La Invasión de los Marcados [PAUSADA TEMPORALMENTE]

Capítulo 5.5: El rey de los mares

—Perdí mi brazo izquierdo y mi pierna derecha en el Mar de las Tormentas —respondió Dayuan.

—¿En serio papi? —preguntó Erisa sorprendida—. ¿Y cómo tienes brazo y pierna si las perdiste?

Dayuan sonrió con ternura ante la pregunta de su amada hija, tierna e inocente como solo ella podía ser.

—Mi mejor amigo me los regaló antes de morir.

—Sí... yo se las uní con mi autoridad Fuego —susurró Avid—, apenas fue que sobrevivimos, solo una decena hombres de los cientos de tripulantes que llevábamos en los barcos, eso sí fue aterrador.

—Sí, ese Megalodonte fue un chiste comparado a eso —dijo Dayuan, tomando asiento y comenzando a desayunar.

Su energía positiva había desaparecido tan rápido como un parpadeo.

—Pero cómo lo venciste al final padre, al Megalodonte.

—Lo guíe al medio de las embarcaciones restantes —contestó, ya sin la clara emoción de antes—, para que lo atravesaran con las lanzas y lo hirieran, luego salté encima de uno de los barcos, tomé mi lanza, volví a saltar al agua, y atravesé su corazón, luego le arranqué un par de dientes para tenerlos como recuerdo.

—Ahí viste que venían un montón más —agregó Avid.

—Sí, les avisé y salimos huyendo —dijo Dayuan entre risas apagadas— estaba preocupado que vinieran contra nosotros porque eran cinco, pero se quedaron comiéndose al tiburón muerto.

—¿¡Se comieron a uno de su propia especie!?

—Sí, los tiburones acostumbran aplicar el canibalismo.

—¿Y qué harás con los dientes? —preguntó Liebha.

—Los convertiré en lanzas para Soré, Erisa y Naruan.

—¿Y no trajiste nada para mí? —preguntó Myria indignada.

—Claro que sí amor, lo tuyo es una sorpresa.

—Más te vale —susurró—. ¿Y qué tal la expedición de esta vez? ¿Sigue sin haber nada más allá de la Gran Caída?

—No, más bien esta vez vimos algo preocupante.

—¿Qué?

—¿Te acuerdas de las islas que te mencioné? Las que nombraste en broma las Ultimas Islas Viejas, porque estaban al borde de la Gran Caída.

—Sí, ¿Qué pasó?

—Pues desaparecieron la mitad de ellas.

—¿Qué? ¿Cómo es posible?

—Creemos —interrumpió Avid—, que es por la erosión del agua.

—Eso mismo —dijo Dayuan.