7. Tu Secreto ¹

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A mi regreso, Sebastian y yo nos vimos para desayunar
antes de ir a la oficina. Le di todos los detalles del viaje, incluso le hablé de mi reencuentro con Pablo y las malas caras de Dylan.

—Es normal, Dylan no acepta la competencia y se sintió amenazado –dijo Sebastian, después de soltar una pequeña risa irónica.

—Amenazado por qué? –pregunté incrédula, y Sebastian levantó una ceja–. No, nada que ver, nosotros...

–Está bien, Ana, si no lo quieres ver, perfecto, no pasa
nada, pero no digas que no te puse al tanto.

—Lo más extraño fue que durante el vuelo de regreso
Dylan se cambió de primera clase, donde tenia un asiento junto a Olivia, a clase turista, conmigo. ¡Fue al lugar vacío junto a mí, Sebastian! Y ahí se quedó un rato, viendo la misma película que yo, pero sin hablar.

—Te lo estoy diciendo: se sintió amenazado.

—y un par de horas después Olivia se asomó, creo que
estaba buscándolo. Ni te imaginas la cara que puso cuando lo vio sentado junto a mí. Se le subieron los colores a las mejillas, y le dijo que fuera con ella porque quería darle unos documentos. De regreso, ella y Dylan se fueron a casa con su chofer y yo regresé a mi departamento en taxi.

—Ja, ja, ja. Sabemos que Olivia puede ser severa en el
trabajo, pero también es encantadora cuando quiere. Lo que sucede aquí es que es una madre sobreprotectora y también, como Dylan, se sintió amenazada, solo que por motivos diferentes. Ya veremos cómo termina esta historia -comentó Sebastian, sin dejar de sonreír porque quería darme a entender cosas que yo me negaba a aceptar.

Cuando llegamos a la oficina, yo ya tenía algunos documentos sobre el escritorio: fichas para reportes, formatos que debía llenar, y una lista hecha a mano por la secretaria de Olivia con tareas urgentes. A las seis y media, por fin tenía todo listo para ir a la bodega y continuar trabajando en mi pieza para la feria de arte, pero Olivia me llamó a su oficina.

—Qué bueno que sigues aquí –dijo, apenas levantando la vista de su tableta–. A veces te busco y no estás, no cumples con tu horario.

—Me voy mucho después de mi horario, tal vez no esté
en mi escritorio pero sí en la galería –contesté. Ahora sí, Olivia volteó a verme por completo, no esperaba una respuesta y yo tampoco esperaba que me dijera algo así, si durante el viaje mi trabajo fue impecable.

—Te pedí que hicieras los reportes de la prensa francesa y estadounidense sobre la exposición y los dejaras con mi secretaria, ¿dónde están?

—Los entregué desde hace un par de horas, tal vez aún
no se los traen.

—Hiciste las llamadas a los compradores? ¿Corroboraste que todos los pedidos estuvieran bien?

—Sí. Lo hicimos entre Sebastian y yo, él me dijo que
quería supervisar los envíos y tener copia de todo. ¿Algo más en lo que pueda ayudar?

—Nada por el momento. –Olivia iba a girar su silla para
dar por terminada la conversación, pero habló de nuevo–. Entonces eres amiga de Pablo Cooper, ¿verdad?

—Así es, nos conocemos desde niños –contesté. Ya se
había tardado varios días en preguntarme sobre la familia de Pablo, ella, que siempre se fijaba en esos detalles.

—Qué interesante. Conozco a muchas personas de ese círculo, no sabía que pertenecías a él. Son gente importante.

—Así es. Ellos lo son. Yo simplemente estudio artes y
ahora trabajo aquí, esto es más de lo que me hubiera imaginado cuando vivia allá –respondí queriendo
ser cortés, humilde y darle por su lado.

—Sí, Ana. Es mucho más de lo que te hubieras imaginado. Puedes irte, revisaré esta noche que los reportes estén bien. Gracias por tu apoyo.

Estaba a punto de salir cuando escuché a Olivia hablar
una vez más:

Cada vez que te veo, no puedo evitar pensar en alguien a quien conocí hace mucho tiempo –dijo, casi como en un susurro. Pero bueno, no es nada importante.

Salí de su oficina para ir a la mía. Aún tenía tiempo para trabajar en la bodega, y a la vuelta del pasillo alcancé a escuchar la voz de la secretaria de Olivia confirmando la petición de su jefa: quería mi expediente completo. El corazón me dio un vuelco, tal vez planeaba despedirme cuando terminara el mes, pero me tranquilicé mientras caminaba: si esa era su decisión, yo no podía hacer nada al respecto.

⭐⭐⭐


Una semana después del regreso a Nueva York, por fin terminé mi obra. No podía creerlo, tenía una escultura hecha totalmente por mí. Llamé a Sebastian para que la viera.

Las piezas eran de arcilla y la base tenía cristales que reflejaban su brillo si se les iluminaba correctamente. En la escultura se notaban las siluetas de tres animales, que con el juego de luces que había estado probando, parecían proyectar sombras que se movían sobre la misma escultuta. Desde que me inicié en esa disciplina me dije que solo podría presentar piezas que cumplieran con mis expectativas, que eran bastante altas, y al ver aquella me sentí plenamente satisfecha. Lo había logrado.

—Te quedó increíble, Ana, honestamente. Es hermosa
-dijo él cuando estuvo frente a ella–. Siento que transmite mucho.

—Esto significa demasiado para mí. Estos tres animales hablan del espíritu de las personas. ¿Ves la silueta del elefante? Su fuerza también representa la nobleza que necesitamos. El jaguar es valiente, para mí significa que tiene el poder de enfrentar adversidades y continuar siendo protector. Me siento tan identificada con él, Sebastian. Yo dejé mi hogar, mis amigos, familia y todo lo que conocía por venir a Nueva York y perseguir mis sueños hasta que logré cumplirlos poco a poco. Y la silueta que sobresale aquí, la del colibrí, es la libertad que me da el arte para expresar todo esto. También ha sido liberarme de la culpa que sentía desde mi infancia. Me siento libre de tomar mis propias decisiones y ser feliz con ellas.

—Estoy muy orgulloso de ti –dijo Sebastian. Se escuchaba muy conmovido, no dejaba de ver los detalles de la pieza.

La escultura solo estaría ahí ese día y el fin de semana,
más tarde grabaría el video con la explicación de la obra, sus partes y materiales, y el lunes por la noche un par de cargadores la llevarían a mi departamento. Como Sebastian no podría ayudarme a grabar, apenas dieron las siete y terminé mis pendientes, fui a la bodega con la cámara y el tripié. Instalé todo, revisé la carga de la batería, respiré profundo y pensé en lo feliz que había sido trabajando en mi obra. Necesitaba esa sonrisa al momento de grabar.

—Hola, soy Ana Lee, soy artista plástica y esta es mi pieza para la feria de arte de este año.

En cinco minutos expliqué de qué se trataba la obra,
cómo surgió la idea y qué era lo que me interesaba transmitir. Hice tres videos, revisé a detalle cada uno hasta que escogí el que editaría para mandar a la muestra. Cuando terminé eran más de las nueve. Volteé a ver por última vez la escultura, sonreí y salí de la bodega.

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Finalmente Soy Yo • Lesslie PolinesiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora