Cuando salí de la oficina de Ian ya estaba más tranquila. Me despedí de Fátima y me dirigí al elevador y me encontré con Sandra que también iba de salida.
--Querida, ¿te vas tan pronto? – preguntó con su voz chillona y con su maldito tono de amabilidad fingida.
--Sí – dije y me moví incomoda. Había algo en ella que no me gustaba.
--Ian es un gran chico...— dijo mirándome de reojo. Me giré para verla.
--Sí, el mejor.
-- Creí que nunca superaría a Sofía. Pero... es una alegría que lo haya hecho. ¿Si te contó sobre Sofía, verdad? – dijo fingiendo incomodidad. – Espero no haber cometido una indiscreción. -- Le sonreí de mala gana.
--No te preocupes. Sí, sé todo sobre Sofía. ¿Hace mucho que se conocen Ian y tú? – no pude contenerme más a preguntar. El maldito gusanito de la curiosidad me estaba chinchando.
--Oh! – sonrió como si esa fuera la pregunta que estaba esperando. Y me odie por darle el gusto. – Sí, Ian y yo nos conocimos hace casi tres años ya y fuimos muy íntimos... amigos. – sonrió contenta de haber plantado la semillita en mi cabeza. Le devolví la sonrisa cuando lo que quería era darle un buen golpe en su operada nariz.
Se abrieron las puertas cuando llegamos a la planta baja.
--Adiós, querida. – dijo y salió contoneando sus caderas. Maldita perra.
Me fui directo a casa. Le hablé a mamá para preguntarle sobre la comida contigo y para mi buena suerte me dijo que no iría. Al parecer tenía un asunto más importante que atender que ir con el idiota que lastimó a su hija. Genial.
Y como era de esperarse, me puse a pensar en Ian y en Sandra. Ahora no solo quería saber quién era ella sino que también quería saber que tan íntimos habían sido Ian y ella. Que tocara el tema de Sofía me puso los nervios de punta. Ian me había contado de Sofía casi después de conocernos, era su prometida y la había amado mucho pero ella, por desgracia, había muerto y él tenía que seguir con su vida.
No sé si debo preguntarle algo de esto a Ian, no es como que tenga mucho derecho a sentir celos tontos. Es Ian el que ha tenido que pasar un infierno a causa de mi ex, de ti. Y tampoco es como que yo haya hecho mucho por aminorar el daño, de hecho, creo que hasta contribuí y lo lastime demasiado. Y tuvimos que pasar todo esto, él más que nada, para que me diera cuenta de que lo quería. Así que, creo que gracias a todo esto he perdido totalmente mi derecho a portarme celosa o cuestionarlo por Sandra. Aunque ésta me haya provocado en elevador tendría que hacer caso omiso a sus palabras.
Lamentablemente para mí ya no podía pensar en otra cosa. Me molestaba pensar en que Sandra ya había estado con Ian de una forma... ¿cómo podría decirse? Bueno, que podrían haber sido algo más que amigos.
Maldita arpía. ¿Por qué demonios tenía que decirme eso? Ahora no podría pensar en otra cosa.
Para despejar mi mente, hice la lista cosas que me hacían falta en la casa y me fui al supermercado. Compré todo lo que necesita y hasta lo que no. Cuando llegué a casa iba a ser la una, tenía tiempo suficiente para preparar algo de comer antes de que Ian saliera. Y como no habíamos quedado en nada cuando lo vi esta mañana decidí llamarlo. Contestó al primer timbrazo.
--Hola cariño. – dijo con su voz tierna.
--Hola...—dije – estaba pensando en preparar algo rico para comer. ¿Si vendrás? – se quedó un momento en silencio.
-- Lo siento, cariño, hoy no podré ir. – de inmediato se me bajó el ánimo.
--¿Es por lo de esta mañana? – pregunté
--No, por supuesto que no, nena. Es que ya quedé de comer con Sandra. – Sandra, me estaba dejando comer sola por Sandra. Sentía que la sangre me hervía. Ian nunca me había dejado comer sola y ahora llegaba esta tipa y prefería comer con ella.
--Sandra... – dije su nombre sin querer.
--Sí, la pelirroja de esta mañana. ¿Recuerdas? – me quedé en silencio. ¿Recordarla? No había dejado de pensar en ella toda la maldita mañana.
--Hannah, ¿está todo bien? – preguntó Ian
--Sí, no... Todo está bien. Que te diviertas. – dije y estaba a punto de colgar.
--Ni se te ocurra colgar. – Sentenció -- ¿Qué pasa?
-- Nada. – dije demasiado rápido y me maldije por eso.
--Hannah...—dijo en tono de reproche.
--No pasa nada, Ian. – dije lo más alegre que pude.
--Hannah...—volvió a repetir en el mismo tono de reproche. Suspiré y puse los ojos en blanco.
-- Más vale que no me hayas puesto los ojos en blanco. —dijo después de un rato.
--Qué, no me digas que ahora te pondrás a lo Christian Grey. —dije burlonamente. Escuche la risa de Ian sonar del otro lado del teléfono y era algo hermoso para escuchar.
--¿Y qué si te digo que me pica la mano? – dijo entre risas. Y ahora la que explotó en una risa fui yo. – Aunque es tentadora la idea, cariño, – dijo después de un rato – no es mi estilo. Ahora que ya aligeramos la charla dime, ¿qué pasa?
--No es nada, Ian. Bueno, Sandra y tú...
--Ah, ya. Con que ahí está el problema. Cariño, Sandra y yo solo somos viejos amigos.
--Muy íntimos, según me dijo ella. – solté antes de pensar.
-- ¿Eso te dijo? – preguntó confuso. —Bueno, tenemos casi tres años de conocernos, supongo que a eso se refería.
--¿Y por qué no me habías contado sobre ella? – otra vez pregunté sin pensar.
-- ¿A caso son celos lo que escucho? – preguntó Ian curioso.
--No. – dije pero por su risa supe que no me creyó.
-- Cariño, tengo una cita con un cliente. No te preocupes por Sandra, no es nada. Te llamó luego, vale. – dicho esto colgó. Me quedé como idiota con el teléfono pegado a la oreja cuando timbró, conteste de prisa.
--Te quiero, cariño. – dijo Ian
-- Yo también te quiero. – dije y volvió a colgar.
Aun no me gustaba el tema de Sandra. Ahora entiendo cuando dicen que las mujeres tenemos un sexto sentido. Y ahora mismo mi sexto sentido me decía que Sandra me traería problemas. Muchos problemas.