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— Emm...amm...¿quieren palomitas?— el incómodo pelinegro se quedó quieto al mirar como la albina seguía admirando las dos rosas que su hermano le había dado y a meliodas con la mirada alejada de Elizabeth tanteando su celular — Si, iré por palomitas — 

—Claro — respondió el rubio. Zeldris no tardó nada en salir de la sala dejando sola a la pareja, apenas salió de el radar de su mayor sus miradas se atrajeron como un poderoso iman que los llamaba y sus manos se juntaron cariñosamente. Sus gritos y susurros le decían al oído que la soltara y la dañara, era obvio, le tenían miedo a la poderosa diosa 

—Están aquí— susurro suave como si tuviera miedo que alguna de sus bestias lo escuchara y lo dañara como estaba tan acostumbrado. Elizabeth enterneció su mirada; en su presencia ningún monstruo imaginario le haría daño a ese hermoso rubio.

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