tenía un sueño ligero, casi nunca dormía lo suficiente y eso lo mantenía de mal humor todo el tiempo. Aunque el humor de Sasuke no era muy diferente incluso durmiendo todo lo que dormía, por lo que rápidamente llegó a la conclusión que sus horas de sueño no tenían nada que ver, que simplemente eran así. Volvió a mirar la colchoneta a un lado del armario. ¿Qué pasaría si no la usaba? Sasuke se enojaría, lo sabía, pero qué importaba, probablemente no volvería a verlo después de esa noche. Lo sacudió un poco buscando despertarlo pero Sasuke no reaccionó. 

—Anda, despierta, no vas a poder descansar si duermes de esa forma —le susurró sin verdaderas intenciones de querer despertarlo, lo más seguro era que lo echara de la habitación, solo porque sí, porque así es él—. Es tu culpa por no despertar vale. 

Lo levantó con todas sus fuerzas, solo lo suficiente para sacar las cobijas de debajo de su cuerpo. Se alegró de que en verdad su sueño fuera tan pesado. Luego procedió a quitarle la ropa: primero la camiseta; luego los zapatos; el pantalón y las medias, por último estaban los calzoncillos. Tragó saliva. Sasuke era un poco más pequeño que Itachi, más delgado también, pero no por eso podría decir que no le gustaba, al contrario, sintió su corazón palpitar con fuerza cuando acercó sus manos al caucho de los calzoncillos en su cintura, solo hacía falta un jalón, un único esfuerzo y todo su cuerpo desnudo quedaría frente a él. Se mordió los labios y se detuvo, no sin antes acariciar con la punta de sus dedos su abdomen descubierto, entonces lo cubrió con las cobijas. Sasuke se encogió ante la calidez de las sábanas como un niño lo haría ante la caricia de su madre. Naruto volvió a morderse los labios, debía controlarse, no era Itachi quien estaba frente a él, y por muchas similitudes que encontrará en ellos no eran la misma persona. Se acomodó a su lado sobre el tendido de la cama, dejándole espacio para moverse si así lo quería. No pasó una buena noche, y Sasuke tampoco. Llegó un momento en la madrugada en que lo sintió moverse, un movimiento fuerte que casi lo tumba de la cama, luego llanto. Intentó despertarlo, esta vez sí con toda la intención de hacerlo. No era que llorara desconsoladamente, no, simplemente las lágrimas salían una detrás de otra, humedeciendo su rostro. Encendió la lámpara y lo acercó a su cuerpo, lo abrazó por la espalda y secó sus lágrimas, tratando de que no lo golpeara con sus movimientos impulsivos. Al cabo de un rato se detuvo, pero Naruto no pudo volver a conciliar el sueño, permaneció a su lado, acariciándole el rostro y tarareando la única canción de cuna que sabía. Hasta que amaneció. Entonces se levantó rápidamente, fue hasta la ducha y tomó un baño, arregló todo a como estaba antes de que invadiera ese lugar sagrado que era su hogar. Puso a preparar en la estufa la última taza de café que tomaría en esa casa. Se sentó frente a la estufa y se concentró en las llamas azules, tanto, que no se dio cuenta cuando Sasuke entró en la cocina, con nada más que un pantalón de sudadera. 

—¿Qué haces? —le preguntó y Naruto sintió que los colores le invadían el rostro. Sus ojos se veían cansados e hinchados por todas las lágrimas que su subconsciente había derramado. Escondió las manos entre sus bolsillos recordando las caricias que le había dado, recordando la suavidad de su rostro y el sabor salado de sus lágrimas, porque no había logrado contenerse de besarle los ojos, mientras tarareaba esa estúpida canción. “La noche no es buena” se dijo, es peligrosa. 

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