6. Reencuentro¹

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Al día siguiente me levanté muy temprano. Pablo pasaría a recogerme al hotel en un par de horas, así que tendría tiempo de bajar a desayunar y dibujar desde ahí: me encantaba hacer bocetos de personas distraídas.

  Mientras tomaba mi primer café y practicaba algunos trazos, Dylan se sentó a mi lado. ¿Dónde había quedado ese hombre majadero que durante el viaje le había puesto mala cara a todo el mundo sin que alguien le hiciera algo?

—Buenos días, Señorita Arcilla –saludó, y le hizo una
seña al camarero–. Un café negro y pan tostado. ¿Qué se siente regresar a casa?

—No estoy en casa, pero si bastante cerca –conteste,
sin dejar salir algun tipo de emoción en mi voz.

Dylan era tan impredecible que yo no quería empezar mal mi mañana con una respuesta grosera de él. Y se siente muy bien,
extrañaba venir.

—¿Conoces la ciudad? Es muy linda. Yo he venido un par de veces, hace mucho,

—Me alegra. Entonces podrás volver a pasear.

—Sí, conozco algunos lugares. ¿Quieres que te muestre? –otra vez Dylan hablaba con el tono de voz de un conquistador, que parecía tener bastante bien aprendido. Quise soltar una pequeña risa pero me contuve.

—Muchas gracias, pero ya tengo un compromiso. Pasan por mí en un rato.

—Ah, sí? ¿Un amigo, un novio, un amor?

—No creo que eso sea importante, Dylan. Iré a pasear por la ciudad –contesté, mientras guardaba mi cuaderno de bocetos.

–Ja, ja, ja. Te sonrojaste. Significa que es un amor.

Tampoco le respondí, pero sonreí para intrigarlo un poco más. Terminé rápido mi café y me levante de la mesa.

—Que tengas un bonito día, Dylan. Sonrie, estamos fuera de la galería. –Hice lo posible para que mi voz sonara segura y alegre, y él no supo que decir.

Bajé al lobby del hotel con una mochila en la que llevaba el cuaderno, los lápices de dibujo y algunas cosas que traia de Nueva York para Pablo. Lo esperé solo unos minutos, y cuando por fin lo vi entrar no pude evitar correr a abrazarlo.

—Ana... –dijo–. Estás... te ves tan cambiada.

—Pablo, tú también. –Digo–, te ves igual que siempre, igual que en tus fotos, pero un poco más, no sé, maduro? ¿Formal?

—Ja, ja, ja. Puede ser. Ahora que estoy totalmente concentrado en estudiar la carrera e iniciarme en los negocios, puede ser que me vea así. ¿Más serio? Solo es la pinta.

Volví a abrazarlo, ¡estaba tan feliz de verlo después de
más de dos años! Ya casi salíamos del lobby para comenzar a recorrer la ciudad cuando escuché una voz conocidísima a muy poca distancia de nosotros.

—Tu amigo, ¿verdad? –dijo Dylan, acercándose.

—Dylan, él es Pablo. Pablo, Dylan. Es hijo de Olivia, mi
jefa.

—Mucho gusto –saludó Pablo. Dylan le estrechó la mano– Conozco el trabajo de tu madre y...

—Sí, claro. Los expertos en arte lo conocen. –Pablo no contestó, pero su mirada y la de Dylan se cruzaron. Pablo detectó de inmediato la arrogancia en su voz.

—Nos vamos. Hasta luego, Dylan, diviértete tú también –dije algo molesta, pero estoy segura de que mi reacción ni siquiera lo perturbó.

No le di tiempo de contestar, porque Pablo y yo salimos rápido hacia la calle.

—Que tipo tan antipático. ¿Viste cómo me veía? –me dijo Pablo.

—Ay, Pablo. Ya te contaré de Dylan. Vámonos, tenemos
mucho que platicar, hace años que no nos vemos.

⭐⭐⭐

Caminamos desde el hotel Shangri-La hacia el Centro Pompidou, que no estaba tan lejos, porque yo quería ver una exposición. En el camino nos deteníamos para que yo pudiera tomar algunas fotografías o hiciera bosquejos rápidos de las fachadas que me llamaban la atención.
Esos enormes edificios que llevaban siglos ahí eran lo opuesto a mi recorrido diario en Manhattan.

   Mientras caminábamos, le platiqué a Pablo sobre mis
compañeros de la academia de artes, lo que cada uno de ellos hacía; también sobre mis profesores, que me alentaban a experimentar con nuevas disciplinas. Le hablé sobre mis proyectos en escultura y que, aunque al principio no estaba muy convencida de dedicarle tanto tiempo, ya era una actividad esencial para mí.

También le conté sobre Hanna y lo bien que nos llevábamos, sobre mis salidas en la ciudad y cómo me gustaba ir a lugares diferentes; algunos me recordaban mucho a él y las pláticas que teníamos hacía años.

—No te reconozco, Ana –dijo Pablo–. Pero no en el mal
sentido, sino que ahora veo a una chica totalmente distinta, más madura, responsable.

—Vas a hacer que me sonroje –respondí emocionada–.
Tienes razón en algo: he crecido mucho. No soy la misma persona de hace un par de años. La vida en Nueva York me ha cambiado más de lo que yo esperaba.

—Me alegra mucho, Ana. Te admiro. ¿Esta es la vida que quieres?

—Sí. A veces termino exhausta, es bastante pesado hacer todo lo que hago, pero es la vida que quiero, la que me hace feliz. Estoy totalmente segura de eso.

—Lo sé. Nunca te había visto así de entusiasmada. Tú sola has alcanzado las metas que te has propuesto. Primero la academia de artes y ahora como asistente en F.24. Siempre has sido muy fuerte, me siento orgulloso de ti.

—No ha sido sola, Pablo. He tenido el apoyo de muchas personas, entre ellas tú, que siempre me alentaste, incluso cuando yo me porte de un modo... ya sabes, caprichoso.

—Eso está en el pasado, Ana. No le demos importancia.

—Por cierto, Pablo, ¿cómo está Lily Rose? –pregunté cuando por fin llegamos a nuestro destino.

—Muy bien. Está muy concentrada en sus estudios, ahora trabaja para distintas fundaciones y tiene muchos proyectos en puerta. Ya sabes que su pasión es esa.

—Me alegra. Ella también ha alcanzado metas impresionantes siendo tan joven. –No podía evitar preguntar un poco más–. ¿Ella sabe que...?

—Sí, claro –interrumpió Pablo–. Le pregunté si quería
acompañarme, pero ya tenía un compromiso desde hace meses, algo con los chicos de la casa hogar donde ella estuvo. Te manda saludos.

—Dale mis saludos también. –Me quedé pensativa un
momento hasta que pude soltar las palabras– ¿Ustedes han pensado en llevar todo esto a futuro?

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Finalmente Soy Yo • Lesslie PolinesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora