Capítulo 5. El rey de los mares

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Odia 34 de Zefrok

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Odia 34 de Zefrok. 

  —¡Mi reina! —gritó un sirviente desde el otro lado de la puerta— ¡Mi reina!

Una mujer de largo cabello pelirrojo se levantó de la cama, besando a otra dama varios años más joven que dormía plácidamente a su lado. La mujer se puso unas telas encima para cubrir su cuerpo, tomó una daga y la ocultó detrás de su espalda con la mano, y caminó hasta la puerta abriéndola tranquilamente.

—Mi reina —volvió a decir el sirviente, inclinándose frente a ella— su esposo está en camino.

Su corazón se agitó, su amado esposo volvía después de meses de expedición al Océano Sin fin, debía recibirlo ella misma.

—Prepara un buen desayuno para recibirlo a él y a su tripulación.

—Sí mi señora.

—Y llama a los guardias, que me sigan camuflados entre la multitud.

—Mi señora, ¿sospecha de una traición? —preguntó el sirviente preocupado—. El pueblo la ama mi señora.

—Nunca está de más ser precavida —respondió Myria, mirando con recelo a su sirviente—, ve, haz lo que te dije.

—Sí mi señora —respondió, corriendo apresuradamente para cumplir con sus órdenes.

Myria cerró la puerta lentamente mientras vigilaba bien el pasillo, al cerrar, trancó la puerta y se dio la vuelta, soltando el aire que había sostenido sin darse cuenta. Dejó la daga en la mesita que había al lado y vio como la mujer que dormía con ella hasta hace poco, ahora estaba despierta, tapando su desnudez con las sabanas y con una mirada llena de lujuria, comenzó a destaparse lentamente, pero Myria la detuvo negando con su dedo.

—Me encantaría dedicarte tiempo Liebha —susurró Myria con dulzura—, pero viene mi esposo.

—¿¡Ya viene el señor Dayuan!? —preguntó Liebha, brincando de la cama por la emoción— Me pregunto qué tipo de cosas traerá esta vez.

Había comenzado a vestirse apresuradamente, y al ver que Myria la miraba de arriba abajo sin vestirse aún, escogió entre las mejores ropas que había en el closet de la habitación y se las dio.

—A veces envidio tu cuerpo de veinteañera —susurró Myria, tomando las prendas que Liebha le daba.

—Mi señora, créame que muchas jóvenes envidian tu cuerpo —respondió, nalgueándola—, a sus más de cuarenta años, se mantiene tersa como pocas.

Myria sonrió con suficiencia.

—Lo sé —dijo mientras se pavoneaba—, ahora apresurémonos que viene mi hombre.

Cuatro enormes barcos de vela, echa de las más livianas y mejores maderas que existen, se acercaban a gran velocidad al puerto de Arkipelag, donde cientos de personas esperaban el regreso del rey Dayuan y su tripulación. Justo en la proa estaba Dayuan, de pie en la punta del barco usando su autoridad sobre el agua para guiarlo, iba sin camisa, lo que dejaba al descubierto todos los tatuajes tribales y las decenas de cicatrices que tenía en su piel canela, ya tenía la barba larga y su largo cabello amarrado en un moño corto. Llevaba puesto su característico vendaje de tela rodeando todo su brazo izquierdo y toda su pierna derecha, dejando solo a la vista la yema de sus dedos. Iba descalzo, por lo que se podía ver que su pie izquierdo tenía membranas entre sus dedos y se notaba a simple vista su mano derecha palmeada; casi todas las mujeres se derretían al ver el musculoso cuerpo de Dayuan, pero respetaban al rey por tener esposa e hijos.

La Invasión de los Marcados [PAUSADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora