Capítulo 0.

728 157 292
                                    

Cuadia 30 de Zefrok.

   Un terrible enfrentamiento acababa de desatarse, el campo de batalla estaba ensangrentado y fuertes olores fúnebres lo inundaban todo. El suelo estaba plagado de bestias muertas y humanos mutilados, y las aves rapaces que ya comían de sus cuerpos permanecían atentas al peligro constante. Unos pocos hombres que seguían con vida trataban de alejar a los insectos y las aves de forma desesperada, estaban tan mal heridos que no sobrevivirían el tiempo suficiente como para que llegaran los sanadores en busca de sobrevivientes. El aire se llenaba de gritos, lamentos y súplicas, sabían que lo más seguro era que les llegara la muerte. Aquellos que aceptaban su destino, entregaban sus almas a los Enkelis y espiraban su último aliento.

   Dos kilómetros al este del campo de batalla, cerca de las murallas Gemelas, se encontraba el ejército de Entreont, uno de los tres reinos del gran continente Orien. Habían decenas de carpas y soldados apostados afuera de ellas, vigilando y disipando la neblina con sus autoridades. Dentro de una gran carpa rodeada de muchos soldados armados hasta los dientes, se encontraban los más altos rangos del ejército en medio de una importante reunión.

   —¡Informe! —exigió el general del ejército al capitán, sus manos temblaban ligeramente.

   El corazón de los presentes estaba lleno de temor y dudas, y la voz autoritaria del general los había despertado del trance en el que estaban. El capitán, que había recibido la orden directamente, estaba más lleno de temor que todos los demás, las noticias que tenía no eran para nada buenas.

   —General —respondió titubeante, tratando de ocultar el temblor de su cuerpo—. El teniente Deniel logró enviar a un mensajero.

   Los presentes tragaron saliva con dificultad. La tensión en el aire era casi palpable, dificultaba el habla y la respiración. Llevaban décadas de paz y tranquilidad en esas tierras, una paz que había sido desgarrada en un parpadeo.

   —Dime que son buenas noticias... —susurró el general—. Por favor.

   —No... —Se notaba un ligero temblor en su voz—. Son pésimas noticias.

   El teniente Deniel era el mejor amigo del general Alvain, por eso era que el capitán Hómar estaba lleno de dudas, midiendo sus palabras. Deniel era uno de los mejores guerreros y el hombre más leal que había conocido el reino de Entreont. Su dominio sobre la autoridad Tierra era una completa proeza, a sus treinta años era considerado un genio incluso por los ancianos.

   —¡Hómar! —gritó el comandante Reon, esforzándose por ocultar su creciente emoción—. Directo al punto —ordenó.

   El corazón del comandante estaba acelerado, ansioso y deseoso de saber las noticias. Detestaba a Deniel con todas sus fuerzas, porque aun teniendo la misma autoridad y siendo mayor en años que él, su talento era muy inferior, y en poco tiempo había escalado puesto tras puesto en el ejército, amenazando su lugar como comandante.

   —El teniente y su batallón fueron exterminados —susurró Hómar, tragando saliva con dificultad—, solo el mensajero logró sobrevivir, pero sus heridas son muy graves... no creen que logre pasar de esta noche.

   Un destello de felicidad pasó por el rostro del comandante, quien luchó por detener la sonrisa que amenazaba con salir en su rostro. Los corazones de todos los demás estaban aterrados por la gran amenaza de los Marcados, que los habían atacado tan de repente. Mientras que el general Alvain estaba completamente destrozado por la pérdida de su amigo cercano, se sentía vacío y sus piernas perdían fuerzas mientras el mundo le comenzaba a dar vueltas, una ira descomunal comenzaba a arder dentro de él.

   —Bueno —susurró el comandante, fingiendo pesar—. Ya no hay nada que podamos hacer, nos retiraremos, den la orden.

   —Ni se les ocurra acatar esa orden —amenazó el general, conteniendo la ira que ardía en su pecho.

   Él sospechaba que el comandante Reon estaba alegre, aunque su rostro no lo demostrara, ya que la única persona que amenazaba la posición del comandante era el teniente Deniel, y odiaba no poder hacer nada al respecto.

   —¡Somos la segunda línea de defensa! —regañó el general Alvain—. ¡Los únicos que estuvimos listos al instante! Tenemos que enviar mensajeros a los reinos de Hetraea y Quistador —Vio como todos se quedaban quietos mirándolo, paralizados—. ¡Ya mismo! —ordenó.

   —Pero general —reclamó el comandante, notando al instante su falta de respeto, y tratando de aligerar sus siguientes palabras—, moriremos aquí en lo que los caballos llegan hasta allá y preparan sus ejércitos.

   El general le dedicó una mirada asesina a Reon, su autoridad sobre el rayo amenazaba con salir y la estática ya podía sentirse en el aire. Por el bien de todos, decidió ignorarlo, lo que provocó que el corazón del comandante se llenase de más odio y desprecio por el general.

   —Capitán Glann —susurró el general, tratando de calmarse—. ¿Cuánto duraría un hombre a caballo en llegar hasta Entreont y los otros dos reinos?

   El cápitan Glann titubeó unos instantes mientras hacía cálculos veloces en su mente.

   —Con el caballo más veloz y alguien con autoridad sobre el viento... podrían alcanzar las casi cincuenta y seis millas por hora, sería un poco menos de seis días para llegar a Entreont —contestó—, y desde ahí son casi trece días más para llegar hasta el Reino de Hetraea y quince días hasta el Reino de Quistador, tomando en cuenta que el caballo debe descansar —Ignoró las miradas de los demás mientras seguía haciendo cálculos en su mente—, y a eso debemos agregarle el tiempo que duren preparando el ejército y lo que duren llegando hasta acá, en mi opinión... tardaríamos casi ciento veinte días en recibir los primeros refuerzos.

   Una espantosa presión cayó sobre los corazones de todos los presentes, sabían el destino que les esperaba, morirían ahí, todos y cada uno de ellos. Amenazados por el creciente peligro que representaban los Marcados y su avance hacia Orien, si no daban sus vidas, el continente entero caería.

   Aún con el peligro que los acechaba, el comandante tenía una ligera chispa de felicidad en su corazón, había anhelado durante años el puesto de general, pero Alvain siempre lo desacreditaba... ahora, frente a él, se hallaba la oportunidad que tanto tiempo había esperado, sin Deniel cerca, nadie más era digno del puesto del general, así que solo debía esperar a que Alvain muriera en batalla para quedarse su puesto... y si era necesario, el forzaría la muerte del general Alvain.

   —Entonces no perdamos más tiempo —ordenó el general—. ¡Manden ya mismo mensajeros a caballo a todos los rincones de Orien! —El general miró a cada uno de ellos a los ojos, tratando de pasarles valor—. Y que los Enkelis nos protejan mientras tratamos de resistir. 

La Invasión de los Marcados [PAUSADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora