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Zeldris abrió los ojos lentamente, sentía un dolor punzante en su cabeza que le dificultaba levantarse, podía sentir como algo húmedo y líquido salía de su frente para bajar por su cara y aparte sintió un dolor demasiado grande en su brazo que lo hizo soltar un sollozo. Cuando el pitido dejó de hacer eco por sus oídos el azabache se levantó como pudo de el suelo y se sujeto su brazo lastimado. Ardía como el infierno, no lo sentía, no podía moverlo y si lo hacía le dolía.

Fue entonces que sus pupilas se dilataron de el horror y abrió los ojos para poder gritar, ante él se encontraba el peor escenario que se pudo haber imaginado, los niños que los acompañaban en el camión estaban desmayados o muertos en diferentes partes de el autobús, el señor estaba por completo lleno de sangre posiblemente muerto pero lo que más lo asusto fue no ver a su hermano entre todo ese caos.

—¡Meliodas! — gritó entre llanto — ¡Hermano!— pero nadie le respondió, su único consuelo fue el escuchar la sirena de los paramédicos acercándose hasta donde todos estaban 

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