¿ERES SORDA O TONTA?

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Escuchar a Ian decir que me quería era algo asombroso, se sentía tan bien. Me sentía feliz.
Decidí preparar algo más sencillo de lo que había pensado ya que Ian no vendría. Estúpida Sandra.
Me gustaría tener una amiga a quien contarle todo lo que me estaba pasando ahora mismo, alguien que me consolara diciéndome que Sandra era una zorra aun sin conocerla. Alguien que me apoyara. Pero claro, me había quedado sin amigas gracias a ti.
Estaba terminando de preparar la comida cuando tocaron a mi puerta, corrí a abrir creyendo que era Ian pero vaya sorpresa que me lleve. Del otro lado de la puerta estaba quien menos creía que vendría verme.
--Hola Hannah. – dijo y me miró de pies a cabeza como era su costumbre.
-- Alison, vaya sorpresa. – dije haciendo lo mismo que ella. Claro que ella iba bien vestida y yo...no tanto. Ella traía puesto un conjunto similar al de Fátima, falda en tubo negra y una blusa blanca, el saco lo traía atravesado en su bolsa.
--¿Puedo pasar? – preguntó mirando hacia dentro. Dudé un segundo pero después pensé, ¿qué más da? Le hice la seña de que entrara y se fue directo a la sala y se sentó en el sofá más pequeño, yo me senté en el que estaba un poco más grande y la miré. Seguía siendo bonita, ella era todo un cliché, una rubia hermosa de piernas largas y algo estúpida. Desde que la conocí no llevamos fatal, siempre me odió porque estaba contigo.
-- Y bien, ¿A qué debo el...honor de tu visita? – pregunté con son de burla. Ella torció el gesto un poco y después sonrió de lado.
-- No hacen falta las hipocresías, Hannah, ambas sabemos que no nos llevamos ni llevaremos bien nunca, así que, dejemos de lado las estupideces de tratarnos “bien”.
-- Ok – sonreí, eso era genial ya que no podía ser ni siquiera educada con ella. Me había hecho la vida imposible casi desde el momento en el que supo que estábamos juntos y como era de esperarse tú no te dabas cuenta y la defendías. --¿Qué es lo que quieres? – dije secamente y se sentía tan bien, sonrió como si eso fuera el trato  que esperaba desde que llegó.
-- Alexander...—dijo y en cuanto escuche tu nombre me puse de pie y fui a abrir la puerta.
--Si es ese el tema por el que vienes te puedes ir yendo porque no me interesa nada referente a él. – dije fríamente. No era posible que hayas enviado a Alison para abogar por ti. Eres un idiota.
Alison se levantó pero no se movió de ahí.
--No, no pienso irme hasta decir lo vine a decir.
--¿Eres sorda o tonta? No quiero escucharte decir nada que tenga que ver con él. Así que ahorra saliva y vete.
-- Te extraña. Odio decirlo pero se equivocó, aún está enamorado de ti. Si tan solo vieras como sufre.
-- Estoy seguro que no es ni la mitad de lo que yo sufrí por él. Ahora vete de mi casa.
-- Ha llorado por ti, ¿qué no tienes sentimientos?
-- ¿Sentimientos? – dije sonriendo pero sin una pizca de alegría. —-¿Sabes cuantas noches me dormí llorando por él? ¿Sabes lo que sentí cuando me dijo mirándome a los ojos que no me amaba? ¿Sabes cuánto tiempo esperé por un mensaje o una llamada de él? No me vengas a decir nada sobre sentimientos, porque si alguien sufrió en la patética relación que tuvimos fui yo. – dije y me limpié una lagrima que se me había escapado. Camino hacia mí y cuando la tuve cerca habló.
--Sí, sufriste mucho, pero veo que Ian te consoló muy bien. – no pude detenerme más. Le estampé la mano en la mejilla con tanta fuerza que casi pierde el equilibrio. Pude ver mi mano pintada en su mejilla que ya empezaba a enrojecerse. Creí que me la regresaría pero se limitó a sonreír mientras se tocaba su cara.
--¡Maldita mojigata! – espetó y dicho esto se fue. Azoté la puerta con fuerza. Me dejé caer en el suelo y las lágrimas brotaron de mis ojos. Pensé en llamar a Ian pero no quería que pensara que lo hacía par que no fuera con Sandra aunque necesitaba un abrazo suyo más que nunca. En cambio llamé a mamá.
--Hannah, cariño, ¿Qué pasa? – preguntó en cuanto escucho mi voz.
--¿Puedes venir? Por favor. Necesito hablar. – dije entre sollozos.
--Claro cariño, voy en camino. – dijo y colgó.

La puerta estaba abierta así que entró y se sentó conmigo en el sofá.
--¿Qué pasó? – dijo con voz preocupada.
--Alexander. – dije,  Caroline dejó salir un quejido como si esa respuesta fuera la que esperaba pero no la que quería escuchar.
--¿Qué pasa con él? ¿Qué fue lo que hizo ahora? – preguntó mientras se acercaba a mí y me acunaba en sus brazos, me dio un beso en la frente y suspiro como si temiera mi respuesta.
--Aún me ama. – dije y sentí una punzada en el corazón. No supe cómo interpretar eso. – Aún me ama, mamá, y está sufriendo por mí.
--¿Cómo sabes eso?
--Vino Alison y me lo dijo.
--¿Y vas a creerle a esa arpía? – dijo molesta. – Hasta donde tengo entendido ella te odia.
--Sí y es por eso que le creo, Caroline. ¿No lo ves? ¿Qué ganaría ella diciéndome todo esto? – dije mientras nuevas lagrimas resbalaban por mi rostro.
-- Eso no cambia nada, Hannah. Si está sufriendo es lo menos que se merece. ¿O ya se te olvido todo lo que pasaste por su culpa?
--No, no se me ha olvidado. Pero...
--Pero, ¿Qué? – dijo en tono preocupado.
-- No lo sé, es que, qué tal que...—deje la idea flotando en el aire, no estaba segura de querer decirlo o más bien decírselo a Caroline.
--Hannah, ¿qué está pasando en esa cabecita tuya en este momento?
-- Yo...—no me quedaba de otra tenía que decirlo. –- ¿Y qué tal que me equivoque?  ¿Y si tomé la decisión equivocada?
--¿A qué te refieres?
--¿Y si cometí un error en decirle a Ian que estaba enamorada de él? – Caroline se separó bruscamente de mí y me miró asustada. No me sorprendí, esperaba esta reacción, incluso, esperaba algo peor.

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