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Serenidad y seriedad, cómo siempre no era nada nuevo para Elizabeth. Había aprendido que las veces en las que se mostraba amable solo eran cuando sus oídos estaban llenos de música a todo volumen. Solo entonces sonreía y eso la empezaba a hacer sentir un poco más cercana a  él rubio; casi no hablaban ni nada pero su leve sonrisa era bastante para tranquilizarla. Incluso había aprendido que si cerraba los ojos él volteaba a verla atento durante unos largos minutos.

—¿Cómo fue que descubriste tu enfermedad?— meliodas se tensó ante esa pregunta y volteó a verla serio. Recordaba un fuerte estruendo, un choque, llantos de su madre y padre junto a el primer monstruo que vio; los susurros estaban volviendo, los sentía golpearlo desde el interior gritándole con voz espectral que los dejara salir y se rindiera ante la muerte. Empezaba a ver otra vez manchas negras con ojos rojos que se acercaban peligrosamente — ¿Meliodas estas bien? — ella abrió los ojos preocupada al no escucharlo hablar y sentir como empezaba a temblar. Meliodas estaba temblando, se alejaba de ella con una cara asustada como si ella fuera el monstruo y eso la preocupo más. Acuno su rostro entre sus manos tratando de calmarlo pero solo deliraba sin parar. Entonces el paraíso se abrió para el rubio y sintió una presión sobre sus labios.

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