i. Pevensie

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La estación de trenes estaba repleta de gente que caminaba de un lado a otro, de aquí para allá, sin parar.

Una pequeña niña pelirroja junto a la persona que tomo la figura de su abuela, caminaba junto a ella tomándola de la mano y tirándola para que caminara más rapido.

Rose Wyne, una mujer mayor de cabellos negros rizados, media regordeta y con sus ojos azules, era, lo que se podría llamar, asistente del señor Williams, el padre de la pequeña Nailea.

La pequeña Nailea conoció a Rose con tan solo dos años, la mujer le contaba cuentos, regañaba, bañaba, vestía, jugaba, alistaba, peinaba, comía, todo con ella, era su persona.

— ¡por el amor de dios, Nailea Romina, camina más rápido! —

El que la llamara por su segundo nombre le causaba escalofríos.

La mujer continúo jalándola por la estación, estaba apurada, habían llegado tarde por culpa de Nailea, que se había quedado dormida, como siempre.

— bien, llegamos — jadeó la mujer mayor, tomó los hombros de la pelirroja y la miro con sus ojos bien abiertos — escúchame, quiero que te comportes bien, ese señor ayudo mucho a tu familia, por favor, no hagas ninguna de tus locuras.

— lo prometo, Abue — el corazón de Rose dio un vuelco cuando la llamó así, casi nunca lo hacía, por que al señor Williams le molestaba, decía que solo le pagaba a Rose por Nailea.

— te extrañaré, revoltosa — la abrazó con fuerza — tampoco fastidies a la señora McReady.

— eso si que no lo prometo — rió, Rose soltó una risita mientras sus ojos picaban.

— ya vete, escuincle — palmeó su espalda, Nailea volvió a abrazarla una vez mas antes de tomar con fuerza su pequeña maleta y caminar hacia el tren.

Delante de ella, había cuatro niños, cada uno mas bajo que el otro, el primero era rubio, la segunda azabache al igual que el tercero, y la cuarta, que era la de más baja estatura, tenía el cabello entre pelirrojo y castaño, y estaba tomada de manos con el rubio.

— ¿me permite sus boletos? — preguntó la señora al ver que el rubio miraba uno dirección fija — los boletos.

La azabachada de ojos azules arrancó los boletos de las manos del rubio y se los entrego a la mujer, quien agradeció para dejarlos pasar.

— ¿su boleto? — preguntó la señora con una sonrisa amable a la pelirroja de pecas, esta, algo tímida, le entrego el boleto a la mujer, que le sonrió aun más — adelante.

Williams avanzo para adentrarse en el tren bajo la mirada de los cuatro chicos, cosa que la hacía sentir intimidada, pero lo dejo pasar cuando vió que Rose agitaba su mano en forma de despedida.

Ella rápidamente se acerco a la ventana y saludo de la misma manera, la mujer rizada le lanzo un beso que ella "atrapó" con su mano y la llevo a su corazón, mientras una lagrima caía por su mejilla.

Escuchó como los cuatro niños, que supuso que eran hermanos ya que le gritaban "mamá" a la misma mujer, se asomaban por la ventana saludando, ella sólo salió de ahí para buscar un compartimento solitario, quería aprovechar para leer su nuevo libro que había comprado junto a Rose hace un mes.

butterflies, edmund pevensie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora